Disfruto con la música, casi con cualquier tipo de música, aunque reconozco que a veces sufro con algunas de las músicas que hoy están de moda. En nuestro taller de liderazgo nos hemos servido hoy del Bolero de Ravel, una melodía que dentro de cinco años cumplirá su primer siglo de vida. Hemos comenzado examinando la partitura para comprender mejor el tema que se repite 18 veces con un ritmo obsesivo y diversa instrumentación. Para acercarnos a esta pieza ya clásica, aunque todavía joven, he escogido el flashmob que hace años organizó la Banda Sinfónica del pueblo valenciano de Algemesí.
Todo sucedió un frío 23 de febrero de 2013 a mediodía en la Plaza del Mercado. De repente, aparece un músico en el centro de la plaza. Comienza a marcar el ritmo con su tambor. Poco a poco se van añadiendo los demás músicos con sus respectivos instrumentos. Son las flautas las primeras que enuncian el tema. El director hace su presencia con discreción. No es el primero en llegar. Es evidente que los músicos dominan la partitura. A medida que la melodía va cobrando fuerza, se agrupa bastante gente alrededor de la banda formando un anillo protector. Hay niños pequeños que, subyugados por el ritmo, comienzan a aplaudir encaramados en los hombros de sus padres. Otros curiosos toman fotos con sus móviles. Algunos espectadores se entretienen un momento y luego se retiran.
Entre los músicos hay hombres y mujeres, gente de edad y adolescentes y jóvenes. Tanto los instrumentos de viento como los metales y la percusión van ocupando sus lugares. La melodía no se interrumpe durante los más de ocho minutos que dura su ejecución. Cada músico sabe cuándo, dónde y cómo incorporarse al conjunto sin llamar la atención y sin perturbar el desarrollo de la pieza. El director, a diferencia de otros directores superestrella, pasa casi desapercibido. Se nota que se ha dejado la piel en los ensayos. Después del esfuerzo de semanas o meses, ahora todo fluye con aparente facilidad. El crescendo querido por Ravel es evidente. Al final, se logra el clímax. Los timbales y los platillos se encargan de remarcarlo con golpes oportunos.
Todo sucede en una plaza pública, no en una sala de conciertos. A primera vista, no se dan las condiciones acústicas ideales. Un purista se hubiera negado a tocar ahí. La música se mezcla con los ruidos de la calle. La temperatura tampoco es la idónea para un concierto. Hace frío. Los músicos van enfundados en abrigos. Es probable que en algunos casos hasta tengan las manos ateridas y esto dificulte la ejecución de la pieza. Lo más sorprendente es que, en medio de tantas limitaciones, la pieza de Ravel suena con fuerza y brillantez y logra cautivar a muchos viandantes. ¡Es el milagro de la música!
La aplicación al liderazgo es muy fácil. De hecho, la alta participación de los talleristas a la hora de comentar el vídeo así lo demuestra. Insisten en que todos pueden tocar con armonía porque siguen la misma partitura compuesta por Ravel. No se dedican a inventarse las notas. En nuestro caso, esa partitura común es el Evangelio, tal como nos viene propuesto en nuestras Constituciones. Para que la ejecución de nuestra misión sea eficaz se requiere mucho tiempo de ensayo; es decir, de formación inicial y permanente. No tenemos que esperar a que se den las condiciones óptimas para el anuncio del Evangelio. Hay que lanzarse a la calle cuanto antes, sin temor, confiados en el Espíritu, que es el protagonista de la misión. La palabra de Dios es para todos, no para una élite de privilegiados. Es seguro que, si sale a la plaza, muchos se sentirán atraídos por ella y responderán a su modo.
A la tarea del anuncio nos vamos incorporando en momentos distintos. La melodía del Evangelio no se detiene nunca. Todos caben si han aprendido bien la partitura: ancianos y jóvenes, sanos y enfermos, profesionales y aficionados. La tarea del director/líder es discreta. No se impone a los músicos/misioneros, simplemente saca lo mejor de cada uno de ellos y trabaja la coordinación entre todos para que el Evangelio suene con armonía. Hay unidad y diversidad. Unos vienen y otros van. La suerte está echada.
La descripción que haces del “flashmob” que organizó la Banda Sinfónica de Algemesí, lleva a mucha reflexión y a descubrir la unidad en la diversidad… Todos tienen una formación diferente, tocan instrumentos diferentes, pero consiguen, unidos, tocar una misma partitura.
ResponderEliminarTodos podemos aplicárnoslo a nuestra vida cotidiana… No podemos tocar, a la vez, más de un instrumento, pero es importante que cada cual sepa descubrir, sus cualidades y dar lo máximo para que haya armonía, en la familia y en la sociedad.
Me gusta y me ayuda la comparación que haces con el Evangelio y el hecho de evangelizar: “No tenemos que esperar a que se den las condiciones óptimas para el anuncio del Evangelio… Todos caben si han aprendido bien la partitura: ancianos y jóvenes, sanos y enfermos, profesionales y aficionados… Unos vienen y otros van…”
Gracias Gonzalo por despertar inquietudes misioneras, cada cual desde su lugar.