Apenas tengo tiempo para escribir. Me levanto muy temprano y me acuesto tarde. El día está lleno de viajes, ceremonias de bienvenida, entrevistas personales, reuniones con diversos grupos de personas, examen de documentos y múltiples celebraciones. Una visita canónica –y más en el trópico– resulta bastante agotadora. Por eso, las entradas de las últimas semanas han sido casi bocetos, apuntes rápidos robados a un tiempo del que no disponía. Espero que los amigos del Rincón sabrán disculparme si hay días en que las ideas no fluyen con orden y concierto. Saltan del ordenador a internet sin revisión previa. Hoy quiero detenerme un poco más. No puedo por menos que escribir algo sobre la solemnidad del Inmaculado Corazón de María antes de presidir la Eucaristía matutina en nuestra iglesia de Kuravilangad. Excepcionalmente, teniendo en cuenta mi presencia, será una misa en rito latino (no en el rito siro-malabar al que pertenece la comunidad) y en inglés (no en malabar, la lengua local). Me acordaré, de manera especial, de todos los que visitáis a menudo este Rincón. Para los Misioneros Claretianos, éste es el día de nuestra fiesta mayor porque nuestro nombre original es Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Sí, ya sé que es muy largo para los tiempos que corren. También sé que suena como de otra época, pero es el nombre que Claret quiso para esta Congregación y del que yo estoy enamorado.
En una sociedad competitiva, discriminadora e injusta, sueño en un mundo con Corazón. Creo que el Corazón de María es un cofre lleno de tesoros del que podemos extraer la fuerza que necesitamos. San Antonio María Claret lo entendió muy bien. De entre las muchas frases suyas que me resultan inspiradoras, hoy me quedo con una que escribió en sus Propósitos tras los ejercicios espirituales de 1864: “Tendré para con Dios, corazón de hijo; para conmigo mismo, corazón de juez; y para con el prójimo, corazón de madre”. Está inspirada en un texto de fray Luis de Granada. Me he permitido alterarla un poco para ajustarla a la versión musical que corre entre los claretianos. No sé si uno puede tener tres corazones a la vez, pero la frase es significativa. El primer corazón se refiere a nuestra relación con Dios. Ante él, no somos siervos sino hijos. Un hijo respeta a su padre, lo obedece y lo quiere. Tal vez hoy nos cuesta conjugar estos verbos con soltura, pero, por lo menos, sabemos en qué dirección tendríamos que caminar. Un hijo no se asusta de su padre ni lo niega o esconde porque sabe que un buen padre solo puede querer a sus hijos. Sentirse hijo de Dios nos permite caminar por la vida con la cabeza alta, henchidos de una dignidad que ninguna otra experiencia nos proporciona. No hace falta que seamos los primeros en nada. Basta que vivamos con gratitud nuestra condición filial.
El segundo corazón tiene que ver con la actitud que mostramos hacia nosotros mismos. Tener corazón de juez con uno mismo puede sonar mal en tiempos en los que los manuales de autoayuda que tanto se prodigan hoy insisten en que, si queremos ser felices, no debemos juzgarnos, sino aceptarnos tal como somos. La intracrítica tiene un efecto destructivo. Pero quizás la frase de Claret va en otra dirección. No tiene nada que ver con autocastigarnos de manera insana. Un juez no es un verdugo. El juez examina, discierne, separa lo verdadero de lo falso y luego dicta sentencia. Juzgar no significa condenar sino evaluar una conducta, un acontecimiento, una situación. En este sentido, ser jueces de nosotros mismos significa aprender a tomar conciencia de lo que nos pasa, a discernir su significado y a no permitir que nosotros mismos nos engañemos. Tener “corazón de juez” es poseer un corazón sabio, capaz de ponderar la verdad de las personas y las cosas, insobornable ante la adulación y el chantaje, prudente en la toma de decisiones, resistente en las adversidades. ¿Quién no necesita un trasplante con un corazón de este tipo?
Y, por fin, el tercer corazón. Hace referencia al tipo de relación que debemos mantener con el prójimo. Claret no duda: debemos tener un “corazón de madre”. No creo que esta categoría necesite muchas explicaciones. Los seres humanos sabemos como por instinto lo que significa el amor de madre. Es un amor que se anticipa a nuestra existencia y que se prolonga incluso después de la muerte. Es un amor incondicional, profundo, duradero, delicado, detallista, protector e impulsor. Todas las madres llevan este amor dentro, pero ninguna consigue expresarlo a cabalidad porque el corazón humano, incluso el más libre, está contaminado por el egoísmo. Solo María de Nazaret, la mujer llena de gracia, tiene un Corazón Inmaculado. Por eso, puede reflejar sin distorsiones el amor de Dios. Este “Corazón de Madre” es el que necesitamos para lubricar las relaciones humanas deterioradas. A esta Madre le pido hoy de manera especial por todas las personas que están experimentando rupturas afectivas, distancias insalvables, rencores acendrados. Algunas han compartido conmigo en los últimos días situaciones de este tipo. Que Ella nos conceda un corazón como el suyo para amar sin medida.
En una sociedad competitiva, discriminadora e injusta, sueño en un mundo con Corazón. Creo que el Corazón de María es un cofre lleno de tesoros del que podemos extraer la fuerza que necesitamos. San Antonio María Claret lo entendió muy bien. De entre las muchas frases suyas que me resultan inspiradoras, hoy me quedo con una que escribió en sus Propósitos tras los ejercicios espirituales de 1864: “Tendré para con Dios, corazón de hijo; para conmigo mismo, corazón de juez; y para con el prójimo, corazón de madre”. Está inspirada en un texto de fray Luis de Granada. Me he permitido alterarla un poco para ajustarla a la versión musical que corre entre los claretianos. No sé si uno puede tener tres corazones a la vez, pero la frase es significativa. El primer corazón se refiere a nuestra relación con Dios. Ante él, no somos siervos sino hijos. Un hijo respeta a su padre, lo obedece y lo quiere. Tal vez hoy nos cuesta conjugar estos verbos con soltura, pero, por lo menos, sabemos en qué dirección tendríamos que caminar. Un hijo no se asusta de su padre ni lo niega o esconde porque sabe que un buen padre solo puede querer a sus hijos. Sentirse hijo de Dios nos permite caminar por la vida con la cabeza alta, henchidos de una dignidad que ninguna otra experiencia nos proporciona. No hace falta que seamos los primeros en nada. Basta que vivamos con gratitud nuestra condición filial.
El segundo corazón tiene que ver con la actitud que mostramos hacia nosotros mismos. Tener corazón de juez con uno mismo puede sonar mal en tiempos en los que los manuales de autoayuda que tanto se prodigan hoy insisten en que, si queremos ser felices, no debemos juzgarnos, sino aceptarnos tal como somos. La intracrítica tiene un efecto destructivo. Pero quizás la frase de Claret va en otra dirección. No tiene nada que ver con autocastigarnos de manera insana. Un juez no es un verdugo. El juez examina, discierne, separa lo verdadero de lo falso y luego dicta sentencia. Juzgar no significa condenar sino evaluar una conducta, un acontecimiento, una situación. En este sentido, ser jueces de nosotros mismos significa aprender a tomar conciencia de lo que nos pasa, a discernir su significado y a no permitir que nosotros mismos nos engañemos. Tener “corazón de juez” es poseer un corazón sabio, capaz de ponderar la verdad de las personas y las cosas, insobornable ante la adulación y el chantaje, prudente en la toma de decisiones, resistente en las adversidades. ¿Quién no necesita un trasplante con un corazón de este tipo?
Y, por fin, el tercer corazón. Hace referencia al tipo de relación que debemos mantener con el prójimo. Claret no duda: debemos tener un “corazón de madre”. No creo que esta categoría necesite muchas explicaciones. Los seres humanos sabemos como por instinto lo que significa el amor de madre. Es un amor que se anticipa a nuestra existencia y que se prolonga incluso después de la muerte. Es un amor incondicional, profundo, duradero, delicado, detallista, protector e impulsor. Todas las madres llevan este amor dentro, pero ninguna consigue expresarlo a cabalidad porque el corazón humano, incluso el más libre, está contaminado por el egoísmo. Solo María de Nazaret, la mujer llena de gracia, tiene un Corazón Inmaculado. Por eso, puede reflejar sin distorsiones el amor de Dios. Este “Corazón de Madre” es el que necesitamos para lubricar las relaciones humanas deterioradas. A esta Madre le pido hoy de manera especial por todas las personas que están experimentando rupturas afectivas, distancias insalvables, rencores acendrados. Algunas han compartido conmigo en los últimos días situaciones de este tipo. Que Ella nos conceda un corazón como el suyo para amar sin medida.
Feliz fiesta del Inmaculado Corazón de María
a todos los amigos
del Rincón de Gundisalvus
Saludos desde Rusia. Feliz fiesta.
ResponderEliminarFeliz fiesta también para ti, Gonzalo, y para todos los Misioneros con los que estos días compartes vida y misión... Gracias por el esfuerzo que haces a diario para mantenerte fiel al Rincon... Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias, querido Padre Gonzalo, tan precioso texto inspirador de San Antonio María Claret, en sus "Propósitos", tras l8s Ejercicios Espirituales de 1864. Doy a Dios por vuestra queeida comunidad y que el Inmaculado corazón de Maria albergue y proteja el carisma claretiano! Feluz fiesta.
ResponderEliminarFraternalmente,
Rigoberto. Desde Colombia
Muchas gracias por tu esfuerzo al escribir la entrada a diario, por tenernos presentes en las celebraciones y por las palabras tan bonitas dedicadas al Corazón de María.
ResponderEliminarAdemás, me ha gustado mucho saber que la canción que cantamos en misa está inspirada en un texto del Padre Claret