Eran las 7,30 de la tarde. El calor pegajoso anunciaba una tormenta más de las varias que están sacudiendo Madrid estos días. Después de una jornada llena de encuentros y ocupaciones, salí a dar una vuelta. Pasando delante de una iglesia, sentí la llamada a entrar. Para mi sorpresa, estaba expuesto el Santísimo Sacramento. Había unas veinte personas orando, casi todas de edad avanzada. Vi también a algún joven. Me hinqué de rodillas en uno de los bancos de la última fila. Me gusta esta postura. Y contemplé sin pensar en nada.
Como una cascada imparable, me vinieron a la cabeza muchos de los rostros y preocupaciones de las últimas semanas. Me entraron ganas de decirle a Jesús: “Carga tú con todo esto, yo no puedo más”. Ni siquiera le conté las historias que él ya conoce. Me limité a estar en silencio, convencido de que no había nada mejor que hacer en ese momento. Estuve poco tiempo, no más de veinte minutos. Salí, experimenté la bofetada de calor que desprendía el asfalto y volví a casa. Noté dentro una mayor serenidad.
Mientras caminaba por una de las calles que conduce a la mía, fui recordando la entrevista que la cadena SER le hizo al arzobispo electo de Madrid, monseñor José Cobo Cano, y que había visto, con cuatro días de retraso, un par de horas antes de mi paseo vespertino. Me envió el enlace un periodista amigo mío. En un momento dado, Aimar Bretos, el director del programa Hora 25, dice algo parecido a esto: “Si en este momento nos están escuchando algunos de los oyentes habituales de la SER pensarán que se han equivocado de cadena y que están oyendo Radio María”. El tono del entrevistador me pareció sereno y hasta cordial, aunque en más de una ocasión se le veía como obligado a ser el portavoz de una cadena que no se caracteriza precisamente por su simpatía a la Iglesia.
Monseñor Cobo en ningún momento perdió la compostura. Respondió con sagacidad, sencillez y convicción. No comerció con la visión cristiana de la vida para granjearse la simpatía del entrevistador o de los oyentes. Supo combinar firmeza y flexibilidad. Lo que me resultó desconcertante fue el tono de la mayoría de los comentarios escritos en el canal de YouTube de la SER. Espigo algunos: “Sólo falta que pongan el rosario del padre Peyton”, “Los grandes manipuladores de la historia venidos a menos, gracias a los medios de comunicación y las multinacionales”, “Esto es para mear y no soltar gota”.
También había comentarios de otro tono: “Este hombre tiene un lenguaje distinto a lo que estamos acostumbrados a oír a obispos, curas y demás …, ojalá sus obras acompañen a sus palabras”, “Pues a mí me encanta tener a D. José Cobo, como arzobispo de Madrid y me encanta, también todas las cosas que dice en esta entrevista (estupenda, por cierto) porque se deduce, con mucho, su Amor por Jesucristo, el Evangelio y por los más débiles”.
¿Qué debemos hacer para saldar el abismo que todavía existe entre quienes no creen en Dios y quienes decimos creer? ¿Por qué en algunos sectores de la sociedad la Iglesia y el Evangelio suscitan tanta inquina? ¿Será verdad eso de las dos Españas? ¿Por qué se repiten tantos tópicos negativos y se cierra los ojos a los signos de compasión que también abundan? No bastan las palabras certeras. Ni siquiera las obras convencen. Solo llega al corazón de los seres humanos el Espíritu de Dios. Cada vez me convenzo más de que esta evangelización invisible no siempre pasa por nuestras opciones pastorales, más o menos atrevidas o acertadas.
Por eso, me he vuelto un enamorado de la adoración, porque cuando adoramos de rodillas renunciamos a nuestro protagonismo, dejamos que Él tome la iniciativa, reconocemos su poder salvador. Más de uno me diría que me he vuelto un espiritualista desencarnado de la realidad cotidiana, pero creo que no van por ahí los tiros. Se trata de algo más sutil, que desmonta nuestra manera demasiado “productiva” de entender la fe. Creemos en un Dios encarnado -¡faltaría más!-, pero es necesario dejarle que actúe a su manera, no según las nuestras. La adoración nos ayuda mucho a purificar las actitudes y motivaciones. Por eso, es imprescindible si queremos de verdad una “nueva” evangelización.
Que razón tienes, Gonzalo. El ser humano siempre con la intención de hacer todo a su medida. Soberbia pura y dura. Gracias por tu escrito.
ResponderEliminarAl ir leyendo la entrada de hoy, me ha venido bien imaginarme que tú, “pasabas por allí” y el Señor, te ha atraído, para poder descansar en Él, y tener la oportunidad de decirle: “Carga tú con todo esto, yo no puedo más”. Y enseguida me ha sugerido la invitación que nos hace Jesús, comentada en el evangelio: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré…”
ResponderEliminarPersonalmente me ayudas muchísimo cuando nos hablas de la “oración de contemplación”.
Muchísimas gracias Gonzalo por todos los mensajes que transmites. Gracias por el consejo, refiriéndote a Jesús: “es necesario dejarle que actúe a su manera, no según la nuestra.”