Abundan las personas que ven muy negro el futuro de la Iglesia y de la religión en general. Exhiben datos estadísticos que parecen incontestables. También yo me dejo llevar a veces por la contundencia de los números. Y, sin embargo, en momentos de más lucidez, caigo en la cuenta de que no hay nada más superficial que las estadísticas. Es verdad que en Europa desciende el número de quienes se confiesan cristianos y que las iglesias están cada vez más vacías. Pero, antes de emitir juicios sumarísimos en un sentido o en otro, me pregunto por el significado de estas tendencias. ¿Hay algo que está muriendo y debe morir cuanto antes? ¿Hay algo que pugna por nacer bajo las cenizas de un modelo caduco? ¿Qué etapa de la historia nos está tocando vivir?
El mensaje de este XXVI Domingo del Tiempo Ordinario nos permite mirar la realidad de un modo diferente. Tanto Josué (en la primera lectura del libro de los Números) como los apóstoles de Jesús (en el Evangelio de Marcos) se sienten dueños del espíritu profético. No comprenden ni toleran que “otros” puedan ser también mensajeros de Dios. Josué reacciona de manera enérgica: “¡Señor mío, Moisés, prohíbeselo!”. Los apóstoles van incluso más lejos: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo”. En ambos casos, la respuesta de los líderes es contundente. Moisés, cansado y un poco deprimido por la cerrazón del pueblo, tiene una visión amplia: “¿Tienes celos por mí? ¡Ojalá que todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su espíritu!”. Jesús ensancha todavía más el horizonte: “No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro”.
Las estadísticas miden quiénes son de “nuestro grupo” y quiénes no pertenecen a él. Se habla de cristianos practicantes y no practicantes, de creyentes y agnósticos o ateos. Nos parece que la frontera es muy nítida. Son de “nuestro grupo” quienes creen, celebran y practican lo que la Iglesia enseña como revelado por Dios. No pertenecen a “nuestro grupo” quienes se apartan de este canon. Me he topado con cristianos que hacen bandera de estas distinciones y se glorían de pertenecer al grupo de los buenos, de los cristianos “pata negra”, por emplear una expresión coloquial. En este contexto, marcado por los confines netos, hay dichos de Jesús que parecen romper −o por lo menos desbordar− el Código de Derecho Canónico: “Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro. Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua porque sois del Mesías no quedará sin recompensa”. En otras palabras: que ni son todos los que están ni están todos los que son. La acción del Espíritu Santo desborda las fronteras de la comunidad eclesial. Hay más Espíritu y más profecía de lo que nosotros captamos con nuestros baremos humanos. Hay en nuestro mundo muchos profetas escondidos que nos hablan en nombre de Dios, muchas veces sin ser conscientes de ello. No hay, pues, lugar para la desesperanza. Dios sabe suscitar mensajeros por todas partes.
Donde menos imaginamos hay signos de que el Reino de Dios está creciendo. Dios Padre no echa en saco roto las oraciones de millones de personas que todos los días rezamos: “Venga a nosotros tu reino”. ¡Claro que el Reino está viniendo! Es probable que a veces sintamos la tentación de sentirnos los dueños de ese Reino o, por lo menos, los primeros destinatarios. Pero el amor de Dios es libre. No hay ningún ser humano excluido. Más aún, lo que Jesús nos revela −y, dicho sea de paso, nos escandaliza− es que los preferidos sean quienes no pertenecen a “nuestro grupo”, quienes no están en regla con la comunidad.
Si creemos entender esto sin dificultad, si no nos escandaliza un poco, lo más probable es que no hayamos captado su hondura y su fuerza transformadora porque, en realidad, supone volver del revés la manera demasiado humana de ver las cosas. Jesús no vino a sancionar una religiosidad natural, sino a revelar un rostro de Dios que va más allá de cualquier proyección humana.
Nos lleva toda la vida convertirnos a este Dios “siempre mayor”. Por paradójico que parezca, quienes pertenecemos al “grupo de los seguidores” solemos tener más dificultades para entender esta revolución que quienes se sienten excluidos y caminan por los márgenes de la vida. Para nosotros, Dios puede ser un artículo de lujo que se añade a otros agarraderos vitales: salud, compañía, dinero, trabajo, etc. Para quienes no tienen otro apoyo, Dios es su única esperanza, todo. Por eso entienden muy bien las palabras de Jesús. Sin ser formalmente de su grupo, se sienten dentro de su corazón, se saben queridos e integrados. Cuesta entender esta lógica, pero por eso mismo es divina y salvadora.
Hoy, último domingo de septiembre, la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. El tema elegido para este año es: Hacia un “nosotros” cada vez más grande.
Feliz domingo desde una Roma otoñal y somnolienta. Acompaño la entrada de hoy con algunas fotos de mi casa romana vestida con los colores del otoño.
Gonzalo, la reflexión que nos ofreces hoy me sugiere que así como decimos que hay un antes y un después de la pandemia, para la sociedad en general, que muchas cosas habrán cambiado, también en la Iglesia, cuando comparamos con tiempos atrás, habrá o ya hay, un antes y un después, con un Espíritu renovado a pesar de que nos aferramos a “nuestro presente” que nos impide un cambio personal.
ResponderEliminarVale la pena que analicemos nuestra vida y nos preguntemos: ¿por qué no acabamos de descubrir los signos que hay de que el Reino de Dios está creciendo?
Me han ayudado a completar la reflexión, dos ideas que da Armellini: “El Espíritu, la vida divina ha sido dado a toda persona… no está reservada para los bautizados”.
“Cuando veas el bien solo puedes alegrarte porque siempre es obra del mismo Espíritu que el Padre celestial ha dado a cada persona…”
Sí, acepto que hay “muchos profetas escondidos” , como dices en el título y que, quizás tampoco lo están tanto… Puede ser que no sepamos descubrirlos porque su manera de actuar, ni la visión de la vida, no están acordes con la nuestra.
Gracias Gonzalo por la profundidad de tu reflexión que no se limita a solo unos momentos y por la variedad de mensajes que conlleva, incluidas las fotos.