domingo, 9 de agosto de 2020

La audacia de creer

Ayer falleció en Batatais (Brasil) el misionero claretiano Pere Casaldàliga, el obispo-profeta. Tenía 92 años. Tengo poco que añadir a la entrada que escribí cuando cumplió 90 y que lleva por título Hay pocos así. Me brota una enorme acción de gracias por su dilatada vida. Fue una ofrenda a Dios y a los pobres. Murió como siempre quiso vivir: pobre y desarmado. Aunque hace unos días fue trasladado en avión a una población cercana a São Paulo para recibir tratamiento médico, será enterrado en su querido São Félix do Araguaia, en el corazón del estado de Mato Grosso, donde ha pasado más de 50 años como misionero y pastor. Lo encomiendo a ese Dios siempre mayor que fue descaradamente el motor de su vida. Hasta el telediario de RTVE, la televisión pública española, se hizo eco anoche de la noticia de su muerte. Su figura desborda el ámbito eclesial para convertirse en un representante de los que han luchado por un mundo distinto.

Hoy celebramos el XIX Domingo del Tiempo Ordinario. La primera lectura (1 Re 19,9.11-13) nos habla de la experiencia del profeta Elías en el monte Horeb a la que me referí hace un par de meses en el artículo titulado En la gruta del corazón. No es necesario repetir ahora su contenido. Prefiero fijarme en el Evangelio (Mt 14,22-33), que es la continuación del fragmento del domingo pasado. Cuando Mateo escribe este relato en la década de los 80 del siglo I, las comunidades cristianas están atravesando dificultades. ¿Cómo encontrar ánimo y fuerza en las palabras de Jesús para afrontar la situación? Mateo les hace comprender que Jesús mismo los “ha obligado” (la traducción litúrgica utiliza una forma más suave: “apremió”) a subirse en la barca cuando ya el día está de caída. Internarse en el mar a esa hora y con el viento contrario es muy peligroso. Pero estas son las condiciones normales de las comunidades cristianas, de la barca de la Iglesia. Tenemos que hacernos a la mar, confiando en la presencia misteriosa del mismo Cristo que parte el pan en la Eucaristía. Mientras, Jesús sube al monte a orar. Este contraste entre el Jesús solo en el monte (símbolo del encuentro con Dios) y los discípulos navegando por el mar (símbolo del peligro y del mal) parece reflejar bien la experiencia de la Iglesia a lo largo de la historia y, de manera muy especial, en estos tiempos de pandemia.

En realidad, “de madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua”. Con esta fórmula que parece sacada de una película de cine fantástico, Mateo quiere subrayar el dominio del Resucitado sobre las aguas, símbolo de la persecución y del mal. El problema es que los discípulos no lo reconocen como tal. Piensan que es un fantasma. Algo parecido nos pasa a nosotros. Cuando tenemos la impresión de que la barca de la Iglesia va a la deriva, de que no hay forma de luchar contra los vientos que rompen contra su casco, Jesús nos hace ver que viene a nosotros, que está cerca. Él nos sigue diciendo: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”. Pero, como Pedro, en vez de creer en sus palabras, exigimos algún signo visible: “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua”. Enseguida comprobamos que nos falta fe. Solo tras comprobar esta fragilidad y experimentar que la presencia de Jesús amaina el viento, nosotros, como Pedro y todos los demás, podemos postrarnos y hacer nuestra confesión de fe: “Realmente eres Hijo de Dios”.

Creo que nosotros estamos llamados a un itinerario semejante. Cuando experimentamos los zarpazos del viento sobre nuestra frágil barca personal, familiar o eclesial, nos parece que Jesús se ha desentendido de nosotros, que no está remando a nuestro lado. Entonces, como sucedió en los meses duros de la pandemia, inventamos nuestra propia respuesta y nos ponemos a cantar “Resistiré”. Nos parece que, si él no se ocupa de nosotros, podemos arreglárnoslas solos a base de coraje y resiliencia. Pero el mensaje del Evangelio de este domingo es otro. No se trata tanto de “resistir” cuanto de “creer”. Solo quien cree de verdad en Jesús pierde el miedo y se mantiene firme en las situaciones de peligro y persecución. Pere Casaldàliga fue un claro ejemplo de fe en condiciones extremas, incluida la persecución. No necesitamos milagros espectaculares, sino testigos como él para creer que Jesús sigue con nosotros y que, por tanto, no hay ninguna razón para tener miedo o perder la esperanza. 

Veré el sol con ojos nuevos
(Pedro Casaldáliga)

Entonces veré el sol con ojos nuevos
y la noche y su aldea reunida;
la garza blanca y sus ocultos huevos,
la piel del río y su secreta vida.

Veré el alma gemela de cada hombre
en la entera verdad de su querencia;
y cada cosa en su primer nombre
y cada nombre en su lograda esencia.

Confluyendo en la paz de Tu mirada,
veré, por fin, la cierta encrucijada
de todos los caminos d la Historia

y el reverso de fiesta de la muerte.
Y saciaré mis ojos en Tu gloria,
para ya siempre más ver, verme y verte.


1 comentario:

  1. A menudo, con cierto empeño masoquista de aumentar el peso de las propias culpas , en la Iglesia se nos ha enseñado que Jesús le reprochó a PEdro por su falta de fe y asumimos la imagen de un Jesús fastidiado, que reprende con dureza ... hoy me pregunto si ese reproche no habrá sido uno de esos reproches cariñosos que a veces le hacemos a las personas más queridas cuando no han contado con nosotros, cuando no nos han pedido la ayuda que con todo nuestro amor les hubiéramos dado, esos que los padres y madres hacen a sus hijos o los enamorados se hacen mutuamente... Tal vez nos hemos empeñado mucho en hacer notar que nuestra falta de fe "enoja" o "decepciona" a Dios, en lugar de insistir en que Él ya sabe bien que nuestra fe puede ser muy débil, pero aún así nos ama. Y no es que nos ame "a pesar de nuestra débil fe" sino que nos ama "con nuestra débil fe" y que ese "reproche es , mas que una reprimenda, un recordatorio de que debimos confiar en El y contar con Él... Ese típico recordatorio previo a "solucionar el problema" que a menudo se hace para poner en claro que nuestro amor podría haberlo prevenido si simplemente, la otra persona hubiera contado con nosotros... (y si, soy madre cinco hijos y abuela de tres nietos, mi reflexión está atravesada por mi experiencia ...) Saludos para ti Gonzalo y para todos los lectores desde Córdoba (Argentina)

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