domingo, 20 de febrero de 2022

Nadie da lo que no tiene


Las aguas de este VII Domingo del Tiempo Ordinario bajan un poco revueltas. Las palabras de Jesús recogidas por el Evangelio de Lucas son de las que levantan ampollas. Quizá no hay en toda la Biblia otras palabras que resulten más provocativas y casi inhumanas. Han pasado dos mil años y todavía no acabamos de comprender su alcance y profundidad. Por dos veces nos pide que amemos a nuestros enemigos. En condiciones normales, cuando todo nos sonríe, esta invitación suena hermosa, pero ¿qué sucede cuando la vida nos coloca ante situaciones de tensión, odio y deseos de venganza? 

Creo que no hay sentimiento más punzante y destructivo que el odio. Por odio los hermanos rompen la unidad familiar, los amigos dejan de hablarse, los amantes se matan y los países hacen la guerra. Cuando nos sentimos ultrajados o atacados por alguien, los seres humanos, movidos por un atávico sentido de supervivencia, tendemos a defendernos con uñas y dientes. Perdemos el sentido de la proporción. Encontramos placer en la venganza. Nos parece que solo recuperaremos la paz pagando con la misma moneda. La historia de la humanidad es una sucesión interminable de acciones y reacciones. Nunca aprendemos nada. Hacíamos la guerra en el paleolítico y seguimos haciéndola en el siglo XXI. Todos somos hijos de Caín. Llevamos un envidioso y un vengador dentro.

Jesús conoce esta dinámica humana. No es un ingenuo. Para salir de ella, no propone medidas diplomáticas, paños calientes o componendas de última hora. Propone una solución radical: “Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica”. La razón última de esta actitud no tiene nada que ver con la prudencia política, ni siquiera con la rectitud moral. Tiene que ver con Dios: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Basta un minuto de autoanálisis para comprender la hondura de esta exhortación. Si cada vez que no cumplimos con nuestras obligaciones, Dios nos tratara como nosotros solemos tratar a los demás, no quedaría un ser humano vivo sobre la faz de la tierra. 

Jesús quiere confrontarnos con nuestra propia inconsistencia. Amar a nuestros amigos no tiene un gran mérito porque la amistad es un sentimiento recíproco: damos y recibimos. Que los padres amen a los hijos y viceversa está inscrito en nuestros genes. Es hermoso, pero no supone un salto moral. La novedad que Jesús propone, la que va más allá de cualquier normativa jurídica y de cualquier ética humana, es que nos atrevamos a amar a aquellos que nos hacen mal, a nuestros enemigos. Solo el amor puede desactivar la bomba del odio, aunque paguemos un alto precio por ello.

Se supone que las personas que nos consideramos cristianas tendríamos que haber interiorizado este mensaje de Jesús. Hay hermosos ejemplos de cristianos que combaten el mal a fuerza de bien y que perdonan con una magnanimidad que nos deja desarmados. Pero, por lo general, no sucede así. El mismo que va a misa todos los domingos y se come los santos es el que se enoja con su hermano por una herencia y deja de hablarle. Personas que parecen sensatas y devotas, cuando pierden los papeles, se transforman en monstruos irreconocibles. El odio desbarata nuestra escala de valores, nos convierte en energúmenos. 

Por eso Jesús propone una alternativa radical. Cada vez que sentimos deseos de vengarnos por una afrenta recibida, tendríamos que recordar estas palabas de Jesús que leemos en el Evangelio de hoy: “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros”. En más de una ocasión, cuando alguien estaba hablando mal de otra persona delante de mí, me he atrevido a decirle: “¿Te gustaría que hablaran de ti como tú estás hablando de esta persona?”. No vamos a cambiar a base de esfuerzos titánicos. El perdón es fruto de sabernos perdonados. Cuando en algunos momentos críticos de nuestra vida hemos experimentado la fuerza del perdón (por parte de los demás y de Dios), entonces, solo entonces, aprendemos a perdonar. En este caso, como en tantos otros, nadie da lo que no tiene.

2 comentarios:

  1. Realmente "inhumano" pero con tu conclusión (pensar que si Dios actuara como nosotros, no existiríamos)no alcanzo a buscar un interior que me ayude a comprender la frase "y al que te pide lo que es tuyo,no se lo reclames". Tremendo tener que aceptar que "te roben" y tengas que callar y aceptar.
    Gracias

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  2. Jesús nos lo pone difícil. Nos propone que nos atrevamos a amar a aquellos que nos hacen mal, a nuestros enemigos… y resulta que “por herencia” llevamos un envidioso y un vengador dentro, que a la más pequeña nos “hace saltar”. Y encima nos pide “que nos atrevamos a amar a aquellos que nos hacen mal, a nuestros enemigos”…
    Amar, una palabra tan sencilla, cuesta poco de escribir y pronunciar, pero tan difícil de llevar a cabo… Amar siempre representa “renunciar”… y la mayoría no estamos preparados para ello.
    Y si nos sentimos llamados a amar, también sentiremos que, como consecuencia, estamos llamados a perdonar, pero como dices: “el perdón es fruto de sabernos perdonados… nadie da lo que no tiene”… No siempre es fácil hacer experiencia de “ser perdonado”… nuestro ego no nos lo permite.
    Perdonar y saberse perdonado es una de las experiencias más positivas que podemos experimentar.
    Gracias Gonzalo.

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