Donde hay vida, hay ebullición, ganas de caminar. Es llamativo el contraste entre el viejo caserón que perteneció a las monjas clarisas y la novedad que se respira en esta comunidad que apenas tiene 20 años de trayectoria. El esfuerzo por adecentar este edificio para convertirlo en lugar de encuentro de la comunidad es quizás una expresión simbólica de ese esfuerzo más profundo por rejuvenecer a la Iglesia desde un carisma caracterizado por el servicio misionero y la misericordia. De hecho, el nombre completo de la comunidad es Servidores del Evangelio de la Misericordia de Dios.
Fachada del viejo convento donde nos encontramos |
Estoy seguro de que, para
a los sacerdotes de hace seis décadas, estas palabras, con sabor al castellano
del siglo XVI, constituían un acicate para su crecimiento espiritual. No estoy
tan seguro de que tengan la misma resonancia en los sacerdotes de mi generación
y en otros más jóvenes. Podemos pensar que reflejan una imagen demasiado sacral
del sacerdote y que, sin pretenderlo, pueden justificar una de las enfermedades
que más desdibuja este servicio en la Iglesia, el clericalismo. Nosotros hemos
crecido en una comprensión del ministerio en clave de servicio. Frente a la
figura del sacerdote como “hombre de lo sagrado”, hemos sido formados en la “teología
del delantal” (teologia del grembiule), por usar una expresión de don Tonino Bello (1935-1993), un admirado obispo italiano.
Quizás entre una concepción demasiado
sacral de la figura del sacerdote (como la que se podía tener antes del
Vaticano II) y otra demasiado banal (como la que tal vez se ha tenido en épocas
posteriores), cabe un acercamiento más equilibrado. Los sacerdotes somos seres
humanos como cualquiera. Estamos expuestos a las mismas tentaciones y
debilidades. Hemos sido llamados por Jesús, a través de la mediación de la
Iglesia, a representarlo en su condición de servidor. Llevamos este tesoro de
la vocación ministerial en las vasijas de barro de nuestra condición humana. Aquí
es donde reside nuestra fuerza; por eso podemos ser “relicario de Dios” y “casa
de Dios”. Si no reconocemos esta gracia, corremos el riesgo de desplazar el
acento hacia nuestras cualidades personales o nuestras realizaciones pastorales.
Este neoclericalismo moderno, basado en la eficacia de nuestras obras, es todavía peor que
el viejo clericalismo de cuño sacral.
Los santos de ayer nos ayudan a comprender mejor la misión de hoy. Donde hay semilla de Evangelio se desbordan todos los marcos culturales. La verdad de Jesús supera las barreras del espacio y del tiempo. Por eso, Juan de Ávila es un maestro para hoy.
Creo que disfrutas abriendo las ventanas de tu cuarto, porque también abres las ventanas de tu espíritu que te permiten contemplar la belleza y la presencia de Dios en todo.
ResponderEliminarNos comentas las palabras del Maestro de Ávila en relación a la vocación del sacerdocio y las calificas diciendo “que estremecen” y me lo creo, porque proyectan una gran responsabilidad… Me lleva a pensar que cuando profundizamos, en nuestra vocación, como cristianos, sea la que sea, sería bueno que todos fuéramos conscientes que estamos llamados a la santidad…
El presbítero es, ante todo, un servidor de la comunidad “en el nombre de Jesús”… Las palabras “teología del delantal”, son fáciles de decir, pero ya no tan fáciles de llevar a cabo… Nos hablan de “servicio”.
Gracias Gonzalo por tu entrega incondicional desde tu sacerdocio.