He seguido con sorpresa la designación de Giuseppe Conte como nuevo primer ministro de Italia y la de Pedro Sánchez como presidente del gobierno de España. Hace unas pocas semanas, nadie hubiera apostado por ellos. La política nos tiene acostumbrados a maniobras que parecen romper las reglas del juego. Tampoco yo había imaginado que, a sus 80 años, mi hermano claretiano Aquilino Bocos Merino pudiera ser nombrado obispo y cardenal de la Iglesia católica. Pero la vida esclesial está también llena de sorpresas y carambolas. No siempre sucede lo que hemos pensado o programado. Lo que a algunos les produce desconcierto, a otros los reconcilia con la complejidad de todo lo humano y les abre nuevas posibilidades. Me hago estas reflexiones en un día en el que celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Solo desde el corazón podemos interpretar el sentido más profundo de los cambios que se producen en la vida porque el corazón, el centro de la persona, conecta todos los hilos sueltos.
Hay personas que, desde niños, parecen haber nacido para ejecutar un programa bien establecido. Sus padres han previsto el tipo de educación que van a recibir y ellas se acomodan. A menudo se casan con las novias o novios de toda la vida, acceden al puesto que se habían propuesto, realizan el trabajo para el que se habían preparado… y hasta se mueren según lo previsto. Nihil novum sub sole. Pero hay otras personas que parecen moverse, como en una partida de billar, a golpe de carambolas. Planean una cosa y les sale otra. Se matriculan en una carrera y acaban realizando otra distinta. Se enamoran de una persona, pero, por diversas circunstancias, se casan con otra. Las carambolas se producen muy a menudo en el acceso a los cargos de poder y autoridad. Conozco a personas que planean concienzudamente conquistarlos, tanto en el ámbito civil como en el eclesiástico. Hacen todo lo posible por hacerse notar y mostrar su valía. Ensanchan sus redes de contactos, se apuntan a cuantas recepciones se organicen, maniobran en la sombra, desprestigian a sus posibles contrincantes, compran el favor de sus electores y están siempre en la línea de salida. Pero nunca son elegidas. Hay otras, por el contrario, a las que jamás se les hubiera ocurrido aspirar a un cargo de responsabilidad. Están centradas en su trabajo, se exponen lo menos posible y huyen de las maniobras como de la peste. A veces, cuando menos lo piensan, les cae encima un cargo o responsabilidad.
Me he preguntado muchas veces qué extraña lógica rige nuestros procesos de elecciones y designaciones, tanto en la sociedad como en la Iglesia. Hay gente muy valiosa, con alta cualificación y rectas actitudes, con la que nunca se cuenta. No forman parte del círculo de los “elegidos” y tampoco lo desean. Y gente inepta, arribista, que acaba escalando los primeros puestos. Luego, todos tenemos que sufrir su falta de preparación y su ineficacia, narcisismo y prepotencia. Cada vez me convenzo más de que, en estos procesos, juega un papel decisivo la diosa Fortuna, por emplear el valor simbólico de la conocida deidad romana. No importa tanto lo que vales o lo que puedes aportar, sino la suerte que tengas. Estar en el momento justo, conocer a las personas adecuadas, jugar las cartas con astucia… son acciones que, a la postre, resultan más determinantes que la cualificación profesional o la rectitud moral. No siempre somos gobernados por los mejores, sino por aquellos que, en el momento justo, “pasaban por allí”. He tenido la oportunidad de comprobarlo en algunos procesos electivos (capítulos de congregaciones religiosas, designación de obispos, etc.). Son las carambolas de la historia.
Lo que, de entrada, puede producir vergüenza y hasta rabia, admite una segunda lectura. Dios se sirve de las “carambolas de la historia” para ir realizando su plan de salvación. Nadie había pensado en el joven David como rey de Israel y, sin embargo, fue elegido. A nadie se le habría ocurrido confiar el gobierno de la comunidad cristiana al inexperto pescador Pedro y, sin embargo, ocupó ese puesto. Un judío fanático como Pablo no era, de entrada, el candidato ideal para predicar el Evangelio a los gentiles y, sin embargo, se convirtió en el gran apóstol de las gentes. Angelo Roncalli era un anciano cardenal y, sin embargo, fue elegido Papa. No siempre lo que nosotros consideramos óptimo, prudente y oportuno coincide con lo que Dios quiere. Por eso, es mejor dejarse llevar por una sana (y santa) indiferencia. Ni buscar ni rechazar. Las “carambolas de la historia” nos llevan adonde jamás habíamos imaginado. Lo mejor es vivir el día a día con calma, centrados en nuestro trabajo, y dejar que Dios haga su obra y, de vez en cuando, nos sorprenda con “salidas de tono”. A lo mejor contienen más novedades y oportunidades de las que pensamos.
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