Escribo esta entrada en el aeropuerto de Frankfurt. Estoy asombrado
de que tengamos una temperatura de 25 grados. Parece que hubiera llegado ya el
verano. Veo a mucha gente danzando de un sitio para otro. No en vano este es,
según datos de 2019 (el año anterior a la pandemia), el cuarto aeropuerto más
transitado de Europa, después de Londres-Heathrow, París-Charles de Gaulle y
Amsterdam-Schiphol. Le sigue Madrid-Barajas.
La compañía Lufthansa me ofrece
250 euros si renuncio a mi vuelo y acepto embarcar en otro esta misma noche o
mañana por la mañana. Declino el ofrecimiento porque voy con el tiempo justo.
Veo que hay algunos pasajeros que se aprovechan de la oferta. Está claro que estamos entrado en temporada alta. Los controles no son tan estrictos como el año pasado.
El Evangelio de este
IV
Domingo de Pascua es escueto. Me quedo con la última afirmación de Jesús:
“Yo y el Padre somos uno” (Jn 10.30). Hoy no suelen abundar los comentarios
sobre una frase tan provocativa. Lo primero que dicen los exégetas es que no es
atribuible a Jesús. Le cargan el muerto al autor del cuarto Evangelio o algún
redactor posterior. Y se quedan tan frescos.
Admiro la crítica textual, pero casi
nunca nos lleva demasiado lejos. Se parece a esos niños que desarman con avidez
un juguete y luego no saben qué hacer con las piezas. Lo que necesitamos es
saber qué tiene que ver esa frase con nosotros, en qué nos afecta, qué cambiaría
si corriera en otra dirección. ¿Qué relación se establece entre Dios Padre y Jesús?
La frase no está lejos de aquella otra dirigida al apóstol
Felipe: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,19). Más allá
de lo que nos diga la crítica textual, lo que está en juego es la verdadera
identidad de Jesús. Este asunto no puede depender de un manojo de palabras en
griego de procedencia incierta. La fe de la Iglesia es clara. Jesús no es solo
un hombre singular que ha tenido una experiencia intensa de Dios. En él se
manifiesta el Dios escondido. Él es el Hijo de Dios. A nuestros contemporáneos les resulta increíble
que pueda suceder algo así, pero precisamente en esa dificultad para creer algo
que desborda nuestra razón reside el carácter insólito de Jesús y su fuerza
salvadora. Si el cristianismo renunciara a esta confesión perdería su
razón de ser.
Varios amigos me han enviado felicitaciones con motivo del Domingo del Buen Pastor que tradicionalmente se celebra en este IV Domingo de Pascua. Desde aquí les doy las gracias de corazón. No es fácil ser hoy pastor “según el corazón de Dios”. Pidamos que el Señor nos los conceda con abundancia.
No es fácil entender esta expresión “Yo y el Padre somos uno”, como tantas otras que tiene el evangelio de Juan que, a pesar de tener dificultad para comprenderlo, me ayuda a valorarlo el pensar que la persona que lo ha escrito ha tenido una profunda experiencia de Dios, acompañado de Jesús e intenta transmitírnosla.
ResponderEliminarMe da fuerza cuando escribes, hablando de Jesús, que “en Él se manifiesta el Dios escondido”…
Hoy me resuena con fuerza el Salmo 23: “El Señor es mi Pastor, nada me falta…” Este nada me falta me lleva a pensar en la pobreza mundial que hay, pero también a nivel personal en confiar que nada me falta, tengo lo necesario para descubrir a este Dios que nos ama y al que Jesús puede decirnos que quién le ha visto a Él, ha visto al Padre.
Gracias Gonzalo, por acompañarnos a “descubrir caminos”… Me uno a las felicitaciones de tus amigos.