Otra vez me toca escribir la entrada en un aeropuerto mientras espero mi vuelo de regreso a Madrid. El paso por Roma ha sido fugaz, pero hermoso y productivo. El mensaje de este V Domingo del Tiempo Ordinario me parece tan luminoso como el amanecer romano. Cuando miramos las cosas de tejas abajo, siempre tenemos la impresión de que no salen como habíamos imaginado. Por lo general, la decepción domina sobre el entusiasmo. Nos esforzamos mucho en lanzar las redes, pero no acabamos de recoger una pesca satisfactoria. Esto se puede aplicar a todos los campos de la vida.
La pandemia no ha hecho sino acentuar más la sensación de distancia entre los sueños y la realidad, entre los planes y los resultados. Lo compruebo a diario en las múltiples conversaciones que tengo con distintos tipos de personas. Incluso las más optimistas (entre las que normalmente me encuentro) sienten en sus carnes esta brecha. ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo afrontar los momentos de desánimo y de esterilidad?
Jesús nos invita a “remar mar adentro”, a ir más allá de donde solemos movernos. Desde hace años se utiliza la expresión “zona de confort” para referirnos al conjunto de creencias, hábitos y rutinas que nos dan seguridad. En la “zona de confort” nos movemos como pez en el agua porque tenemos la sensación de que todo está bajo control. Es probable que nos sintamos a gusto, pero tanta comodidad acaba debilitándonos. Nos cuesta afrontar las crisis. Nos resistimos a seguir progresando. Solo asumiendo nuevos retos crecemos como personas y como creyentes.
Remar mar adentro significa atrevernos a ir más allá de la orilla de nuestro pequeño mar doméstico, a dejarnos sorprender por lo desconocido. ¿Es posible “remar mar adentro” en este proceloso océano de la pandemia? La respuesta nos la ofrece Simón Pedro: “Por tu palabra, echaré las redes”. Toda la fuerza cae sobre ese “por tu palabra”. Nuestra confianza no se basa en nuevos planes, ni siquiera en la experiencia adquirida en el pasado. Podemos arriesgarnos a echar las redes mar adentro y a obtener una buena pesca si nos fiamos de la palabra de Jesús. Este es el quid de la cuestión.
Cada vez que experimentamos en nuestra vida personal y comunitaria la fuerza la Palabra caemos en la cuenta de nuestra autosuficiencia. Hacemos nuestras las palabras de Pedro: “¡Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador”, que es lo mismo que decir: “Me avergüenzo de no haberme fiado de ti, a pesar de que he experimentado muchas veces en mi vida tu presencia”. Se trata de una experiencia parecida a que tuvo el profeta Isaías (primera lectura) frente a la santidad de Dios: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo”. En ambos casos, el reconocimiento de la propia debilidad y la aceptación de la Palabra desembocan en una nueva misión. Un hombre de fuego le dice a Isaías: “Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”. El profeta se ofrece para ser enviado donde sea preciso. Jesús le dice a Pedro: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.
Estoy seguro de que hemos meditado muchas veces sobre este circuito. Sin embargo, nunca acabamos de fiarnos del todo. Creo que solo una fuerte espiritualidad basada en la escucha de la Palabra puede ayudarnos a crecer en confianza. Sin ella, estamos expuestos a que la más mínima ola ponga en peligro la estabilidad de nuestra barquilla. O que cualquier fracaso en nuestro trabajo pastoral nos suma en la frustración.
Fiumicino rebosa de pasajeros. Parece que le vamos perdiendo el miedo a la pandemia. O que hemos aprendido a vivir de otra manera. El “green
pass” hace el resto.
Quizás a veces nos hace falta una experiencia de “debilidad” para darnos cuenta de que, como dices, “… solo una fuerte espiritualidad basada en la escucha de la Palabra puede ayudarnos a crecer en confianza…” Si venimos de una zona de confort, en la que demasiadas veces nos hemos instalado, hay vivencias y fortalezas que no se improvisan...
ResponderEliminar¡Cuántas veces en la vida, revisándola con sinceridad, nos lleva a decir: “Me avergüenzo de no haberme fiado de ti, a pesar de que he experimentado muchas veces en mi vida tu presencia”.
Gracias Gonzalo por ir abriendo caminos que nos ayuden a permanecer.