Ayer por la tarde me acordé de una antigua canción del grupo Kairoi. La letra dice así: “En tu cruz sigues
hoy, Jesús, / te acompaña por donde vas, / en el hombre que está en prisión, / en
el que sufrirá / la tortura en nombre de Dios. / Cada llanto de un niño es / un
clamor que me lleva a ti. / Me recuerda que aún, / veinte siglos después, / continúas
muriendo ante mí”. En el camino de ejercicios espirituales que estamos
haciendo tuvimos un Viacrucis por el jardín de la casa. No fue necesario tirar
de imaginación porque ya estaba físicamente construido. Comenzando en la parte
más baja, el camino asciende por entre castaños hasta desembocar en la parte
superior del jardín. Cada estación está señalada por una pequeña construcción
que alberga una pieza de cerámica representando la escena correspondiente. Fue
un Viacrucis exprés. Duró poco más de media hora. La tarde era suave, de otoño
romano. No hubo reflexiones ni exhortaciones piadosas. Nos limitamos a enunciar
la estación, arrodillarnos brevemente, contemplar el bajorrelieve alusivo y
orar por las personas conocidas que están haciendo un Viacrucis existencial. El
nuestro era devocional; el suyo se parecía mucho más al vivido por Jesús.
Me sorprendí de
la cantidad de nombres que fueron apareciendo a lo largo de las catorce
estaciones. Era como una “internacional del dolor”. Salieron los nombres de nuestros
padres ancianos, de amigos o familiares sometidos a operaciones graves, de
personas que están padeciendo depresiones, problemas afectivos, penurias económicas, búsqueda de trabajo, etc. Pedimos por los emigrantes y refugiados, por las víctimas
de la droga y la extorsión, por los niños abusados, por los países sometidos a
dictaduras. Éramos 24 misioneros de varios países. Actuábamos como portavoces
de las personas que han querido compartir con nosotros su cruz. Sentí que la
cruz de Jesús sigue teniendo hoy muchas expresiones. No es posible retirarse a
un lugar tranquilo fingiendo que no existe el dolor. Un retiro que olvide a las
personas que sufren es un retiro mentiroso, una forma de huir del Cristo que
sigue sufriendo. Terminado el Viacrucis, entramos en la capilla para realizar
la adoración de la Cruz, un rito que la liturgia reserva para el Viernes Santo.
La misma expresión resulta provocativa. ¿Se puede “adorar” la cruz que es signo
de tortura y de muerte? En realidad, para los cristianos la cruz no es tanto un
patíbulo cuanto un trono. Por eso, porque con la muerte/resurrección de Jesús
comienza una nueva etapa en la historia, preferimos llamarla el árbol de la
vida.
Me meto en la
piel de quienes no creen, de quienes a veces atisban que “tiene que haber algo”
pero se estrellan contra el muro del sufrimiento de los inocentes. La pregunta
recorre la historia humana: “Si existe
Dios, ¿por qué permite que sus hijos e hijas sufran? ¿No es una contradicción
lacerante hablar de un Padre bueno y después contemplar el dolor que asola el
mundo?”. El creyente calla, no despliega una batería de respuestas
insustanciales, no cae en la trampa de encontrar una palabra justa para todo.
Hay realidades que superan toda explicación. En realidad, lo que el creyente
hace es ponerse a recorrer el camino de la cruz con Jesús. No huye del
sufrimiento sino que lo abraza y lo carga en sus hombros. El Dios en el que
creemos no es el tirano que contempla con fría distancia el dolor de sus hijos
y permanece impasible. En Jesús hemos aprendido que Dios se desnuda y se
convierte en el cirineo de todo hombre o mujer que prueba en sus carnes el
sufrimiento. Él carga nuestras cruces. Él sufre con nosotros. Él aguanta al
aparente sinsentido del Viernes y del Sábado Santo. Y él nos incorpora a su
triunfo pascual: “Si morimos con Cristo,
viviremos con él”. No es un cuento de hadas para narcotizar el dolor. Es la
verdad que millones de personas están viviendo con profunda fe. Jesús sigue hoy
en la cruz de quienes, ante las pruebas de la vida, no reniegan de Dios, sino
que lo sienten como su compañero de camino. Esta presencia misteriosa es
bálsamo en la herida y puerta abierta a la esperanza.
Adoramus te Christe benedicimus tibi,quia per crucem tuam
ResponderEliminarredemisti mundum...
Hola, tenía un placer enorme cantarlo con nuestro coro durante el Triduo Pascual. Las palabras en latín y la belleza de la canción me llevaron casi al cielo.
Pero el sentido de esta oración me hizo quedar arrodillado y meditar el misterio del Amor infinito. Cruz...la entrega... el Amor... el servicio...
Me encanta adorar la cruz, porque siento entonces que Dios me amó tanto hasta entregar su vida por mi para que yo tenga la vida.
Nuestro Señor sufrió todos los dolores del mundo y así entiende mejor nuestras debilidades y soledad.
Muchas gracias Gonzalo por tu reflexión. Me ha hecho pensar hoy.
Buen día para todos