lunes, 27 de mayo de 2019

Todavía es Pascua

Desde el avión se veía toda la campiña romana verde, con un color fresco, de primavera “inoltrata”. Roma me recibió con lluvia y temperatura fresca, como si el invierno estuviera dando sus últimos coletazos. Las casi doce horas de Buenos Aires a Madrid y las dos horas de Madrid a Roma no se me hicieron demasiado pesadas. Traté de aprovechar el tiempo del mejor modo posible. Atrás quedan dos meses intensos, variados, ricos. Me brota un gran sentimiento de gratitud por todo lo vivido. Europa se despierta este lunes con los resultados de las elecciones al parlamento europeo celebradas ayer domingo. Aumenta la diversidad. En España se celebraron elecciones municipales y autonómicas en la mayoría de las comunidades autónomas. También el voto se ha desperdigado mucho, aunque hay mayoría socialista. La fragmentación es cada vez mayor, reflejo de la fragmentación social. Se imponen pactos y acuerdos. Quizás estamos entrando en una nueva etapa en la que ningún partido obtendrá la mayoría absoluta. Todos pueden aportar y ceder algo. Para esta nueva etapa no sirven delas viejas actitudes de prepotencia y exclusión. Se requiere una mayor capacidad de diálogo y una visión a largo plazo.

El desfase horario (solo cinco horas) me produce un poco de somnolencia, pero la vida sigue. La semana comienza con muchos asuntos sobre la mesa. Estamos todavía en el tiempo pascual. Me parece que ha pasado un siglo desde el domingo de Pascua, pero su fuerza sigue irradiando sobre nuestro tiempo. Nos cuesta vivir como resucitados. Se nos da mejor transitar el “via crucis” que hollar el “via lucis”. Es como si no acabáramos de creer que Cristo es más fuerte que el mal y la muerte. Tanta alegría nos parece excesiva, como sobrevenida antes de tiempo, como si lo propio de la travesía terrena fuera movernos en un valle de lágrimas “(“in hac lacrimarum valle” como cantamos en la Salve). Solo los contemplativos han aprendido a vivir esta alegría serena de la Pascua sin la inconsciencia de quienes creen que todo va bien, o de quienes esconden la cabeza para no ver el sufrimiento que nos rodea. Por eso, sin contemplación, no somos capaces de estar alegres. Podemos tener ciertos momentos de exaltación, pero pronto caemos en el pesimismo. La alegría mana siempre de dentro afuera. Sin interioridad habitada por el Espíritu no hay alegría posible.

Me cuesta comprender por qué a tantos cristianos les (nos) resulta difícil la contemplación. Mientras nosotros la orillamos, otros grupos y movimientos de corte psicológico o neoespiritualista la reivindican como camino de humanidad. Me vienen a la memoria los versos de Calderón de la Barca: “Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que solo se sustentaba / de unas hierbas que cogía. / ¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste que yo?; / y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hierbas que él arrojó”. Me parece que muchos tesoros de la tradición cristiana que nosotros hemos arrinconado por obsoletos, son “recogidos” por personas y grupos que ven en ellos una gran riqueza y que aciertan a proponerlos con un lenguaje moderno que suena a novedad. Si algo nos recuerda la Pascua es que, donde hay un cristiano, hay siempre una humanidad nueva, que nada que viene de Dios se vuelve viejo, que siempre podemos sacar tesoros nuevos de esa profunda mina que es nuestra interioridad habitada por el Espíritu. Si cayéramos en la cuenta de estas inmensas posibilidades, no iríamos por la vida mendigando pequeños placeres. Aprenderíamos a explorar nuestra morada interior, la celda de Dios en nuestros corazones.




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