Se está bien en este lugar de la montaña colombiana. La temperatura oscila entre 24 grados de máxima y 14 de mínima. Con frecuencia llueve por la noche y hace sol durante el día. A veces me entran ganas de decir lo que dijeron los apóstoles cuando subieron con Jesús a una montaña alta: “¡Qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas!”. Sé que, dentro de unos días, tendré que bajar de nuevo al valle de la vida cotidiana, pero es bueno, de vez en cuando, subir a la montaña, tomar distancia de las cosas ordinarias y ver la realidad desde otra perspectiva.
Dentro de unas horas comenzará oficialmente la campaña electoral en España, aunque llevamos ya varias semanas de inundación política. Creo que me hace bien estar lejos del torrente mediático. Tengo ya ganas de que el 23 por la noche quede despejado el panorama. Mientras llega ese día, me llegan noticias de amigos y compañeros que están viviendo diversas experiencias en este mes de julio. Hay varios capítulos y asambleas generales en marcha. Hay también numerosos campamentos, experiencias de voluntariado, cursos de verano, colonias infantiles, peregrinaciones a diversos santuarios, etc. Otras muchas personas están deseando que llegue el mes de agosto porque es el mes de las vacaciones, un tiempo para vivir fuera de casa.
En todos estos casos, cuando uno sale de su casa y se pone en camino, sucede una aventura interior que simboliza nuestro anhelo más profundo. Salimos de nuestra casa porque deseamos buscar algo distinto, encontrar personas nuevas, experimentar nuevas sensaciones, anticipar un trozo de cielo en la tierra. Hay personas a las que les gusta mucho “salir de casa”, necesitan hacerlo porque se ahogan dentro de las cuatro paredes. Hay otras, por el contrario, que prefieren “volver a casa”, necesitan encontrarse seguras y protegidas dentro del hogar.
Más de una vez me he preguntado por el significado de estas dinámicas. A unos les gusta salir y a otros les gusta entrar y permanecer. De los primeros se suele decir irónicamente que, si se cae su casa, no les va a pillar encima porque casi nunca están en ella. Quizás el carácter extrovertido o introvertido tenga mucho que ver con nuestra relación con la casa. Confieso que a mí me gusta mucho salir, pero también entrar. A veces, para valorar la propia casa y lo que significa, necesitamos salir mucho.
En mis años de Roma me pasaba una buena parte del año fuera de casa, viajando de un lugar a otro. Cuando volvía a casa solía experimentar un gran alivio: ¡Home, sweet home! Valoraba la tranquilidad y comodidad de mi cuarto, la comida italiana y, sobre todo, los hermanos de comunidad. Pero quienes estaban casi siempre en Roma solían decirme con ironía: “Te gusta estar en casa porque estás casi siempre fuera”.
Cuando Jesús llama a sus primeros discípulos lo hace para que estén con él (entrar) y para enviarlos a predicar (salir). Esta parece ser la dinámica de la vida cristiana. A veces necesitamos “entrar”, mejorar nuestro autoconocimiento, cultivar la oración en la intimidad, buscar un poco de silencio, etc. Otras veces necesitamos “salir”, cumplir nuestras obligaciones laborales, encontrarnos con otras personas, divertirnos, anunciar el Evangelio, etc. El equilibrio entre ambos movimientos (entrar y salir) nos ayuda a vivir de manera armónica. ¡Ojalá la “salida” que hacemos durante los períodos vacacionales nos ayude luego a realizar una “entrada” serena en el ritmo ordinario!
Necesito “salir” para poder “entrar” y conectar conmigo misma con más riqueza y valorando el “silencio”. Es bueno poder vivir el contraste de vez en cuando, es lo que tu comentas: “El equilibrio entre ambos movimientos (entrar y salir) nos ayuda a vivir de manera armónica.”
ResponderEliminarGracias Gonzalo… En la experiencia de Medellín, viví el salir para luego entrar… Me siento muy identificada contigo cuando dices que te vienen ganas de decir como los apóstoles : ““¡Qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas!”.