Este sábado me he levantado, como todos los días, a las 5,30. Media hora más tarde, en siete vehículos, nos hemos dirigido a la cercana parroquia de Little Flower dedicada a Santa Teresa de Lisieux. Hemos tardado solo un cuarto de hora en llegar. Me imagino que para la gente que participaba en la misa matutina del sábado habrá sido una sorpresa el hecho de haber encontrado a 30 sacerdotes de varios países celebrando la Eucaristía. Nos hemos trasladado ahí por una razón. Uno de nuestros compañeros indios, que trabaja como misionero en Macau (China), perdió a su anciana madre hace exactamente tres años, el 11 de febrero de 2020. Dadas las fuertes restricciones que entonces había en China por razón de la pandemia de Covid, no pudo viajar a la India para participar en el funeral de su madre. Hoy, en compañía de toda su familia y de todos nosotros, ha presidido una misa por su eterno descanso. De esta manera, como él mismo decía, se ha cerrado un duelo que ha durado tres años.
Después de la misa hemos visitado el cementerio parroquial, contiguo a la iglesia, para orar ante la tumba de su madre. Todo ha durado alrededor de hora y media. Era la primera vez que algunos de mis compañeros de Indonesia, Filipinas y Corea participaban en una misa en rito siro-malabar. Les han sorprendido algunas cosas, pero todos han admirado la participación de los fieles y la belleza de la celebración.
Durante el desayuno hemos hablado sobre la importancia de la liturgia en la vida cristiana y sobre la variedad de ritos que hay en la Iglesia Católica. A lo largo de mi vida como sacerdote, he podido celebrar la Eucaristía en cinco ritos: romano (la mayor parte de las veces), ambrosiano (en la diócesis de Milán), mozárabe (en la diócesis de Toledo), siro-malabar (en Kerala, India) y congoleño (en la República Democrática del Congo), aunque este último no es un rito en cuanto tal, sino un “uso congoleño” del Misal Romano aprobado por la Santa Sede. Algunos que han vivido en los Estados Unidos bromeaban sobre un inexistente “rito americano” en el que el cura es una especie de showman que busca, sobre todo, entretener a la asamblea para que no se aburra demasiado durante la celebración dominical.
En más de una ocasión he escrito sobre las diversas maneras de celebrar la Eucaristía en los distintos contextos. Hoy quiero volver brevemente sobre este asunto, consciente de que es un terreno minado. Ya dice el socorrido chiste que es más fácil hablar con un terrorista que con un liturgista. Con el primero hay alguna posibilidad de negociar y llegar a acuerdos; con el segundo es sencillamente imposible. Bromas aparte, estamos viendo los muchos problemas que han surgido a propósito de la autorización para celebrar la misa según el misal de Pío V (en la iglesia latina) o las fuertes tensiones litúrgicas que han estallado también en la iglesia siro-malabar.
¿Por qué ponemos tanta pasión en las cuestiones litúrgicas? A veces, es por razones culturales, políticas e incluso económicas y de poder. No hay que espiritualizar demasiado. Defender un rito implica a menudo defender una ideología, una lengua, un territorio o un modo de ser. Pero hay una razón más profunda. Se suele decir que “lex orandi, lex credendi”. Este axioma podría traducirse libremente así: “Dime cómo oras y te diré en qué crees”. La liturgia es una expresión de nuestra fe. La manera de celebrar expresa nuestra manera de creer. No se trata, pues, solo de cuestiones rituales, sino de algo que tiene que ver con nuestra imagen de Dios y con nuestra comprensión de la Iglesia, de la evangelización y del verdadero significado de los símbolos. Para un oriental, por ejemplo, es esencial el sentido del misterio y de la adoración. No entendería la manera como suele presidir la misa un cura estadounidense. Le parecería demasiado autocéntrica y teatral. Es probable que al cura americano, el modo oriental le resulte muy lejano, hierático y hasta anacrónico.
A un africano, el modo europeo le suele parecer rígido, corto y frío. Muchos europeos, por su parte, no entienden que para un africano la música y la danza sean expresiones de fe tan apreciadas. A los curas latinoamericanos les encanta llenar las celebraciones de palabras, explicaciones y símbolos. A un oriental esa abundancia le parece una verborrea innecesaria, una reducción de la liturgia a didáctica y catequesis.
Todos podemos encontrar muchos defectos en la manera como celebran los demás. ¿Podríamos cambiar de perspectiva para ver de qué manera los otros modos pueden ayudarnos a comprender mejor la riqueza inconmensurable de la liturgia cristiana? Sin necesidad de repetir modos que no nos son connaturales, ¿podríamos aprender algo de los demás y, al mismo tiempo, revisar nuestros excesos o defectos? También en este campo podemos aprender mucho unos de otros. Esa es la conclusión a la que llego. Sabiduría, humildad y apertura son tres condiciones básicas para una liturgia significativa.
A medida que leía la entrada de hoy, me iba sonando algo de la de anteayer: “Déjame tocar el bolero”… En la Eucaristía nos encontramos todos, con vivencias diferentes según las culturas, pero que, al final, todas tienen un denominador común de alabanza y agradecimiento al Dios de la vida.
ResponderEliminarPodemos tener un problema de adaptación por la falta que hay de tener muy claro y vivir en profundidad nuestras Eucaristías. Hay muchos detalles que nos pasan por alto.
Poder acompañar a una familia, a un hermano vuestro, claretiano, en un momento difícil ayuda a vivir “la comunión” con los demás y a experimentar la fuerza de la oración compartida.
Gracias Gonzalo, que la fiesta de la Virgen de Lourdes nos ayude a continuar nuestros caminos compartidos y así poder experimentar toda la riqueza de la vida espiritual.