En este XXI Domingo del Tiempo Ordinario Jesús nos formula dos preguntas: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? y ¿Quién decís vosotros que soy yo? Son preguntas que se unen a otras muchas que conocemos bien: ¿Qué buscáis? ¿Por qué lloras? ¿También vosotros queréis marcharos? ¿Quién es mi madre y mis hermanos? ¿Qué quieres que haga por ti? Las preguntas de Jesús nos
confrontan con la verdad de nosotros mismos, aunque no sé si en estos momentos
estamos para muchas disquisiciones. Tengo la impresión de que las preguntas que
hoy nos dan vueltas en la cabeza son de otro tipo: ¿Cuándo va a terminar la
pandemia? ¿Tendremos pronto una vacuna eficaz contra la COVID-19? ¿Con qué garantías
se puede empezar el nuevo curso académico y pastoral? ¿Qué va a pasar con los
que han perdido sus trabajos? Estas y otras preguntas parecidas coinciden con
lo que los expertos llaman “la
segunda ola del virus”. La preocupación es evidente. Sin embargo, no podemos
dejarnos atrapar solo por lo inmediato. El Evangelio de este domingo nos
propone alargar la mirada.
A la primera pregunta
de Jesús hubiera respondido con facilidad hace 40 o 50 años, cuando estaba en
boga el llamado “movimiento
de Jesús” y se prodigaban los musicales sobre su persona, desde Godspell
hasta Jesus Christ Superstar. Jesús era un líder juvenil que hacía suya
la estética hippy y reivindicaba la paz y el amor. Un poco más al sur de los
Estados Unidos, empuñaba también una metralleta y se convertía en líder
revolucionario. Después, los historiadores y teólogos fueron etiquetándolo de
diversos modos: campesino judío (Crossan), judío marginal (Meier), gurú del Mediterráneo,
etc. Ahora mismo, no sé bien lo que piensa “la gente”. Es probable que, para
muchos, la imagen de Jesús siga siendo la que aprendieron en la catequesis de
la primera comunión. No ha habido ningún desarrollo significativo. Para la
actual generación de jóvenes puede resultar casi un perfecto desconocido. Su propuesta de vida
resulta tan alternativa al estilo actual que la mejor manera de no complicarnos
es ignorarlo.
Pero la pregunta
que tiene más miga es la segunda: ¿Quién decís vosotros que soy yo? Podríamos
hacer nuestra la respuesta de Pedro -“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”-
y quedarnos tan tranquilos. Suena tan “ortodoxa” que nos ahorra ulteriores
problemas. Y, sin embargo, no es seguro que esa respuesta tenga que ver algo
con nuestra vida personal. Si dijéramos: “Tú eres el fundamento de mi vida, su
referencia última”, es probable que estas palabras reflejen mejor nuestra
experiencia de fe. En cualquier caso, la confesión del hombre Jesús como Mesías
e Hijo de Dios es la “piedra” sobre la que se asienta la Iglesia. Jesús mismo
garantiza que ningún tipo de mal podrá nunca destruir esta fe. Lo han intentado
muchos a lo largo de la historia, desde Nerón hasta Stalin, Hitler o Mao,
pasando por ateísmos de diverso género. Pero nadie, ni siquiera los propios
cristianos, podrá acabar con la fe que sostiene al mundo. Esta promesa es
una bocanada de esperanza en momentos en los que podemos tener la impresión de
que quedamos “cuatro gatos” mal contados. Confesar a Jesús como Mesías significa estar dispuestos a correr su misma suerte.
Respuesta nada fácil a la pregunta de Jesús: “Y tu, ¿quién dices que soy?
ResponderEliminarVoy descubriendo que según la etapa que vivimos y/o las circunstancias que nos acompañan, las respuestas son diferentes. La respuesta que un día, para mí, era válida y suficiente, otro ya no…
Hoy tu reflexión me ha hecho valorar que en Jesús encontramos la respuesta que se necesita en cada momento.
Muchísimas gracias por todo el material que has incluido a través de todos los enlaces.