Aunque la respiración es un proceso automático, los expertos nos dicen que debemos “aprender a respirar”. De hecho, no es tan fácil como parece respirar en profundidad. Hay
muchas personas que se ahogan al hablar o al cantar porque no saben manejar bien
los tiempos de la inspiración y la expiración. Aprender a respirar, aparte de
contribuir a la salud y bienestar de todo el organismo, es un verdadero
aprendizaje espiritual porque la inspiración (recibir) y la expiración (dar)
expresan bien la dinámica de la vida espiritual. Lo que somos es fruto de una
gracia recibida. Lo que estamos llamados a ser es el resultado de una donación.
En definitiva, la respiración es un símbolo del amor: recibimos y damos, damos y
recibimos. Aprender a respirar bien es un entrenamiento en el arte de amar. Tendríamos
que dar mucha más importancia a la respiración en
nuestra vida cotidiana. Es verdad que en
algunos cursos de meditación se dedica tiempo a este aprendizaje, pero, en
general, se considera innecesario. Pareciera que por el hecho de inhalar espontáneamente
el oxígeno y exhalar dióxido de carbono, todos sabemos respirar bien. Y no es así.
Todo se complica
debido al estilo de vida urbano de la mayoría de la población. Vivimos en
ciudades contaminadas. Junto al oxígeno, respiramos también monóxido de
carbono y otros gases contaminantes. Es verdad que muchas ciudades están haciendo un esfuerzo por reducir las emisiones de estos gases y por
aumentar sus zonas verdes, pero todavía no es suficiente. Las consecuencias
nocivas para la salud han sido muy estudiadas. Quizá no tanto las
consecuencias negativas que la contaminación tiene en la vida espiritual. Si
respiramos aire contaminado, todo nuestro cuerpo se contamina. Es imposible que
esta contaminación física no acabe teniendo repercusiones en nuestro espíritu. Si
en vez de recibir un aire puro, recibo un aire contaminado, probablemente tendré
más dificultades para vivir con normalidad la dinámica de toda auténtica vida
espiritual: recibir amor y darlo. Para los cristianos, el “aire”, el “aliento”
(pneuma) por excelencia es el Espíritu
de Jesús. Él nos lo ha entregado como el impulso que necesitamos para respirar
la auténtica vida de Dios y así contribuir a “divinizar” todo.
Aprender a
respirar aire puro, además de equilibrar y sanear nuestro organismo, nos ayuda
a inhalar el Espíritu de Dios que se nos concede en el Bautismo. Cada vez que
respiramos aire puro con hondura y ritmo, nos estamos entrenando para vivir una
vida verdaderamente espiritual; es decir, una vida basada en la apertura a la
gracia de Dios (inspiración) y en la entrega desinteresada a los demás
(expiración). Huir de la contaminación ambiental y de la toxicidad humana parecen
condiciones imprescindibles para crecer en la vida del Espíritu. Por desgracia,
no siempre es fácil. A veces, parece que estamos condenados a vivir siempre en
ambientes contaminados. En ese caso, necesitamos rodearnos de plantas que
absorban el anhídrido carbónico del aire y, mediante la acción de la luz, lo
descompongan y liberen oxígeno en el ambiente en el que se encuentran. Hay
plantas físicas (siempre beneficiosas), pero hay plantas “espirituales”; es decir,
prácticas (como la respiración, la meditación, el ayuno o el paseo) que nos
ayudan a descontaminarnos y a ponernos en onda con el Espíritu.
Todo esta en el Ser. Dar, Compartir. Gracias por este maravilloso compas de la Vida Respira profundo lentamente 3 a 5 Veces la primera vez. gradualmente aumenta hasta llegar a 25 veces tres vaces al dia. tarde y noche es un Regalo. pruebalo.
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