Después de disfrutar de la hospitalidad de las Calasancias y dar mi taller en la preciosa casa Santa Maria do Mar que tienen cerca de Sanxenxo, estoy ya camino de Madrid. De nuevo escribo a bordo del tren. No me ha sido posible hacerlo durante mi estancia en tierras gallegas. Antes de salir, he pasado tres horas en la pequeña, hermosa y tranquila ciudad de Pontevedra, a la que no venía desde hacía muchos años. Me ha dado tiempo para visitar el casco antiguo, disfrutar de una ciudad peatonal y compartir la comida con la comunidad de religiosas que dirige el Colegio Plurilingüe Calasancio.
Han sido dos días en Galicia, una tierra que siempre me ha atraído, aunque confieso mi dificultad para entender a veces la psicología de sus gentes. De lo que no dudo es de su cálida hospitalidad y del amor que profesan a su patria sin dejar de sentirse abiertamente españoles. Anoche tuve la oportunidad de darme un paseo por el pintoresco pueblo de Combarro. Libre de la marea de turistas que invaden este lugar en los meses de verano o durante los fines de semana, pude recorrer sus callejuelas empedradas y contemplar sus casas con balconadas llenas de flores y sus hórreos de varios tamaños. Mientras lo hacía, caía en la cuenta de la enorme diversidad paisajística y cultural de que gozamos en España. No me extraña que nos invadan millones de turistas.
Ya en el tren, he visto y escuchado la entrevista que Carlos Herrera le ha hecho en COPE al nuevo arzobispo de Madrid, don José Cobo Cano. Nuestro nuevo pastor es un jienense emigrado a Madrid cuando tenía solo siete años. Toda su vida como estudiante de derecho, seminarista, sacerdote y obispo auxiliar ha transcurrido en la capital de España. Es, pues, un madrileño a carta cabal, un madrileño de barrio, que ha experimentado en carne propia cómo vive la mayoría de la gente. Es un cura (en el sentido etimológico de la palabra) que conoce bien la archidiócesis desde abajo y tiene la edad justa (57 años) para combinar experiencia y relativa juventud. Si las cosas siguen la práctica habitual, puede pastorear la Iglesia madrileña durante unos veinte años.
En el poco tiempo que llevo viviendo en Madrid, he tenido la oportunidad de encontrarme con él solo en tres o cuatro ocasiones. No se puede decir, pues, que mantenga una relación personal. Su aspecto físico menudo queda ampliamente compensado por su cordialidad y, por lo que he podido leer y oír, por su sensibilidad a los problemas sociales que se viven en una ciudad tan cosmopolita y compleja como Madrid. Veo que cierta prensa lo califica de “obispo social” sin que él mismo sepa bien qué significa eso, como confiesa en la entrevista antes citada. El Evangelio es personal y social, local y universal, místico y profético. Convertir las polaridades en dilemas es siempre la tentación de quienes quieren reducir la complejidad de las personas y situaciones a etiquetas fácilmente manipulables.
No sé si a muchos lectores de este Rincón, incluidos los madrileños, les importa mucho quién sea el arzobispo de Madrid, pero a mí sí porque no soy un cristiano francotirador o por libre, sino alguien que forma parte de una iglesia particular, guiada por un pastor que tiene nombre y apellidos. Es probable que en las próximas semanas o en los próximos meses tenga la oportunidad de encontrarme con él de una manera más prolongada que en los fugaces encuentros que he tenido hasta ahora, pero, más allá de este hecho, me importa mucho sentirme parte de una Iglesia particular, conocer lo más posible a sus miembros y caminar a su ritmo.
Que yo sea misionero claretiano tiene la ventaja de hacerme muy sensible a las necesidades de la Iglesia universal, pero a veces el tener que estar constantemente en movimiento produce un cierto desarraigo de la Iglesia particular. Tengo que estar en guardia. Por mi manera de ser, siento casi alergia a los mentideros eclesiásticos, no me gusta darme a conocer en ambientes en los que no se me ha perdido nada, pero eso no significa que me abstraiga de la vida de la Iglesia.
Espero que, con el nombramiento de un nuevo pastor, siete años más joven que yo, la Iglesia de Madrid experimente un nuevo impulso evangelizador dentro del espíritu sinodal que estamos viviendo hoy en la Iglesia.
Hola Gonzalo, estaba esperando que publicases algo sobre este nuevo cargo. Me interesaba mucho saber tu opinión, así que, me ha venido muy bien. Particularmente, si tengo interés en saber quién dirige la iglesia, no es una cuestión baladí. Confío en que desempeñe bien su cargo. Me encantaría que volvieses, más adelante, a contar cosas sobre él, por favor. Muchas gracias, Gonzalo
ResponderEliminarGracias Gonzalo, por compartir tus actividades que nos estimulan a no quedarnos con los brazos cruzados… todos podemos ir evangelizando en nuestros lugares, con o sin palabras, simplemente con la presencia activa estando alerta de las necesidades que podemos observar en nuestro alrededor y saber acoger y también dejarnos acoger.
ResponderEliminarSiempre es bueno tener información verídica y directa de lo que sucede en la Iglesia, sea más cercana o más lejana. Gracias por facilitarla.