Celebro la Eucaristía de este
Tercer
Domingo de Pascua en nuestra comunidad formativa de Wroclaw antes de
salir para Frankfurt. Mayo empieza florido y luminoso, aunque un poco fresco. Creo
que ayer un famoso equipo de fútbol
ganó
la Liga española con autoridad. ¡Y ya van
35
veces desde el lejano 1932! No revelo su nombre para que no se
me enfaden mis amigos del Atlético de Madrid o del Barça.
En España y algún
otro país se celebra el Día de la Madre.
Más allá de su carácter comercial, es una fiesta para agradecer la única
relación humana que es incondicional, la que mejor refleja el amor de Dios.
El Evangelio de hoy tiene dos partes. A la segunda hice referencia
en la entrada de ayer. Me fijo en algún detalle de la primera. Cuando los apóstoles
regresan a Galilea y vuelven a su oficio de siempre tras el “fracaso” de la aventura
con Jesús, lanzan la red como siempre lo habían hecho. El resultado es una
pesca infructuosa. Solo cuando la lanzan hacia la derecha -es decir, hacia
donde les indica Jesús- consiguen capturar ciento cincuenta y tres peces.
Simbolismos aparte, la clave del fruto está siempre en seguir la palabra de Jesús,
no nuestras rutinas y gustos. Espero que ningún lector interprete eso de “echar
las redes a la derecha” en clave política, como si Jesús estuviera defendiendo
una determinada orientación.
No nos resulta fácil explorar nuevas maneras de hacer. En
general, todos tendemos a refugiarnos en lo que siempre hacemos, en las costumbres
que nos dan seguridad. El resultado suele ser la ineficacia. Haciendo siempre
lo mismo obtenemos siempre los mismos resultados.
Jesús invita a sus apóstoles
a no volver a los viejos hábitos, a abrirse a la novedad de la resurrección, a
creer en su presencia misteriosa. Tienen sus dudas hasta que descubren que es
el Señor, que es verdad que él está vivo. Nosotros no estamos lejos de una
situación semejante. Lo pienso mientras oigo la campana de la iglesita cercana.
Me gusta empezar el domingo con este toque cantarín.
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