La noticia con la que abren hoy todos los periódicos digitales españoles es que, tras 13 días de búsqueda, a la 1,25 de la madrugada ha sido hallado, por fin, el
cuerpo sin vida del pequeño Julen. Era casi imposible que hubiera sobrevivido a las lesiones de la caída y a la falta de oxígeno, agua y alimento. Me sorprende que también un periódico
extranjero, como el italiano Corriere
della Sera, ponga esta noticia
en portada. Están sucediendo otras cosas de mucha envergadura en el mundo,
pero, por razones que no siempre comprendemos, un hecho como este
acapara la atención del público y de los medios de comunicación. Se crea enseguida
un sentimiento colectivo de angustia (muchos padres con hijos pequeños piensan que esta desgracia les podría haber sucedido a ellos), sospecha (se disparan las alarmas
acerca de cómo se produjo el accidente), especulaciones (se barajan todo tipo
de hipótesis, a cual más extravagante) y, sobre todo, de enorme solidaridad (no
se repara en medios humanos y técnicos para conseguir rescatar al niño caído). Al final, el pequeño
Julen no ha podido ser rescatado con vida, pero su cadáver ha sido exhumado para volver a ser
inhumado con dignidad cuando proceda. La justicia completará lo que falta a esta trágica historia con el fin de aclarar las circunstancias y depurar responsabilidades, si las hubiere.
Más allá del inevitable momento forense y judicial, para la mayoría de las personas, este esfuerzo es un claro
ejemplo de humanidad, por más dispendioso y exagerado que pueda parecer. El amor es siempre exagerado. Los seres
humanos somos también así: extremistas, indiferentes y solidarios a un tiempo. Podemos ser casi insensibles a las tragedias que tenemos
cerca de casa y al mismo tiempo desplegar toda nuestra emotividad con una
historia lejana que salta a la
primera página de los periódicos y posee todos los ingredientes para alimentar
la curiosidad durante casi un par de semanas. Los expertos en comunicación
saben cómo funcionan estas cosas, pero cada caso tiene su propia dinámica. Más
allá de la polémica generada, ha habido cientos de personas (mineros, bomberos, fuerzas
del orden, ingenieros, personal sanitario, vecinos del pueblo, periodistas, etc.) que de
buena fe han puesto lo mejor de sí mismas para llegar hasta aquí. Es
el momento de la gratitud a los que han participado en las tareas y de apoyo a
la familia. Los creyentes confiamos en la acogida misericordiosa de Dios Padre, que no quiere que se pierda ni uno de sus hijos más pequeños. Julen Roselló debe de estar disfrutando de la vida en plenitud.
Cada vez que se
produce un caso de compromiso colectivo, siempre me surge la pregunta: ¿Cuántos
problemas podríamos resolver si esta ola de solidaridad se produjera no solo en
momentos excepcionales, sino en la vida social de cada día? No habría tantos
ancianos solos, tantos niños abandonados, tantos hombres y mujeres sin techo…
Los seres humanos tenemos una enorme capacidad de unir nuestras energías para
lograr juntos grandes cosas. ¿Por qué no lo hacemos más a menudo? ¿Por qué en
la vida cotidiana parecen primar siempre los intereses de parte, las rencillas y los egoísmos? Parece que lo primero que necesitamos es que una realidad toque
nuestro corazón. Cuando no hay una emoción inicial, algo que nos conmueve por dentro, no
se dispara la compasión. Después se necesita que alguien canalice y organice la
ola de solidaridad para que no se convierta en un caos destructor. En
ocasiones, esto lo hacen las instituciones del Estado; en otras, organizaciones
privadas o individuos que tienen un especial carisma para ello. Por último, se
requiere alimentar esta solidaridad para que no decaiga ante las dificultades y
para que lleve a término sus propósitos. El apoyo social, expresado de modos
diversos, es siempre necesario. No todos podemos ser mineros especializados en
rescates bajo tierra, pero todos podemos reconocer su esfuerzo y su competencia.
Imagino que hoy
los periódicos, las radios y, sobre todo las televisiones, dedicarán mucho
tiempo a este asunto. La gente quiere saber las circunstancias. Cualquier
pequeño detalle cobra un gran relieve informativo. Las personas más allegadas a
Julen, comenzando por sus padres, experimentarán a un tiempo el dolor indescriptible de haber perdido a un segundo hijo, y el alivio de haber encontrado
su cuerpecito para que pueda recibir una sepultura digna. Enterrar a los
muertos es una de las siete obras de misericordia corporales. No es una tarea
meramente higiénica que pueda ser despachada de cualquier manera. Es un acto de humanidad, de dignidad, de amor. Mientras,
en el mundo seguirán sucediendo otras muchas cosas, volveremos a nuestras tareas ordinarias, pero con la conciencia de que, al menos en una ocasión, hemos sabido hacer algo exagerado para mostrar que somos seres humanos, que, en este mundo cainita, no hemos perdido el sentido de la compasión y de la solidaridad. Descansa en paz, Julen. Ánimo, familia. Gracias, rescatadores.
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