Cuando tengo algo de tiempo libre, hago un recorrido por los periódicos digitales para mantenerme informado. O manipulado, que uno no sabe bien con qué carta quedarse. Siempre albergo la secreta esperanza de que algunas cabeceras famosas digan lo contrario de lo que intuyo que van a decir, pero casi nunca acierto. Con frecuencia, los periódicos son más fieles a su ideología y a sus intereses corporativos que a la desnuda realidad y a la inteligencia de sus lectores.
“Un pueblo –escribió Ortega y Gasset en esa obra memorable– vive de
lo mismo que le dio la vida: la aspiración. Para mantenerlo unido es preciso
tener siempre ante sus ojos un proyecto sugestivo de vida en común. Solo
grandes, audaces empresas despiertan los profundos instintos vitales de las grandes
masas humanas. No el pasado, sino el futuro; no la tradición, sino el afán”.
Estas palabras de Ortega, a quien en mis tiempos de estudiante leí con fruición
y de quien tal vez he heredado la afición a la escritura, siguen inspirándonos
hoy. Cuando contemplo la realidad española (y la europea), veo la ingente
cantidad de energía intelectual y emocional que gastamos en reinterpretar una y
otra vez el pasado (a veces como arma arrojadiza) cuando lo que nos daría alas sería imaginar el futuro. Solo
los ancianos se fijan más en el pasado que en el porvenir. Los jóvenes tienen
su patria en el futuro. Lo pienso cuando veo desde mi ventana a los niños y adolescentes que acuden a este centro de Weissenhorn con sus mochilas de colores a las 7 de la mañana.
A Europa le pesa demasiado su historia. En vez de vivirla como un trampolín, la vive como un lastre. Mientras los Estados Unidos (hace décadas) y China, India y algunos países islámicos (hoy) imaginan un mundo diferente y se preparan para él, Europa se dedica a dar vueltas a la noria de su esplendoroso (y conflictivo) pasado y a disfrutar de su relativo bienestar. Se enreda en el ovillo de las mil interpretaciones y desempolva sus viejos reinos de taifas.
¿Puede todavía la fe cristiana alimentar “un proyecto
sugestivo de vida en común” en Europa? Yo lo creo, aunque no como lo hizo en la etapa de
la cristiandad, sino en diálogo con otras visiones de la vida que están
presentes en nuestro continente. Pero para eso se necesita retirar las cenizas
de la rutina y soplar sobre las brasas de una experiencia personal de encuentro
con el Resucitado. Desde mi ventana abuhardillada veo que aún es posible, pero
para ello tenemos que despertarnos de la modorra y languidez con las que
vivimos, pensar un poco más y divagar menos, arremangarnos con ganas y abandonar el derrotismo. ¡Hoy es siempre todavía!
Hoy, para quedarme con la idea que creo intentas dibujar, es que desde el presente, sepamos recoger experiencias del pasado para que no repitamos errores, nos ayuden a vivir el presente, y nos ayuden también a proyectar un futuro mejor.
ResponderEliminarNo sé si será posible un proyecto de vida en común, a nivel de Europa… Más bien presiento que será de pequeñas comunidades que lo vayan viviendo y poco a poco se logre un cambio positivo,
A nivel personal y grupal, viene muy bien lo que nos dices: “retirar las cenizas de la rutina y soplar sobre las brasas de una experiencia personal de encuentro con el Resucitado.”
Gracias por el optimismo que transmites… “¡Hoy es siempre todavía!”
De vez en cuando sal a que te dé un poco el aire.