domingo, 29 de octubre de 2023

Dos en uno


Escribo desde Segovia, una ciudad que llevo en mi corazón desde hace mucho tiempo. Aquí viví cinco años inolvidables y después recibí la ordenación sacerdotal en junio de 1982. Hoy ha amanecido un día ventoso y húmedo, lo que refuerza el aire melancólico de la ciudad en otoño. Antes de lanzarme a callejear, medito en voz alta el Evangelio de este XXX Domingo del Tiempo Ordinario. Esto es más importante que la victoria del Real Madrid al Barcelona ayer en el estadio de Montjuic (1-2) e incluso que el atraso de una hora para entrar en el horario de invierno, aunque nos habían dicho que ya no se iban a producir más cambios. El evangelio es cortito, sustancioso y perfectamente inteligible. La pregunta que el fariseo experto en la Ley le formula a Jesús podríamos hacerla cualquiera de nosotros cuando nos vemos abrumados por una avalancha de leyes y preceptos, tanto en el ámbito civil como en el eclesiástico: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”. 

La pregunta se formula en singular. La respuesta de Jesús no parece demasiado original. Algo parecido, aunque de forma negativa, había dicho el famoso rabino Hilel que vivió unos cuantos años antes de Jesús, solo que de forma negativa: “Lo que no te gusta para ti, no se lo hagas a tu prójimo”. Y Filón de Alejandría, judío contemporáneo de Jesús, también hablaba del amor a Dios y al prójimo como corazón de la Ley.


Hay un mandamiento primero (amar a Dios) y un mandamiento segundo (amar al prójimo). Lo que Jesús dice que es que el segundo es semejante al primero; o sea, que, si no amamos al prójimo, que es imagen de Dios, en realidad no amamos a Dios. Y aquí es donde vienen nuestras sombras y nuestras luces. Nuestras sombras, porque siempre estamos tentados de convertir en dilema (o Dios o el ser humano) lo que, en realidad, es una polaridad (Dios y el ser humano). Nuestras luces, porque si amamos de verdad al prójimo a quien vemos, en realidad estamos amando a Dios a quien no vemos. 

Jesús termina diciendo que “estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas”. No hay que dar más vueltas o marear la perdiz a base de infinitos matices. Por desgracia, hay una cierta religiosidad que acentúa mucho el amor a Dios, pero se desentiende de las causas humanas o las considera apendiculares. Y hay un humanismo que busca mejorar la vida de los seres humanos, pero los desvincula de Dios. Ambos dilemas nos llevan a una situación insostenible. Jesús nos lo advierte con claridad, pero no acabamos de aprender la lección. Las consecuencias saltan a la vista. ¿Seremos capaces de no dividir lo que Dios ha unido?


El amor a Dios tiene que ser “con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. No valen las medias tintas. El amor al prójimo se mide en relación con nosotros: “como a ti mismo”. Me pregunto si es posible que nosotros nos queramos a nosotros mismos -y también al prójimo- si no hemos experimentado que Dios nos quiere sin medida y, en consecuencia, nosotros nos entregamos a él con todo el corazón, con toda el alma, con todo nuestro ser. El amor que damos es, en realidad, un rebosamiento del amor que recibimos. 

Cuanto más nos dejemos inundar por Dios, tanto más nos amaremos a nosotros mismos y amaremos a los demás. Nuestro amor es pura irradiación del amor de Dios. Esto tiene consecuencias muy prácticas. El libro del Éxodo (primera lectura) las explicita para aquel momento histórico: no oprimir ni vejar al forastero (¿nos suena esto en la actual crisis de los inmigrantes?), no explotar a viudas ni a huérfanos (o sea, no aprovecharse de los más indefensos), no ser usurero con los pobres cargándolos de intereses (¿se habrán enterado algunos bancos?)… La palabra de Dios siempre nos cae bien hasta que leemos la letra pequeña.

2 comentarios:

  1. No siempre somos conscientes de que amando a Dios amamos al prójimo y viceversa.
    Gracias por ayudarnos a descubrir que “El amor que damos es, en realidad, un rebosamiento del amor que recibimos.”

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  2. Para nosotros, lo más difícil es amar al prójimo,
    con ayuda del, fel Señor cumplamos este mandamiento

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