domingo, 5 de febrero de 2023

Saleros y candelabros


Las lecturas de este Quinto Domingo del Tiempo Ordinario vienen revestidas de luz. Jesús, que es la luz del mundo, nos dice que también nosotros somos la luz del mundo porque somos un reflejo de la suya, pequeños espejos donde reluce el sol que es él. El salmo 111 canta que “el justo brilla en las tinieblas como una luz”. Siguiendo al profeta Isaías (primera lectura), seremos luz cuando partamos el pan con el hambriento, hospedemos a los pobres sin techo, cubramos a quien veamos desnudo y no nos desentendamos de los nuestros. Esta clave nos permite afrontar con esperanza las situaciones oscuras. 

¿Qué hacer cuando nos sentimos como dentro de un túnel y no vemos ninguna luz en el horizonte, ninguna salida? ¿Quién de nosotros no ha atravesado alguna vez por situaciones de tiniebla y oscuridad? Lo que antes nos parecía claro y luminoso de repente se torna opaco. Nada nos dice nada. Las personas próximas nos parecen extrañas. Lo compartido con ellas se torna insignificante. Perdemos las ganas de trabajar porque no vemos sentido a lo que hacemos. Las palabras propias y ajenas nos suenan vacías. Nos faltan fuerzas para seguir caminando. Tenemos la tentación de quedarnos todo el día en la cama como quien busca refugio en el vientre materno para no enfrentarse a la dura realidad de cada día. Las cosas mejores (la vida, la fe, la vocación, la amistad) nos parecen cuentos de hadas que no tienen nada que ver con nosotros. Tenemos la sensación de que nadie, ni siquiera las personas más cercanas, se hacen cargo de lo que nos pasa. Nos sentimos solos y desamparados.


En circunstancias semejantes cobran fuerza sanadora las palabras del profeta Isaías: “Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía”. Resulta paradójico que se nos invite a ofrecer a los demás de lo nuestro cuando nosotros nos sentimos indigentes, pero es en esa salida de nosotros mismos hacia los demás en donde nuestra oscuridad se vuelve mediodía. En el éxodo del yo indigente al tú necesitado pasamos de las tinieblas a la luz. 

¿Cómo es posible semejante transformación? Pablo lo explica con claridad porque él mismo vivió en carne propia algo semejante. Por eso, dirigiéndose a los Corintios (segunda lectura), escribe: “También yo me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”. Cuando somos débiles, entonces somos fuertes. De este modo se ve que nuestra fortaleza no se basa en nuestras cualidades o en nuestro bienestar personal, sino en la fuerza de Dios. Somos “luz del mundo” y “sal de la tierra” cuando nos convertimos en reflejo humilde del único que puede iluminar y dar sabor a este mundo oscuro e insípido. No iluminamos más cuanto más brillantes somos, sino cuanto nos convertimos en reflejo de la luz de Jesús desde una actitud humilde.


El ambiente en el que vivimos hoy ha inoculado tanto en nosotros el virus del triunfo, la brillantez y la felicidad a toda costa, que nos venimos abajo cuando tomamos conciencia de nuestros límites, cuando no brillamos como nos gustaría. Nos cuesta convivir con nuestra fragilidad y explorar nuestras sombras. No cuesta aceptar que no siempre las cosas vayan bien, que es humano atravesar periodos oscuros sin que por eso se hunda el mundo. Me parece que hoy la Palabra de Dios nos ayuda a entender que es precisamente en esos momentos de debilidad cuando podemos convertirnos en mediación de Dios. 

Si somos capaces de salir de nosotros mismos, Dios iluminará nuestras tinieblas y nos convertirá en linternas vivientes para otros que atraviesan situaciones semejantes. ¿Cuántas veces hemos experimentado que no siempre ayudamos mejor a los demás cuando estamos pletóricos, sino cuando nosotros mismos mendigamos un poco de comprensión y de cariño? La vida cristiana es siempre paradójica. Cuando nos sentimos fuertes nunca logramos nada. Cuando nos vemos débiles y sin rumbo, Dios es capaz de transformar nuestra debilidad en fortaleza.


Escribo esto al final de una semana en la que no he parado desde primera hora de la mañana hasta la noche. El taller sobre “Liderazgo Claretiano Discerniente” me absorbe casi por completo. A duras penas encuentro tiempo para responder los correos urgentes o escribir las entradas del blog. Pero me reconforta el hecho de ver a 30 claretianos de Asia meterse de lleno en una aventura que puede repercutir muy positivamente en la animación de nuestra vida misionera en este inmenso continente. 

Desde este hermoso y tranquilo rincón de Karukutty, en Kerala, os deseo a todos un feliz domingo. Jesús no dice que “tenemos que” ser luz del mundo y sal de la tierra, sino que, en la medida en que somos discípulos suyos, ya lo estamos siendo. Hay muchos saleros y muchos candelabros dispersos por el mundo. Por eso, podemos ver el camino y saborear la vida en medio de tantas contradicciones y dificultades.

2 comentarios:

  1. Gracias porque en el Blog podemos encontrar luz y sal... Buen domingo y buen trabajo... Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Gonzalo, por tus reflexiones siempre acertadas, gracias por iluminar lo concreto de la vida. Que el Señor bendiga tu tarea en la India.

    ResponderEliminar

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.