A pesar de las lluvias recientes, hace mucho calor en esta misión de Kaghaznagar. Hoy será un día intenso. Además de entrevistarme con los siete misioneros que componen esta comunidad, tendré que reunirme con los alumnos y profesores del colegio, visitar dos conventos de religiosas, celebrar la misa en la parroquia y recibir a la gente. Mientras tecleo estas notas, recuerdo que ayer en Roma, en el consistorio convocado por el papa Francisco, el arzobispo claretiano Aquilino Bocos recibió los símbolos de su nueva condición de cardenal. Y hoy, solemnidad de san Pedro y san Pablo, concelebrará la Eucaristía con el papa Francisco en la plaza de san Pedro. Con motivo de esta fiesta, especialmente significativa en Roma por conservar la tumba de ambos apóstoles, imagino un diálogo entre estas dos figuras capitales de la iglesia primitiva. No hablan del pasado sino del presente. ¡Hasta puede que hablen de cosas que nos interesan a los amigos de este Rincón!
Pablo: No imaginaba que haría tanto calor en Roma. Echo de menos el fresquito de Jerusalén al atardecer.
Pedro: No olvides que Roma está a unos 20 metros sobre el nivel del mar y Jerusalén casi a 800. Eso marca la diferencia.
Pablo: Quizá haya otras diferencias más acusadas. Para mí Jerusalén representa las raíces y Roma los frutos. En Jerusalén crucificaron al Maestro. A Roma ha llegado su mensaje. Las dos ciudades significan mucho para mí. Es como si el pasado y el presente se dieran la mano. Llegará también el turno de Nueva York, Bogotá, Buenos Aires, Lagos, Kinshasa, Manila, Tokio...
Pedro: Te confieso que no acabo de creerme lo que nos ha sucedido. No me extraña que tú hayas llegado hasta aquí. Al fin al cabo, eras un ciudadano romano originario de Tarso, un hombre culto. Pero yo, fíjate en mis manos, yo era un simple pescador en el lago de Galilea.
Pablo: No importa quiénes éramos en el pasado, sino quiénes somos ahora, después de haber conocido a Jesús. Él nos ha cambiado. Si te soy sincero, creo que a mí me ha bajado de categoría para hacerme un servidor. Era demasiado engreído, confiaba mucho en mis fuerzas. A ti, en cambio, te ha subido hasta convertirte en la piedra de nuestra comunidad.
Pedro: ¿Piedra yo? No sabes lo blando y débil que soy. Tú te convertiste de perseguidor en apóstol, pero yo pasé de apóstol a traidor.
Pablo: Los dos vivimos de pura misericordia. No tenemos por qué dar vueltas a cómo éramos o cómo somos. Nos basta su gracia.
Pedro: Si no fuera por ella, ¿cómo podríamos explicarnos haber llegado hasta aquí? Estamos en la capital del mundo a causa de su nombre. Y no me extrañaría mucho que, más pronto que tarde, tuviéramos que derramar nuestra sangre por él como él la derramó por nosotros.
Pablo: A estas alturas de mi vida no me importa lo que pueda suceder. Es verdad que sigo viviendo, pero tengo la impresión de que es él quien vive en mí. No deseo otra cosa que conocerle él, compartir sus padecimientos y experimentar el poder de su resurrección.
Pedro: ¡Menos mal que a Jesús se le ocurrió elegir también a un teólogo! No creo que con un grupo de pescadores hubiera ido muy lejos.
Pablo: No sabes hasta qué punto me humilla mi elocuencia. Estoy convencido de que él ha elegido lo débil del mundo para confundir a los fuertes. Yo antes me creía uno de los fuertes. Estaba tan convencido de la fuerza de la Ley que me volví un fanático. Ahora me siento más débil que nunca.
Pedro: Débil tal vez, pero has tenido el valor de anunciar su nombre a los gentiles, yendo más allá de las fronteras de nuestro pueblo Israel. Te has atrevido a predicar el Evangelio en muchos lugares del imperio. Has corrido peligros de todo tipo. Te han detenido. Has sido encarcelado. Nada te ha apartado de ese amor de Dios que parece que arde en ti como fuego abrasador.
Pablo: Lo tuve claro desde que él me alcanzó en el camino de Damasco. Él ha derramado su sangre por todos los seres humanos. No he hecho otra cosa que predicar este evangelio por donde el Espíritu me ha llevado. Tú, Pedro, nos recuerdas el centro. Yo soy un hombre de periferia.
Pedro: Tal vez tengas razón. Me parece que las dos fuerzas son necesarias en nuestra Iglesia.
Pablo: Alguna vez fui duro contigo porque creía que estabas jugando a dos bandas, pero el paso del tiempo me ha hecho comprender mejor la misión que Jesús te confió.
Pedro: No podemos jugar con sus palabras.
Pablo: No podemos malinterpretar su espíritu.
Cae la noche sobre Roma. El cielo se ha vuelto rojizo. Muchas palabras se las lleva el viento, pero las que se quedan en el corazón permanecen para siempre. Pedro y Pablo se abrazan. Corren algunas lágrimas por sus mejillas. Se dan cuenta de que son los primeros cardenales de la iglesia de Jesús, verdaderos goznes de una puerta que cada vez se abre más. Mañana será otro día.
¡Enhorabuena a los 14 nuevos cardenales
de la Iglesia y, de manera especial,
al cardenal claretiano
Aquilino Bocos Merino!
de la Iglesia y, de manera especial,
al cardenal claretiano
Aquilino Bocos Merino!
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