Dependemos de los medios de comunicación para saber lo que pasa en el mundo. Por ellos nos enteramos de los
desastres del tifón Manghkhut en Filipinas, del asesinato
de una joven golfista española en los Estados Unidos o del derribo
de un avión militar ruso en Siria. La realidad queda reducida a lo que nos
cuentan. Y lo que nos cuentan depende de muchos factores: testigos, acceso a
las fuentes, honradez y competencia de los reporteros y editorialistas, intereses corporativos, etc. Por eso
necesitamos, en la medida de lo posible, contrastar las informaciones y adoptar
siempre una distancia crítica con respecto a lo que nos presentan como real y,
sobre todo, en relación con los consejos que nos dan sin que los hayamos
pedido. En los últimos años se multiplican los artículos de periódicos en los
que los lectores somos tratados como tontos profesionales: Las siete cosas que
usted hace mal cuando prepara la pizza, Los veinte destinos que no puede
perderse, Seis maneras de cepillarse mal los dientes… Se nos dan pistas incluso
para reconocer
un buen melocotón. Estos consejos, aparentemente inocuos, orientan nuestros
intereses, crean tendencias y, poco a poco, van robando nuestra capacidad de
análisis y nuestra toma libre de decisiones.
Cuando entramos en el
campo de la fe y la religión, las cosas se complican. La mayor parte de las noticias
que se publican sobre estas cuestiones son siempre negativas. Si yo fuera un
adolescente que me asomase por vez primera a este mundo, acabaría creyendo que ser
creyente significa ser un retrasado mental, una persona de mal gusto, un inmaduro y, en algunas ocasiones, un criminal. De no tener una experiencia personal de lo
que significa creer en Dios y pertenecer a la comunidad eclesial, uno jamás se
apuntaría a un club que parece un nido de víboras a punto de estallar.
Necesitamos los datos que nos proporcionan los medios de comunicación para
saber algo de lo que pasa en el mundo. Necesitamos los puntos de vista críticos
de sus analistas, algunos de ellos muy agudos y sugerentes. Pero necesitamos, por encima de todo, un criterio personal
que nos permita juzgar la veracidad de las informaciones y la
actitud que adoptamos ante ellas. La fe en Jesús no puede depender de la última
noticia reportada por un periódico, del documental ofrecido por una televisión
o del intercambio de opiniones de una tertulia radiofónica.
Cada vez me convenzo más
de la necesidad de cuidar la formación de quienes piden el Bautismo.
Por antipopular que resulte, es necesario seguir un catecumenado que traduzca a
las condiciones actuales lo que se hacía en la Iglesia de los primeros siglos.
Nadie puede ser cristiano por mera tradición familiar o por impregnación
cultural. Se es cristiano como libre respuesta a la llamada de una persona, Jesús, que se conoce, se
ama y se testimonia. Esto significa que el conocimiento, el amor y la misión son
ingredientes fundamentales de una experiencia cristiana madura. No podemos
creer -o dejar de creer- a golpe de telediario, a merced de las encuestas de
opinión o como reacción emocional ante hechos que suceden. Siento una profunda tristeza cuando una persona, aparentemente madura, reacciona así ante una noticia que le desagrada: Conmigo que no cuenten, yo me borro de la Iglesia. ¿Qué fe es esa que se borra por una simple noticia, por escandalosa que sea?
Buenas tardes amigo Gonzalo.
ResponderEliminarNo puedo estar más de acuerdo con lo expresado en este artículo.
Vivimos en un mundo lleno de desinformación, donde los libros y sabidurías milenarias se están viendo sustituidas por opiniones demasiado vulgares y a veces malintencionadas conducidas por habilidosos pilotos de redes sociales y medios de comunicación. Mención especial para aquellas personas que tienen funciones públicas y trabajan vagamente para revertir esta situación.
Es hora de abrir más nuestro corazón y menos el teléfono móvil u ordenador.
Un saludo.
Pablo Melero Vallejo.