Sin entrar ahora a juzgar esta esperpéntica situación (y mucho menos a las personas implicadas), Pentecostés nos recuerda que “la unidad prevalece sobre el conflicto”. Es uno de los cuatro criterios de discernimiento que el papa Francisco nos ofrece en la exhortación Evangelii gaudium (nn. 217-237). En la segunda lectura de la fiesta de hoy leemos que “lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”.
Beber del mismo Espíritu no significa que todos tengamos que ser iguales. En la diversidad de carismas y ministerios consiste la armonía del cuerpo eclesial. Lo importante es ser conscientes de que formamos parte del único cuerpo de Cristo. En él se habla una sola lengua (la del amor), codificada en todas las lenguas del mundo porque el amor es concreto y universal: “Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse”.
La pluralidad lingüística (que es una manifestación de la diversidad humana) no engendra caos ni división: “Cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua”. Solo el Espíritu regalado por Jesús a la Iglesia y al mundo es capaz de crear la unidad en la diversidad, la libertad en la obediencia, la alegría en el sufrimiento, la audacia en el temor. Por eso, sin Espíritu, la Iglesia se reduce a una expendeduría de servicios religiosos, a una ONG de personas sensibles y solidarias, a una multinacional de la enseñanza y las obras sociales.
Necesitamos como nunca abrirnos a la fuerza del Espíritu Santo para superar todas las tendencias diabólicas (es decir, rupturistas o totalitarias) que anidan en nuestros corazones, en nuestras comunidades y en el mundo. Con toda la Iglesia cantamos hoy con fuerza: Riega la tierra en sequía, / sana el corazón enfermo, / lava las manchas, / infunde calor de vida en el hielo, / doma el espíritu indómito, / guía al que tuerce el sendero.
El pentecostés lucano (primera lectura) subraya que el Espíritu es el impulsor de la misión universal, habla todas las lenguas del mundo, es un viento y un fuego que renueva todo. El pentecostés paulino (segunda lectura) acentúa que el Espíritu crea la unidad del cuerpo de la Iglesia en la diversidad de sus miembros. Por último, el pentecostés joánico (evangelio) asocia el don del Espíritu a la paz y el perdón de los pecados. Necesitamos todos estos dones para que las normales polaridades de la vida no se conviertan en dilemas que nos separen y enfrenten, sino en fuentes de enriquecimiento y de fraternidad.
Gracias por volver querido amigo, te estábamos echando de menos. Me has ayudado a comprender mejor, con lo que hoy nos sorprende, qué significa la presencia del Espíritu Santo en nuestro interior. Gracias.
ResponderEliminarMuy cerradas tus reflexiones. Feliz Pentecostés 🙏❤️🤗
ResponderEliminarGracias por toda la entrada que lleva a mucha reflexión… Y por la distinción del Pentecostés lucano, paulino y joánico… Se vive el mismo Espíritu desde aspectos diferentes, como nosotros lo vivimos a partir de las diferentes experiencias de nuestra vida.
ResponderEliminarCuando he leído de tus ocupaciones a lo largo de la semana, me ha venido el recuerdo de una de las frases de la Secuencia del Espíritu: “Ven, Espíritu divino… descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo…” Gracias Gonzalo.
!Ven Espíritu fraterno!
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