Yo soy soriano de origen; por lo tanto, castellano, aunque sea un castellano periférico, asomado a La Rioja y a Aragón, y me haya pasado casi toda la vida fuera de la tierra. Si algo me ha llamado la atención desde que era niño es que la mayoría de los castellanos, a diferencia de lo que sucede con vascos, catalanes, gallegos y otros pueblos de España, se identifican más con su condición de españoles que con la de castellanos. No hay mucha conciencia regional. Incluso las provincias tienen un significado menor, quizá porque históricamente el poder local (sobre todo, en el caso de las villas) ha sido muy fuerte. Los relatos histórico-míticos (como la famosa batalla de Villalar entre las tropas comuneras y los partidarios del rey Carlos I) tienen escaso arraigo popular, a pesar de que el 23 de abril sea la fiesta de la comunidad autónoma en recuerdo de aquel famoso 23 de abril de 1521.
Ni siquiera las coplas del Nuevo Mester de Juglaría han conseguido encender el sentimiento nacionalista castellano, a no ser algo en la provincia de Segovia. Las gentes de la meseta no se prestan a las ensoñaciones románticas. Creen poco en los relatos colectivos. El individuo (Castilla es tierra de señores) tiene mucha fuerza. La gente puede ser pobre, pero no va por la vida jugando el papel de víctima. Hay un señorío interior que lo permea todo y que a veces puede percibirse como arrogante y despectivo. Lo entendí un poco mejor visitando el Museo Nacional de Escultura, cuya sede principal se encuentra en el antiguo Colegio de San Gregorio, perteneciente a la orden dominicana y desamortizado en el siglo XIX. Por sus aulas pasaron personajes de la talla de Bartolomé de las Casas, Melchor Cano, Luis de Granada o Francisco de Vitoria. [Por cierto, algunos de los carteles del actual museo me hicieron sonreír (o indignar) por su interpretación bastante torticera de la historia. Casi me parecieron más objeto de propaganda que de verdadera información, pero este es otro discurso].
Más allá de estos detalles, el museo alberga una colección impresionante de esculturas y también algunas pinturas de gran calidad de Rubens, Zurbarán y otros. En el ámbito de la imaginería religiosa, es la colección escultórica más importante de España y una de las más destacadas de Europa. Disfruté recorriendo sus salas y fotografiando algunas de sus piezas. [Las fotografías de la entrada de hoy las tomé durante la visita al museo]. De la mano de los artistas de los siglos XV-XVIII entendí un poco mejor el alma de Castilla, que es como decir que me entendí un poco mejor a mí mismo.
Algunos visitantes extranjeros que vieron estas obras en el siglo XIX se llevaron una impresión tremendista de la religiosidad castellana. Consideraban que los cristos yacentes de Gregorio Fernández o los grupos escultóricos de Juan de Juni o del maestro Berruguete eran hipérboles doloristas del misterio cristiano que impedían una visión positiva de la vida. Creo que las formas no les permitieron llegar al fondo. Por Castilla pasaron artistas flamencos, alemanes e italianos que se hicieron castellanos de adopción y que conectaron Castilla con el resto de Europa. Comprendo que posteriormente el espíritu batallador de la contrarreforma introdujo una actitud más intolerante que fue cerrando puertas a los aires de fuera. También esto forma parte de la historia y no hay por qué ocultarlo.
Uno se queda pasmado ante los retablos castellanos, esa “obra de arte total” en la que arquitectura, escultura y pintura forman un todo armónico al servicio de la belleza de la fe. Muchas iglesias de pueblos pequeños tienen retablos admirables. La iconoclastia moderna los consideró a veces expresiones de una etapa histórica oscura y poco ilustrada. Hoy apreciamos más este hermoso legado histórico. La misma existencia del Museo de Valladolid (o el episcopal de Vic y otras muchas ciudades) es una prueba de ello. Llegará un día -espero que no muy lejano- en el que comprendamos que esas obras de arte dicen más de la condición humana que muchos de nuestros banales intentos contemporáneos.
Entonces valoraremos los tesoros inmensos -muchos de ellos expoliados o malvendidos- que contenían y contienen las iglesias y monasterios de la inmensa Castilla. La España vaciada (de población, pero no de arte y de fe) volverá a ser una reserva de sentido, un horizonte de espiritualidad, una promesa de futuro. La belleza es, por definición, imperecedera. Tenemos una bodega inmensa de recursos humanizadores que no podemos ignorar. [Me parece que me ha salido un poco el abertzale que todos llevamos dentro. Que no se repita].
Os dejo con el tema Solo estás tú del grupo vallisoletano Siloé, acompañado por David Otero. Pocos se atreven a cantar en directo en un estudio de radio sin más acompañamiento que tres guitarras.
Muchas gracias por toda la información de la situación política de “tu tierra”, por el paseo por el “Museo Nacional de Escultura” con historia incluida, finalizando con el tema “Solo estás tu”… Nos has ayudado a ampliar formación y aclarar conceptos que, algunos, dominamos poco.
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