Navegar por un río ancho y silencioso es una de esas experiencias que no están a nuestro alcance todos los días. Ayer pude hacerlo durante una hora por el río Periyar, el más largo y caudaloso de Kerala. Como estaba previsto, después de celebrar en nuestra sede la misa dominical, nos pusimos en camino hacia el Carmel Garden, que es un recinto ecológico gestionado por los CMI, una congregación fundada en la India en 1855. Recorrimos a pie las diversas secciones y luego, acompañados por un guía local, nos internamos en la selva para hacer un recorrido a pie. Por desgracia o por fortuna, no nos encontramos con ninguna manada de elefantes. El guía nos aclaró que a mediodía suelen buscar sitios más frescos que los que nosotros recorrimos.
Aunque estamos en la estación seca, el verde de la vegetación cubría todo como una especie de manto protector. Tras el almuerzo, regresamos al río para hacer un trayecto en barco equipados con nuestros chalecos salvavidas. Pudimos contemplar las aves que volaban cerca de nosotros y también algunos alces que se acercaron a beber a la ribera y que, en cuanto notaron nuestra presencia, huyeron atemorizados. Aunque a algunos de mis compañeros les dio por cantar y bailar a ritmo de una música machacona, yo preferí dejarme embriagar por el silencio de la naturaleza y de vez en cuando hacer alguna foto.
Para quienes vivimos en una ciudad grande, este contacto directo con la selva tropical tiene algo de curativo. Respiré lentamente, contemplé las dos colinas que se dibujaban en el horizonte y disfruté con la estela de espuma que iba dejando el barco a medida que se deslizaba por un río manso y verdoso. De vuelta a casa, tras casi un par de horas en autobús, comprendí que de vez en cuando necesitamos desconectar para volver a conectarnos con más fuerza. El calor fue intenso durante las horas centrales del día, pero lo sobrellevamos bien. Después de cenar, caí rendido en la cama, así que esta mañana me ha costado levantarme temprano como solemos hacer aquí.
Hoy es el penúltimo día de nuestro taller. Lo dedicaremos íntegramente al discernimiento. ¿Cómo ayudar a nuestros hermanos a discernir la voluntad de Dios en las complejas situaciones de la vida actual? No es nada fácil, pero no podemos renunciar a ello. Mientras ultimo algunos detalles de mi presentación, caigo en la cuenta de que, aunque vivimos en un mundo globalizado y, por tanto, interdependiente, Asia todavía conserva un modo original de ver las cosas que no está contaminado ni por el escepticismo europeo ni por el consumismo americano. Se nota el peso de su multisecular historia. Cree en la dimensión trascendente de la vida y disfruta de las cosas sencillas. Se guía por valores estables, aun cuando existan también graves incongruencias que saltan a la vista. No importa que uno sea un gran experto en informática, un cultivador de arroz o un misionero rural. También esto es un ejercicio de discernimiento.
Lo que está desangrando poco a poco a Europa no es el progreso científico y técnico ni tampoco el estado social del bienestar. Ambos son avances innegables. Es algo más sutil que solo se percibe bien cuando uno toma distancia y se desengancha un poco del día a día. Es la cultura del “todo da igual”, del “sálvese quien pueda” y del “a vivir, que son dos días”. Ese cóctel de relativismo, egocentrismo y hedonismo, presentado a veces como expresión de libertad y madurez, es una pócima que conduce irremediablemente a la decadencia. Podemos todavía reaccionar, pero me temo que no será fácil remontar la pendiente nihilista de la historia. Los creyentes en Jesús no tendríamos que cansarnos de intentarlo mediante una vivencia fresca y compartida del Evangelio; o sea de una buena noticia que nunca pierde actualidad porque siempre conecta con las aspiraciones más profundas de los seres humanos, por más que muchos tengan la impresión contraria.
Cuando he compartido estas cosas con algunos de mis amigos, me han tildado de pesimista, a sabiendas de que por temperamento soy un optimista incorregible. Pero no creo que se trate de un estado de ánimo bajo, sino de una constatación, del fruto de un discernimiento hecho a lo largo del tiempo y contrastado una y otra vez con bastantes personas.
Eso no significa -¡faltaría más!- que no haya muchas semillas de vida, muchas experiencias de búsqueda y solidaridad, mucha gente excepcional y generosa, signos de insatisfacción frente al materialismo y expresiones de inquietud espiritual. Se refiere, más bien, a una etapa histórica, al cansancio producido por una cultura que ya no cree en altos ideales que justifiquen la entrega de la propia vida y que tampoco cree, por supuesto, que la existencia humana esté llamada a una vida plena más allá de la muerte.
Es verdad que seguimos esforzándonos por afrontar las batallas diarias de la vida familiar, del trabajo y de la integración social. Pero a menudo lo hacemos más por instinto de supervivencia y por rutina que como expresión cabal de la alegría de vivir. Es como si no nos quedara más remedio que hacerlo, aunque no sepamos bien por qué lo hacemos, para quién lo hacemos y qué beneficios nos va a reportar a medio y largo plazo.
Algo de esto pensé ayer mientras navegábamos por el río Periyar. Puedo estar perfectamente equivocado, pero el río no acostumbra a mentir.
A medida que iba leyendo tu experiencia de selva y rio, yo iba desconectando para reconectar con la que tuve cuando tuve la suerte de visitar la Misión Claretiana en Brasil en Guajarà-Mirim y en toda la zona del Guaporé. Vivir la experiencia de la selva y acompañada por un grupo de personas con las que te sientes segura, realmente tiene un poder curativo y cuando lo recuerdas, como ayer, con tu entrada del Blog, ayuda a soñar, a sentir añoranza, a desconectar por unos momentos para volver a la realidad actual y a dar gracias por tanto vivido.
ResponderEliminarToda experiencia vivida en profundidad, deja “un poso” que no se olvida nunca.
No creo que seas pesimista… hay muchas personas que, aparte de lo material, no encuentran sentido a la vida. En el camino no se encuentran con facilidad personas que ayuden en este camino trascendental a tener un horizonte y a creer y esperar una vida plena después de la muerte.
Gracias Gonzalo por compartir tus experiencias.