domingo, 20 de marzo de 2016

Hosanna ahora; luego, ya veremos

Catedral de Wroclaw
Ayer fue un magnífico día. A las 10 de la mañana estaba ya en la catedral de San Juan Bautista de Wroclaw. A esa hora se te congelaban hasta los pensamientos. ¡Y eso que estamos a punto de empezar la primavera! Un poco antes de las 11, comenzó la procesión desde el seminario hasta la catedral: 16 obispos, 250 sacerdotes y una legión de diáconos, acólitos y otros ayudantes. La catedral no es enorme, pero estaba abarrotada. De las columnas que flanquean la nave central colgaban pendones multicolores, como en las películas de la Edad Media. El coro –soberbio, por cierto– entonaba la versión polaca del conocido canto de L. Deiss Pueblo de reyes. Los obispos y presbíteros ocupamos el coro y el presbiterio. A mí me tocó al lado del obispo greco-católico, que probablemente pensaría que mi polaco dejaba bastante que desear. 

El obispo Jacek Kicinski, camino de la catedral
La ceremonia, organizada con gran precisión y boato litúrgico, duró tres horas. Solo las alocuciones que siguieron a la comunión –entre ellas, la mía– se comieron 45 minutos. Pero claro, aquello parecía un desfile de modelos: hubo mensajes del presidente de la República, del secretario de la Conferencia Episcopal, del alcalde la ciudad … Y, por supuesto, de los Misioneros Claretianos y del propio obispo recién ordenado, Jacek Kicinski, que agradeció emocionado la confianza depositada en él y glosó el lema de su escudo episcopal: Ut unum sint ("que todos sean uno"). Me gustó que participaran representantes de varias confesiones cristianas, así como muchísimos religiosos y religiosas, incluyendo algunas hermanas de la Familia Claretiana.

Mientras me perdía en el mar de parlamentos incomprensibles, pensaba que una catedral y una ceremonia como esa simbolizaban la idea de una liturgia solemne, redonda; de una Iglesia luz de las gentes, reconocida quizá también un poco temida por la mayoría. Era como un viaje en el túnel del tiempo que produjo en mí dos sentimientos encontrados: por una parte, gratitud y admiración (no se llega a esto sin un largo viaje multisecular); por otra, preocupación e incertidumbre (¿y si todo esto representara los últimos coletazos de un modelo de Iglesia que ya no existe?).

(Por cierto, ayer también se ordenó presbítero en la catedral de Osaka, en Japón, el joven claretiano Ken Masuda).

Hoy es Domingo de Ramos. Comienza la Semana Santa. O las vacaciones de primavera, como les gusta decir a quienes les produce urticaria cualquier vestigio cristiano en las sociedades pluralistas. Lo que Jesús vivió en los últimos días de su vida fue una tesis (aclamación como Mesías por las calles de Jerusalén), una antítesis (despedida, juicio y condena a muerte) y una síntesis (resurrección y vida nueva). Pero no se trata de un ejemplo de dialéctica hegeliana, sino del núcleo del misterio pascual. En el Hosanna del Domingo de Ramos están ya implícitas la muerte y la victoria. Los mismos que gritan hoy Hosanna gritarán más adelante Crucifícalo. No lo buscan a él: persiguen sus sueños. Primero lo necesitan como rey liberador; luego lo prefieren colgado del madero. No lo buscan a él: se preocupan de su seguridad.

El arzobispo emérito de Wroclaw, cardenal Gulboniwicz, 
bendice al obispo auxiliar Jacek Kicinski
en presencia del arzobispo titular Józef  Kupny
Lo mismo sucede con la Iglesia. Tras los tiempos de triunfales hosannas, siempre pasa por el desierto de la persecución y la muerte. Y siempre renace, no porque sea un ave fénix, sino porque es la comunidad del Resucitado. Lleva dentro las semillas de la vida plena. Contemplando el misterio de Jesús, uno comprende mejor lo que le aguarda a la Iglesia en todos los tiempos y lugares. Por eso, la magnificencia de la celebración de ayer, aquí en Wroclaw, me pareció solo un momento –bellísimo, eso sí– de las distintas formas de ser Iglesia. Mientras contemplaba el desfile interminable de obispos, presbíteros y fieles, pensaba en las comunidades pobres, sin apenas creyentes, que a duras penas pueden celebrar la Eucaristía. ¡Qué contraste! Y, sin embargo, en ambas situaciones lo que importa de veras es la presencia de Jesús en medio de los que se reúnen en su nombre. 

Os dejo con una versión increíble del célebre tema You Raise Me Up, que comentaremos con calma algún día de Pascua. Es también una bonita forma de empezar la primavera, aunque aquí, en Wroclaw, hace un frío invernal.


1 comentario:

  1. Pienso que también son necesarias las "grandes y multudinarias celebraciones" y más por los motivos que citas, pero muchas veces, como bien dices, se vive más la presencia de Jesús en las pequeñas comunidades, cuando se reunen para reflexionar y orar, porque sólo tienen eucaristía cada dos meses... He tenido la suerte de poder vivir alguna experiencia de estos encuentros de oración y me ha marcado profundamente la sinceridad con que lo hacían. Doy gracias a Dios por ello,

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