Catedral de Wroclaw |
Ayer fue un
magnífico día. A las 10 de la mañana estaba ya en la catedral de San Juan Bautista de Wroclaw. A esa hora se te congelaban hasta los pensamientos. ¡Y eso
que estamos a punto de empezar la primavera! Un poco antes de las 11, comenzó
la procesión desde el seminario hasta la catedral: 16 obispos, 250 sacerdotes y
una legión de diáconos, acólitos y otros ayudantes. La catedral no es enorme,
pero estaba abarrotada. De las columnas que flanquean la nave central colgaban
pendones multicolores, como en las películas de la Edad Media. El coro –soberbio,
por cierto– entonaba la versión polaca del conocido canto de L. Deiss Pueblo de reyes. Los obispos y
presbíteros ocupamos el coro y el presbiterio. A mí me tocó al lado del obispo
greco-católico, que probablemente pensaría que mi polaco dejaba bastante que
desear.
El obispo Jacek Kicinski, camino de la catedral |
La ceremonia, organizada con gran precisión y boato litúrgico, duró tres
horas. Solo las alocuciones que siguieron a la comunión –entre ellas, la mía– se
comieron 45 minutos. Pero claro, aquello parecía un desfile de modelos: hubo
mensajes del presidente de la República, del secretario de la Conferencia Episcopal,
del alcalde la ciudad … Y, por supuesto, de los Misioneros Claretianos y del
propio obispo recién ordenado, Jacek Kicinski, que agradeció emocionado la confianza depositada en él y glosó el lema de su escudo episcopal: Ut unum sint ("que todos sean uno"). Me gustó que participaran representantes de varias confesiones cristianas, así como muchísimos religiosos y religiosas, incluyendo algunas hermanas de la Familia Claretiana.
Mientras me perdía en el mar de
parlamentos incomprensibles, pensaba que una catedral y una ceremonia como esa
simbolizaban la idea de una liturgia solemne, redonda; de una Iglesia luz de
las gentes, reconocida –quizá también un poco temida– por la mayoría. Era como un viaje
en el túnel del tiempo que produjo en mí dos sentimientos encontrados: por una
parte, gratitud y admiración (no se llega a esto sin un largo viaje
multisecular); por otra, preocupación e incertidumbre (¿y si todo esto representara
los últimos coletazos de un modelo de Iglesia que ya no existe?).
(Por cierto, ayer también se ordenó presbítero en la catedral de Osaka, en Japón, el joven claretiano Ken Masuda).
(Por cierto, ayer también se ordenó presbítero en la catedral de Osaka, en Japón, el joven claretiano Ken Masuda).
Hoy es Domingo de
Ramos. Comienza la Semana Santa. O las vacaciones
de primavera, como les gusta decir a quienes les produce urticaria cualquier
vestigio cristiano en las sociedades pluralistas. Lo que Jesús vivió en los últimos días de su vida fue una tesis (aclamación como Mesías por las
calles de Jerusalén), una antítesis (despedida,
juicio y condena a muerte) y una síntesis
(resurrección y vida nueva). Pero no se trata de un ejemplo de dialéctica
hegeliana, sino del núcleo del misterio pascual. En el Hosanna del Domingo
de Ramos están ya implícitas la muerte y la victoria. Los mismos que gritan hoy
Hosanna gritarán más adelante Crucifícalo. No lo buscan a él:
persiguen sus sueños. Primero lo necesitan como rey liberador; luego lo prefieren
colgado del madero. No lo buscan a él: se preocupan de su seguridad.
El arzobispo emérito de Wroclaw, cardenal Gulboniwicz, bendice al obispo auxiliar Jacek Kicinski en presencia del arzobispo titular Józef Kupny |
Lo mismo sucede
con la Iglesia. Tras los tiempos de triunfales hosannas, siempre pasa por el desierto de la persecución y la
muerte. Y siempre renace, no porque sea un ave
fénix, sino porque es la comunidad del Resucitado. Lleva dentro las
semillas de la vida plena. Contemplando el misterio de Jesús, uno comprende
mejor lo que le aguarda a la Iglesia en todos los tiempos y lugares. Por eso,
la magnificencia de la celebración de ayer, aquí en Wroclaw, me pareció solo un
momento –bellísimo, eso sí– de las distintas formas de ser Iglesia. Mientras
contemplaba el desfile interminable de obispos, presbíteros y fieles, pensaba en
las comunidades pobres, sin apenas creyentes, que a duras penas pueden celebrar
la Eucaristía. ¡Qué contraste! Y, sin embargo, en ambas situaciones lo que
importa de veras es la presencia de Jesús en medio de los que se reúnen en su
nombre.
Os dejo con una versión increíble del célebre tema You Raise Me Up, que comentaremos con calma algún día de Pascua. Es también una bonita forma de empezar la primavera, aunque aquí, en Wroclaw, hace un frío invernal.
Pienso que también son necesarias las "grandes y multudinarias celebraciones" y más por los motivos que citas, pero muchas veces, como bien dices, se vive más la presencia de Jesús en las pequeñas comunidades, cuando se reunen para reflexionar y orar, porque sólo tienen eucaristía cada dos meses... He tenido la suerte de poder vivir alguna experiencia de estos encuentros de oración y me ha marcado profundamente la sinceridad con que lo hacían. Doy gracias a Dios por ello,
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