domingo, 23 de agosto de 2020

Dos preguntas de cuidado

En este XXI Domingo del Tiempo Ordinario Jesús nos formula dos preguntas: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? y ¿Quién decís vosotros que soy yo? Son preguntas que se unen a otras muchas que conocemos bien: ¿Qué buscáis? ¿Por qué lloras? ¿También vosotros queréis marcharos? ¿Quién es  mi madre y mis hermanos? ¿Qué quieres que haga por ti? Las preguntas de Jesús nos confrontan con la verdad de nosotros mismos, aunque no sé si en estos momentos estamos para muchas disquisiciones. Tengo la impresión de que las preguntas que hoy nos dan vueltas en la cabeza son de otro tipo: ¿Cuándo va a terminar la pandemia? ¿Tendremos pronto una vacuna eficaz contra la COVID-19? ¿Con qué garantías se puede empezar el nuevo curso académico y pastoral? ¿Qué va a pasar con los que han perdido sus trabajos? Estas y otras preguntas parecidas coinciden con lo que los expertos llaman “la segunda ola del virus”. La preocupación es evidente. Sin embargo, no podemos dejarnos atrapar solo por lo inmediato. El Evangelio de este domingo nos propone alargar la mirada.

A la primera pregunta de Jesús hubiera respondido con facilidad hace 40 o 50 años, cuando estaba en boga el llamado “movimiento de Jesús” y se prodigaban los musicales sobre su persona, desde Godspell hasta Jesus Christ Superstar. Jesús era un líder juvenil que hacía suya la estética hippy y reivindicaba la paz y el amor. Un poco más al sur de los Estados Unidos, empuñaba también una metralleta y se convertía en líder revolucionario. Después, los historiadores y teólogos fueron etiquetándolo de diversos modos: campesino judío (Crossan), judío marginal (Meier), gurú del Mediterráneo, etc. Ahora mismo, no sé bien lo que piensa “la gente”. Es probable que, para muchos, la imagen de Jesús siga siendo la que aprendieron en la catequesis de la primera comunión. No ha habido ningún desarrollo significativo. Para la actual generación de jóvenes puede resultar casi un perfecto desconocido. Su propuesta de vida resulta tan alternativa al estilo actual que la mejor manera de no complicarnos es ignorarlo.

Pero la pregunta que tiene más miga es la segunda: ¿Quién decís vosotros que soy yo? Podríamos hacer nuestra la respuesta de Pedro -“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”- y quedarnos tan tranquilos. Suena tan “ortodoxa” que nos ahorra ulteriores problemas. Y, sin embargo, no es seguro que esa respuesta tenga que ver algo con nuestra vida personal. Si dijéramos: “Tú eres el fundamento de mi vida, su referencia última”, es probable que estas palabras reflejen mejor nuestra experiencia de fe. En cualquier caso, la confesión del hombre Jesús como Mesías e Hijo de Dios es la “piedra” sobre la que se asienta la Iglesia. Jesús mismo garantiza que ningún tipo de mal podrá nunca destruir esta fe. Lo han intentado muchos a lo largo de la historia, desde Nerón hasta Stalin, Hitler o Mao, pasando por ateísmos de diverso género. Pero nadie, ni siquiera los propios cristianos, podrá acabar con la fe que sostiene al mundo. Esta promesa es una bocanada de esperanza en momentos en los que podemos tener la impresión de que quedamos “cuatro gatos” mal contados. Confesar a Jesús como Mesías significa estar dispuestos a correr su misma suerte.

1 comentario:

  1. Respuesta nada fácil a la pregunta de Jesús: “Y tu, ¿quién dices que soy?
    Voy descubriendo que según la etapa que vivimos y/o las circunstancias que nos acompañan, las respuestas son diferentes. La respuesta que un día, para mí, era válida y suficiente, otro ya no…
    Hoy tu reflexión me ha hecho valorar que en Jesús encontramos la respuesta que se necesita en cada momento.
    Muchísimas gracias por todo el material que has incluido a través de todos los enlaces.

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