Desde el avión se veía toda la campiña romana verde, con un color fresco, de primavera “inoltrata”. Roma me recibió con lluvia y temperatura fresca, como si el invierno estuviera
dando sus últimos coletazos. Las casi doce horas de Buenos Aires a Madrid y las
dos horas de Madrid a Roma no se me hicieron demasiado pesadas. Traté de
aprovechar el tiempo del mejor modo posible. Atrás quedan dos meses intensos,
variados, ricos. Me brota un gran sentimiento de gratitud por todo lo vivido. Europa
se despierta este lunes con los resultados de las elecciones al parlamento europeo celebradas ayer
domingo. Aumenta la diversidad. En España se celebraron elecciones municipales
y autonómicas en la mayoría de las comunidades autónomas. También el voto se ha
desperdigado mucho, aunque hay
mayoría socialista. La fragmentación es cada vez mayor, reflejo de la
fragmentación social. Se imponen pactos y acuerdos. Quizás estamos entrando en
una nueva etapa en la que ningún partido obtendrá la mayoría absoluta. Todos
pueden aportar y ceder algo. Para esta nueva etapa no sirven delas viejas
actitudes de prepotencia y exclusión. Se requiere una mayor capacidad de
diálogo y una visión a largo plazo.
El desfase
horario (solo cinco horas) me produce un poco de somnolencia, pero la vida
sigue. La semana comienza con muchos asuntos sobre la mesa. Estamos todavía en
el tiempo pascual. Me parece que ha pasado un siglo desde el domingo de Pascua,
pero su fuerza sigue irradiando sobre nuestro tiempo. Nos cuesta vivir como resucitados.
Se nos da mejor transitar el “via crucis” que hollar el “via lucis”. Es como si
no acabáramos de creer que Cristo es más fuerte que el mal y la muerte. Tanta alegría
nos parece excesiva, como sobrevenida antes de tiempo, como si lo propio de la travesía
terrena fuera movernos en un valle de lágrimas “(“in hac lacrimarum valle” como cantamos en la Salve). Solo los
contemplativos han aprendido a vivir esta alegría serena de la Pascua sin la
inconsciencia de quienes creen que todo va bien, o de quienes esconden la cabeza
para no ver el sufrimiento que nos rodea. Por eso, sin contemplación, no somos
capaces de estar alegres. Podemos tener ciertos momentos de exaltación, pero
pronto caemos en el pesimismo. La alegría mana siempre de dentro afuera. Sin interioridad
habitada por el Espíritu no hay alegría posible.
Me cuesta
comprender por qué a tantos cristianos les (nos) resulta difícil la contemplación.
Mientras nosotros la orillamos, otros grupos y movimientos de corte psicológico
o neoespiritualista la reivindican como camino de humanidad. Me vienen a la
memoria los versos de Calderón de la Barca: “Cuentan
de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que solo se sustentaba / de
unas hierbas que cogía. / ¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste que
yo?; / y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo / que otro sabio
iba cogiendo / las hierbas que él arrojó”. Me parece que muchos tesoros de
la tradición cristiana que nosotros hemos arrinconado por obsoletos, son “recogidos”
por personas y grupos que ven en ellos una gran riqueza y que aciertan a
proponerlos con un lenguaje moderno que suena a novedad. Si algo nos recuerda
la Pascua es que, donde hay un cristiano, hay siempre una humanidad nueva, que
nada que viene de Dios se vuelve viejo, que siempre podemos sacar tesoros
nuevos de esa profunda mina que es nuestra interioridad habitada por el Espíritu.
Si cayéramos en la cuenta de estas inmensas posibilidades, no iríamos por la
vida mendigando pequeños placeres. Aprenderíamos a explorar nuestra morada
interior, la celda de Dios en nuestros corazones.
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