sábado, 25 de mayo de 2024

A la orilla del Ebro


Tardé una hora y veinte minutos en llegar en tren desde Madrid a Zaragoza. La ciudad del Ebro me recibió con una temperatura que se acercaba a los 30 grados. Voy a pasar aquí esta jornada del sábado para presidir el matrimonio de una joven pareja. La novia es hija de una de mis primas. Hacía tiempo que no venía a la capital de Aragón, una ciudad que siempre me ha resultado acogedora, friendly, como dicen ahora los modernos. He preparado la ceremonia junto con los novios. Me gustan mucho las lecturas que han escogido porque ayudan a entender el misterio del matrimonio en un contexto social -e incluso eclesial- que ha ido difuminando su sentido. 

No vivimos hoy precisamente un gran entusiasmo por esta forma de vida. Muchas parejas optan por convivir sin establecer ningún tipo de compromiso. Cada vez hay más hombres y mujeres que ni siquiera desean asumir el “peso” de la convivencia y prefieren relacionarse conservando su independencia. Lo que parece una conquista moderna no es sino una forma de regresión a modelos ya ensayados en otras épocas históricas. Por eso, en este contexto fluido, el matrimonio cristiano aparece como demasiado nuevo, demasiado moderno como para ser entendido a cabalidad. Que un hombre y una mujer se prometan amor personal, fiel y fecundo parece algo imposible en estos tiempos volátiles e inciertos. Y ciertamente lo es… a menos que Dios nos conceda ese don y nosotros lo acojamos con libertad.


Un matrimonio cristiano es hoy uno de los mejores signos de la existencia de Dios, una manifestación de su gracia en el vaso frágil de nuestra humanidad. Quienes vivís desde hace años la experiencia de estar casados sabéis mejor que yo que el camino está alfombrado con desafíos constantes, incluyendo el más peligroso de todos, la rutina. Pero sabéis también que Dios va haciendo su obra y que, superada la etapa inicial de romanticismo, el amor va adquiriendo el tono de una apuesta decidida por buscar lo mejor para el cónyuge, pasa por los pequeños detalles de una convivencia respetuosa, amable y -si el término se entiende bien- cómplice. 

Pocas cosas hay más hermosas que contemplar a una pareja de ancianos que se quieren con ternura después de haber recorrido juntos un largo camino de pruebas y triunfos, alegrías y tristezas, éxitos y fracasos. La ternura de Dios se transparenta en la mirada que se regalan quienes han experimentado que, con la gracia, es posible quererse con alegría y fidelidad y compartir ese amor con hijos y nietos. Quizás el ocaso de la fe en las sociedades occidentales está muy ligado al ocaso del matrimonio y de la familia. Al fin y al cabo, los cristianos creemos que la familia es la Iglesia doméstica en la que experimentamos el amor incondicional de Dios y aprendemos a responderle con gratitud.


Imagino que en la celebración de hoy habrá muchas personas que hace tiempo que no pisan una iglesia y que ni siquiera sabrán recitar las oraciones de la misa. Suele ser el pan nuestro de cada día en bautizos, bodas, primeras comuniones y funerales. Por eso, las hemos incluido en el folleto que hemos preparado. Hay que reconocer que para una gran mayoría (no creyentes e incluso algunos creyentes) se trata de actos sociales en los que se participa por deferencia con quien invita, aunque muchos se los ahorrarían si no fuera una falta de cortesía social. Más allá de la experiencia de fe, hemos perdido también la ritualidad que todavía conservan otras sociedades en las que lo personal no está desligado de lo social. En la mayor parte del mundo sería impensable que un hombre y una mujer entendieran su relación como un mero asunto privado, regulado solo por la intensidad de sus emociones. 

Con todo, no soy pesimista. Creo que sierpe hay que encontrar el lado bueno de las cosas. Es verdad que en ocasiones hay que dar un golpe en la mesa y denunciar la hipocresía de nuestras costumbres sociales, completamente vacías de significado, pero la mayor parte de las veces podemos soplar la llama vacilante y tratar de sacar el máximo partido de lo que existe. La vida está llena de sorpresas. Dios puede hablarnos a todos cuando menos lo pensamos, también en la celebración de una boda. ¿Por qué no abrir nuestros oídos y escuchar? 


1 comentario:

  1. Gracias por compartir... El tema del matrimonio, cuando lo vivimos desde nuestra vocación laical, no es fácil, porque los dos, por mucho que parezca que se llega en paralelo, no se llega con la misma fuerza... cada uno llega con su mochila que se va descubriendo poco a poco... No es la aceptación de unn día, es la aceptación del día a día, con sus altibajos..
    GraciasGonzalo por ayudarnos a la reflexión en este tema.

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