Tengo un buen número de amigos que se llaman Juan. Hoy es su fiesta. A través de estas líneas, quisiera darles las gracias por lo que significan para mí. Y, junto con ellos, reflexionar sobre la extraña y atractiva figura de san Juan Bautista, cuyo nacimiento celebramos hoy. Jesús llegó a decir de él que “no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan”. Y fue grande por un motivo que resulta paradójico: porque supo retirarse en el momento oportuno. Él intuyó que las cosas tenían que cambiar, que no era posible seguir viviendo en un mundo en el que muchos no cumplían la ley de Dios. Reaccionó con ardor. No se contentó con aceptar las cosas como estaban. Se fue al desierto. Condujo una vida ascética. Reunió a algunos discípulos y comenzó un camino de penitencia y conversión. Poseía madera de líder. No tenía miedo a cantar las cuarenta a quien fuera necesario, incluso al rey Herodes. Sentía pasión por la verdad. Odiaba las medias tintas. Se sentía heredero de una vigorosa tradición profética. Su voz era clara y enérgica. Provocaba adhesiones y rechazos a partes iguales. Aunque era hijo de un sacerdote del templo de Jerusalén, es probable que muchos sacerdotes no lo vieran con buenos ojos.
Pues este Juan no duda en retirarse cuando siente que tiene ante Él a la Verdad, a la Luz, a la Vida. Juan, ten celoso, sabe reconocer en Jesús al enviado de Dios y dejarle todo el espacio. No quiere ocupar el centro. Se convierte en un eco de la Voz, en un susurro de la Palabra, en un indicador del Camino. Se retira tanto que hasta desaparece físicamente, víctima de las malas artes de Herodes y su entorno. La grandeza de un ser humano se mide por lo que es capaz de hacer, pero –de una manera más profunda– por su capacidad para dejar hacer. En un día como hoy no me pierdo en muchas reflexiones teológicas. Pienso en Juan como modelo para nuestra vida cotidiana. Hay personas que, por su temperamento o cualidades, tienden a ocupar siempre todo el espacio. Necesitan estar en el centro y que los demás reconozcan esa centralidad. Se hacen notar. Hay otras, por el contrario, que se vuelven casi invisibles para que los demás puedan ocupar su propio espacio. Solo aparecen cuando son llamadas o cuando su presencia es necesaria.
No es fácil retirarse en el momento oportuno. Es un arte. A los padres les cuesta retirarse para que sus hijos puedan crecer con autonomía. A los jefes de cualquier tipo les cuesta retirarse en el momento justo para que otros ocupen sus puestos. Solemos aducir todo tipo de argumentos para mantenernos siempre en nuestro puesto. El más socorrido es el de que “a mí trabajar me da vida”. Nos cuesta entender que, a veces, damos más vida a los demás cuando dejamos de ocupar un espacio que les corresponde. Admiro a algunas personas con un liderazgo empático y positivo, pero admiro más, si cabe, a las que saben echarse atrás para que otras puedan dar un paso delante, a aquellas que no están siempre hablando de sus cualidades y de lo maravillosas que son, sino que tienen la capacidad de descubrir y promocionar las cualidades de los demás. Estamos necesitados de muchos Juanes que sepan retirarse a tiempo. Ellos no son la Luz, sino solo testigos de la Luz, amigos del Novio.
Muchas felicidades a todos mis amigos que llevan este precioso nombre.
Gracias querido amigo Gonzalo por tu felicitación y por tan preciosa reflexión. Como todos las mañanas, agradezco desde mi corazón tu maravilloso punto de vista sobre los cientos de asuntos cotidianos que tratas. Ese es uno de mis regalos y lo recibo todos los días. Gracias y feliz domingo de San Juan.
ResponderEliminar