Pasar varias horas en el servicio de Urgencias de un hospital acompañando a una persona querida es una de esas ocupaciones que te ayuda a ver la otra cara de la vida. Por él desfilan ancianos con síntomas de neumonía otoñal, adolescentes que se han fracturado el brazo o la pierna jugando, adultos con migrañas o fuertes dolores abdominales. Aunque dominan las personas mayores, no faltan los jóvenes y los niños. De hecho, hay una sección llamada Urgencias Pediátricas. Por la pantalla de la sala de espera voy viendo el estado de cada uno. Se proyecta el código correspondiente para preservar la intimidad de los pacientes, el grado de gravedad (de 1 a 5) y la situación en la que se encuentra: espera, triaje, observación y cuidados intermedios, internamiento, alta domiciliaria, etc.
Aunque no me gusta estar horas de larga espera, no me impaciento. Desde el primer minuto me hago a la idea de que en ese momento es eso lo que tengo que hacer. Todo lo demás, incluso lo urgente, pasa a un segundo plano. Con san Vicente de Paúl he aprendido a “dejar a Dios por Dios”. Rescato unos minutos para rezar vísperas con mi móvil, pero, aunque no lo hiciera, todo es oración cuando se procura vivir como lo viviría Jesús: con un corazón paciente y compasivo.
No sé si es algo bueno o malo, pero mi agenda suele estar cargada de compromisos de todo tipo. Cuando hay que romperla por una enfermedad personal o por la enfermedad de una persona cercana, la primera reacción es de contrariedad, pero la segunda es de disponibilidad. Es importante escribir un artículo, dar una conferencia o participar en una reunión de superiores. Pero más importante es estar cerca de las personas queridas en algunos momentos cruciales de la vida.
Si alguna vez tuve alguna pequeña duda al respeto, hoy no tengo ninguna. La escala de valores se ha ido ajustando. Gracias a Dios, me muevo en un entorno comunitario en el que esto es posible. No siempre es fácil en otros ambientes académicos o empresariales. Hay personas que encuentran muchas dificultades para acompañar a sus seres queridos cuando están enfermos u hospitalizados debido a sus obligaciones laborales y a las normas estrictas que regulan estos asuntos.
Cuando era un joven novicio de 18 años, todos los miércoles por la tarde los pasábamos en el hospital de Castro Urdiales visitando a los enfermos y colaborando con las Siervas de María en su aseo. A mí solía tocarme un exminero vasco llamado José, que estaba paralizado en la cama y que, en momentos de dolor, se despachaba con una batería de blasfemias. Al principio, sentía un poco de repulsión cuando pasaba la esponja enjabonada por su cuerpo retorcido, pero pronto entendí las palabras de Jesús: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).
Cada ser un humano es un sacramento de Dios. Dios disfruta con nuestros triunfos, celebra nuestras fiestas, come y danza con nosotros. Pero también se pone enfermo y sufre cuando sus hijos atraviesan por experiencias de limitación, enfermedad y muerte. Es bueno vivirlo en carne propia para saber que hay vida más allá de internet, las redes sociales, los viajes, las fiestas, los compromisos laborales y las celebraciones religiosas. Unas horas en el servicio de Urgencias de un hospital es una excelente lección de humanidad.
Me ha sorprendido el título, pero enseguida lo he comprendido, porque lo he asociado con lo que mencionabas otro día “Dejar a Dios por Dios”. Me siento totalmente identificada contigo. En momentos así, es importante tener un fuerte bagaje interior para saber vivir, comprender y acompañar la realidad del momento sin hundirnos.
ResponderEliminarGracias por expresar tu experiencia. Me uno a tus oraciones, por la salud de la persona a quien acompañas… Un abrazo.
Yo ni sabía que en los hospitales españoles había grados del 1 al 5. Gracias y salud para todos
ResponderEliminarVer a Cristo en el prójimo que sufre, nos debe mover a la misericordia y, como dices bien, a la solidaridad. Gracias por la reflexión de cad fís
ResponderEliminarMi mami necesita más acompañamiento... me cuesta ceder mi libertad/ tiempo. Dejar a Dios por Dios. Gracias Padre.
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