Ayer llovió en Madrid con una intensidad que no se recordaba desde hacía mucho tiempo. Desde los grandes ventanales de Villa San Pablo, en Carabanchel, veía cómo las nubes densas descargaban agua como si no hubiera un mañana. Yo sentía por dentro un gran regocijo porque llevábamos mucho tiempo echando de menos un otoño en condiciones. Luego me enteré de que hubo problemas de tráfico, inundaciones en alguna línea de metro y otro tipo de incidencias, pero, en conjunto, fueron más los beneficios que los daños.
Hoy ha amanecido un día frío y nublado, pero ya no llueve. Yo sigo reunido con seis prioras de la federación Flos Carmeli de las Carmelitas Descalzas. Durante tres días estamos reflexionando sobre el servicio de la autoridad en los monasterios carmelitanos. Me sorprende su realismo y su fino sentido del humor, notas que caracterizaron también a la Santa Madre, que así es como llaman ellas a Santa Teresa de Jesús. Con facilidad pasan de hablar de la oración contemplativa a compartir sus preocupaciones sobre la economía de los monasterios (por lo general bastante precaria) o la salud de las monjas ancianas. Me gusta esta espiritualidad teresiana que procura ver a Dios “entre los pucheros”.
En un descanso leo que la agencia Fides ha publicado unas estadísticas recientes sobre la Iglesia católica. A 31 de diciembre de 2021, los católicos en el mundo éramos 1.375.852.000, alrededor de 16 millones más que en 2020. Esta cifra representa algo más del 17% de la población mundial. En América este porcentaje sube al 64%, mientras en Europa los católicos no llegamos al 40% de la población, con una lenta tendencia a la baja. Reconozco que hace años me interesaban mucho más las estadísticas. Hoy las relativizo mucho. Y no solo por la advertencia contenida en la frase que Mark Twain atribuía al primer ministro británico Disraeli: “Hay tres clases de mentiras: las mentiras, las grandes mentiras y… las estadísticas”, sino, sobre todo, porque la vitalidad de la fe cristiana no puede medirse por el número de personas que han recibido el bautismo.
En realidad, no hay ningún termómetro que pueda medir con precisión la temperatura espiritual de una persona, una comunidad o un país. Por lo que respecta a Europa, es evidente que el número de personas que se declaran católicas está en franco retroceso. Por una parte, este hecho siempre cuestiona la eficacia de la evangelización, pero, por otro, nos despierta de la ilusión de un cristianismo sociológico que tenía mucho de inercia cultural y poco de experiencia personal.
En los diálogos que mantengo con las prioras carmelitas en el aula y en la mesa aparecen temas y observaciones que me llaman la atención. En los últimos años no he tenido mucho contacto con las comunidades contemplativas. Las del monasterio de León me dicen que uno de sus trabajos principales es el bordado de piezas litúrgicas y que últimamente tienen muchas demandas de una prenda llamada “yugal”. Por lo visto, se ha puesto de moda entre algunas parejas jóvenes.
Se trata de un paño que los novios se ponen por encima de los hombros en el rito mozárabe del matrimonio y que asemeja al humeral que usan los sacerdotes en el momento de la bendición con el Santísimo o al talit de los judíos. Nunca había imaginado que hubiera monjas dedicadas a su fabricación y venta. Está visto que existe una nueva ritualidad que recupera algunos ritos antiguos y los recicla con estética moderna. Es muy probable que a las nuevas generaciones la liturgia católica les resulte demasiado minimalista y envidien los ritos que ven en otras iglesias o religiones. El tiempo nos dirá en qué dirección
tendremos que caminar, pero me parece un aviso a navegantes.
Nos hace bien que nos cuentes de las religiosas de vida contemplativa, de sus inquietudes y de sus labores. Nos enriquece a todos.
ResponderEliminarCreo que con el tiempo tendremos que valorar de otra manera la vitalidad de la fe cristiana porque, yo también comparto lo que tu escribes, “no puede medirse por el número de personas que han recibido el bautismo.”
Cuán difícil es “medir con precisión la temperatura espiritual”
Gracias Gonzalo por ayudarnos a saber descubrir que no todo es acción… también hace falta la contemplación.