Escribir esta entrada en el aeropuerto de Ezeiza mientras espero mi largo vuelo de Buenos Aires a Madrid es una forma de relajarme después del apretado programa de los últimos días. Hoy celebramos el VI Domingo de Pascua. En las lecturas de este domingo hay varios puntos de luz que atraen mi
atención. El fragmento de los Hechos de los Apóstoles (15,1-2.22-29) ayuda a
entender y planearte las tensiones entre tradicionalistas e innovadores que han
recorrido la historia de la Iglesia desde los orígenes. Hoy hablamos de
“conservadores” y “progresistas” o de “conservadores” y “liberales”, como suele
ser habitual en ambientes anglosajones. En toda comunidad –como en toda
persona– hay siempre dos fuerzas: una que nos empuja al mantenimiento de lo
conocido y otra que nos atrae hacia lo ignoto, lo nuevo. Ambas son necesarias
para un desarrollo equilibrado. Por eso, nunca he entendido –ni en la vida de
la Iglesia, ni en la política– la tentación de eliminar una de las dos fuerzas.
Es una forma de suicidio. En la vida personal, social y eclesial necesitamos la
fuerza de la tradición. Sin ella, no sabemos de dónde venimos quiénes somos,
qué valores sustentan nuestra forma de entender la vida. Es verdad que no
debemos confundir la Tradición con las pequeñas tradiciones mudables, pero la
conexión con el pasado es imprescindible. Por otra parte, necesitamos la fuerza
de la novedad. Sin ella, correríamos el riesgo que quedar prisioneros en
nuestras estructuras de siempre. Donde hay vida, hay desarrollo; es decir,
cambio. Solo las realidades muertas permanecen las mismas siendo lo mismo. El
genial filósofo y teólogo Xavier Zubiri nos enseñó bien esta distinción. Los
seres humanos somos siempre “los mismos” (no hay un cambio de sustancia), pero
no siempre somos “lo mismo” (evolucionamos).
La Iglesia
primitiva vivió un grave conflicto entre los cristianos de origen judío y los
provenientes del paganismo helenista. Hablaban lenguas diferentes (hebreo y
griego), tenían culturas diferentes y percibían de manera diferente el
significado de la fe en Jesús. Los primeros consideraban que era necesario
circuncidarse y seguir las tradiciones
judías para ser cristiano; los segundos no se sentían obligados a eso. Las
tensiones fueron en aumento hasta el punto de romper casi la comunión. No
tuvieron más remedio que reunirse (la llamada “asamblea de Jerusalén”),
dialogar, discernir y tomar algunas decisiones. Hubo una sustancial (la no
obligatoriedad de la circuncisión para los provenientes del paganismo) y otras
secundarias (la conveniencia de observar ciertas prácticas rituales). Esto no
les ahorró problemas, pero, por lo menos, les señaló un camino claro. La
fórmula usada llama mucho la atención: “El
Espíritu Santo y nosotros hemos decidido”. Lo que, a primera vista, parece
un atrevimiento intolerable, refleja, en realidad, lo que leemos en el
Evangelio de Juan: “El Defensor, el
Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, os enseñará todo y os
recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26). No estamos solos en los
procesos de discernimiento. Contamos con la ayuda del Espíritu que, por una
parte, “nos recordará todo lo referido a
Jesús” (la fuerza de la tradición) y, por otra, “nos enseñará todo” (la fuerza de la novedad). Donde no hay
Espíritu, conservadores y progresistas se enzarzan en pugnas interminables, se
lanzan acusaciones y se acusan mutuamente de heterodoxos. Donde hay Espíritu,
se habla, se discierne y se decide.
Esta luz nos
permite entender mucho de lo que nos está pasando hoy. En internet abundan las
páginas de católicos ultraconservadores que ven herejías por todas partes,
empezando por el papa Francisco. Se dedican a denunciar, insultar y excomulgar
a otros cristianos con frases sarcásticas y ofensivas, erigiéndose en
guardianes de la ortodoxia, como si tuvieran una especie de acceso exclusivo al
Espíritu Santo. Curiosamente, son páginas muy visitadas. Por el lado progresista,
también hay descalificaciones, pero me parece que, en general, más inteligentes
y menos agresivas. ¿Cuándo aprenderemos el arte del discernimiento? Todos hemos
recibido el Espíritu Santo en el Bautismo y la Confirmación. Él nos pone en comunión
con nuestras raíces y nos abre la novedad. Él es el único que puede hacer la
síntesis. Sin Espíritu, unos y otros nos perdemos en una cacofónica Babel, ideologizamos
todo, rompemos la unidad, fracasamos en la evangelización y no avanzamos nada. Feliz domingo.
Mientras estoy escribiendo, tu Gonzalo, estás volando, que tengas un buen fin de viaje... Gracias por recordarnos que: "No estamos solos en los procesos de discernimiento. Contamos con la ayuda del Espíritu que, por una parte, “nos recordará todo lo referido a Jesús” (la fuerza de la tradición) y, por otra, “nos enseñará todo” (la fuerza de la novedad" A mi, personalmente, me da fuerza para seguir adelante. Gracias.
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