miércoles, 15 de septiembre de 2021

No más de diez minutos

Al papa Francisco no le gustan las homilías largas. Y mucho menos las que se pierden en elucubraciones o naufragan en moralismos sin sustancia. Ya lo dijo claramente en varios números de la exhortación Evangelii gaudium en 2013. Lo ha repetido en muchas otras ocasiones. La última, hace un par de días dirigiéndose a los religiosos y sacerdotes en la Catedral de San Martín en el centro de Bratislava. Saliéndose del texto de su discurso, improvisó estas palabras: “La gente después de ocho minutos pierde la atención. Hay que pensar en los fieles que nos escuchan... porque hay algunas homilías de hasta 40 minutos, que le hablan a la gente de temas que no entiende”. No sé cómo les sentaría a los sacerdotes eslovacos el tirón de orejas papal, pero es bueno que el Papa nos recuerde a menudo el verdadero sentido de la homilía dentro de la celebración eucarística. 

La duración, aun siendo importante, es un asunto menor. Lo que cuenta es el contenido y la forma. Nunca he contado el número de homilías que he pronunciado a lo largo de mis casi 40 años de vida sacerdotal, pero, desde luego, varios miles. Siempre he procurado tener un ojo en la Palabra y otro en la comunidad, en la gente que participaba en la celebración.

Por desgracia, muchas personas juzgan la calidad de una misa por la opinión que les merece la homilía. En realidad, esta pieza es solo una pequeña parte y no la más importante de un conjunto ritual que contiene, en perfecta armonía, elementos muy diversos. Quizá se acentúa tanto porque es el momento en el que el que preside vuelca más su subjetividad. Al fin y al cabo, no se limita (salvo contadas excepciones) a leer un texto preparado por otros, sino que realiza un esfuerzo creativo. Una buena homilía es como un puente: conecta dos territorios. Exige, pues, adentrarse en el territorio de la Palabra de Dios y también en el territorio de las personas. Ninguna de las dos exploraciones es fácil. Para ambas existen instrumentos que pueden ayudar, pero, al final, todo tiene que ser digerido y personalizado por quien pronuncia la homilía. 

El riesgo de proyectar en los demás las propias experiencias salta a la vista. Recuerdo que en un librito de Henri Nouwen leí una vez el caso de un cura recién ordenado que, en una eucaristía matutina de un día laborable, dijo algo parecido a esto: “Hoy, que andamos todo el día esclavos de una agenda repleta de compromisos, necesitamos relajarnos para poder escuchar con atención la palabra de Dios”. El auditorio estaba compuesto por una docena de ancianas sin ninguna agenda y a las que les sobraba todo el tiempo del mundo. Resultaba evidente y hasta cómico el abismo entre las palabras del curita joven (que eran reflejo de su propia experiencia) y la situación del auditorio.

Uno de los 38 compromisos de nuestro Capítulo General ha sido cuidar mucho más la preparación y realización de las homilías diarias y dominicales en línea con lo que nos pide el papa Francisco. Cinco minutos pueden ser suficientes para compartir un mensaje que ilumine la mente, toque el corazón y mueva la voluntad. Para ello no es necesario repetir el Evangelio del día añadiendo glosas sin cuento. Hace falta precisar lo que se quiere decir, escoger las palabras e imágenes adecuadas y transmitirlo con humildad y convicción

No es necesario ser demasiado didácticos ni explicar todo con pelos y señales, como si el auditorio estuviera compuesto por gente ignorante. Siempre tengo presente el verso de Casaldáliga: “No te expliques demasiado, no te deshojes”. Basta sugerir lo esencial y dejar tiempo para que cada persona lo haga suyo a su manera porque no hay dos situaciones iguales. Jesús era un maestro en el arte de la comunicación. Los sacerdotes necesitamos mejorar mucho nuestra manera de comunicar. Quienes escucháis (o aguantáis) nuestras homilías podéis ayudarnos a corregir errores y encontrar nuevos modos de practicar el arte de la homilía. Gracias de antemano. 

1 comentario:

  1. Pues si, como bien dices: “Cinco minutos pueden ser suficientes para compartir un mensaje que ilumine la mente, toque el corazón y mueva la voluntad” contando también que cuando recibimos estamos abiertos al mensaje. Gracias por todas las veces que he podido escucharte y por el mensaje que transmites a través del Blog que se percibe que “tienes un ojo en la Palabra y otro en los que lo recibimos”.
    Gracias Gonzalo, porque siempre he encontrado en ti, sea en homilía, sea en conversaciones, sea en conferencias… que lo que compartes antes ha sido “digerido”. Haces realidad lo que dices: “Exige, pues, adentrarse en el territorio de la Palabra de Dios y también en el territorio de las personas. Ninguna de las dos exploraciones es fácil. Para ambas existen instrumentos que pueden ayudar, pero, al final, todo tiene que ser digerido y personalizado por quien pronuncia la homilía”.
    Acabas con un pedido nada fácil, pero se puede intentar: “… podéis ayudarnos a corregir errores y encontrar nuevos modos de practicar el arte de la homilía… Gracias de antemano.
    Gracias por todo Gonzalo… Un abrazo.

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