Siempre me han atraído las preguntas de Jesús. La mayoría de ellas me resultan más provocativas que sus discursos. Una buena pregunta nos obliga a sacar de nuestra bodega interior algunos tesoros que ni siquiera sabíamos que existían. No es lo mismo aceptar una respuesta que viene de fuera que elaborarla uno mismo a partir de una pregunta que contiene en sí misma el germen de esa respuesta. No es fácil formular buenas preguntas. Jesús no pregunta para demostrar lo inteligente que es o para satisfacer su curiosidad. Pregunta para ayudar a las personas a conocerse más y a encontrar dentro de ellas mismas las respuestas que les pueden ayudar a crecer. Las preguntas de Jesús son como la levadura. Se pierden en la masa de las palabras, pero contienen energía suficiente para darles sentido. De entre las muchas preguntas reportadas en los Evangelios, escojo solo tres. Son breves, directas e intemporales. Suenen hoy igual que sonaron cuando él las pronunció. Creo que es saludable dejarse tocar por ellas y no precipitar la respuesta. Irá saliendo sola, una vez que la pregunta haya echado raíces en nosotros y haya comenzado a germinar.
¿Qué buscáis? (Jn 1,38). Esta pregunta es el primer mensaje que Jesús pronuncia en el Evangelio de Juan. Es la misma pregunta que sigue dirigiendo a quienes andamos por la vida con poco confusos, como a tientas. Él no comienza diciéndonos: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Nos ayuda primero a explorar nuestras inquietudes. Es probable que a menudo no sepamos lo que buscamos o si buscamos algo en realidad. Muchas personas se dejan llevar. Tienen la impresión de estar ejecutando un guion que alguien ha escrito para ellas, pero no sienten que hayan tomado las riendas de su vida. Responder que todos buscamos ser felices es una respuesta demasiado genérica como para que nos toque el alma. En cualquier caso, la felicidad no es el resultado de una búsqueda obsesiva de un objeto o una persona, sino el fruto que acompaña la experiencia de haber encontrado un sentido a la propia vida. ¿Qué buscamos, en realidad? Popularmente se habla de la tríada “salud, dinero y amor”. A medida que vamos ganando años, la preocupación por la salud aumenta; en algunas personas se convierte en obsesión. El interés por el dinero nunca desaparece, pero el tiempo lo relativiza, sobre todo si se ha tenido alguna experiencia negativa en relación con él. ¿Qué decir del amor? Es el ingrediente que más necesita el ser humano para ser feliz. Hay personas que, escarmentadas por los reveses de la vida, se han vuelto escépticas. Hay otras que han desarrollado una enorme capacidad de donación y gratitud. No hay respuestas prefabricadas. Jesús deja en suspenso la pregunta hasta que la respuesta se abra camino.
¿Por qué has dudado? (Mt 14,31). Esta pregunta se la formula Jesús a Pedro cuando éste vacila mientras la barca zozobra en el pequeño mar de Galilea. Si algo nos caracteriza a los hombres y mujeres del siglo XXI es la duda constante. No estamos seguros de nada. Desconfiamos de la religión, de la política y hasta de nosotros mismos. La duda –no sólo la metódica que nos ayuda a crecer sino la escéptica que mina los cimientos– se ha instalado en nuestro disco duro como un virus que afecta a todo el sistema. Funcionamos mal porque hemos perdido la confianza. ¿Cómo se puede vivir sin confiar en que la realidad es buena, en que hay motivos para la esperanza? A Jesús le cuesta entender la duda de Pedro, pero la acepta. Solo le pide que profundice en los motivos. Pedro ha dudado porque, en el fondo, no sabía quién era Jesús y cuál era su poder. Nosotros dudamos porque, aunque nos consideremos creyentes, no vivimos de la fe. Buscamos asideros por todas partes. Creemos cuando todo encaja y nos volvemos agnósticos o rebeldes cuando las piezas del puzzle no encuentran el acomodo que nos gusta. Dudar es humano. A Jesús no le escandalizan nuestras dudas. Lo que quiere es que, a partir de ellas, indagando hasta el fondo, a prendamos a creer de otra manera. Po eso nos anima a buscar lo que hay detrás de nuestras dudas, a no temer miedo a poner nombre a nuestras inconsistencias, temores o frustraciones.
¿Qué quieres que haga por ti? (Lc 18,41). Es la pregunta que Jesús dirige al ciego que estaba junto al camino de Jericó. No es una pregunta de cortesía. Jesús quiere responder a las verdaderas necesidades de la persona. Él no impone la salvación caiga quien caiga. Apela siempre a nuestra libertad, a nuestros deseos, a nuestras necesidades. Si Jesús saliera hoy al camino de nuestra vida y nos repitiera esta pregunta, ¿qué responderíamos? Conecta con la primera (¿qué buscáis?), pero introduce un toque personal (por ti) que nos estremece. Jesús piensa en cada uno de nosotros. Ese “por ti” alude a una relación muy personal. Acaso la respuesta más profunda sea la misma que dio el ciego: “Señor, que vea”. Quizás nosotros podríamos responder algo semejante: “Señor, que encuentre la dirección de mi vida, que no me extravíe, que mi gente esté bien, que las personas que quiero se encuentren contigo, que este mundo nuestro no se convierta en un polvorín sino que camine hacia la paz y la justicia que tú quieres…”.
Os invito a que hoy nos dejemos alcanzar por estas tres preguntas de Jesús y, sin prisas, dejemos que desciendan hasta nuestro fondo personal y originen respuestas sinceras, luminosas, transformadoras. A los que tenéis el hábito de escribir, os recomiendo que, al final del día, intentéis responderlas por escrito. Os sorprenderéis del poder evocador de bolígrafo.
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