Dentro de unas horas, el papa Francisco emprenderá vuelo a Panamá para participar en la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud. Como siempre que empieza y termina un viaje
pastoral, ayer se
acercó a la basílica romana de Santa María la Mayor para orar ante el icono de
María, Salus Populi Romani, impetrando su protección. Esta vez
la visita a la Virgen tenía un significado especial porque el lema de de la JMJ de Panamá es típicamente
mariano: “He aquí la sierva del Señor:
hágase en mí según tu palabra”. Lo que comenzó siendo una iniciativa
criticada por muchos ha acabado siendo el evento más multitudinario de los que
organiza la Iglesia Católica.
Han pasado más de tres décadas desde que se inició
la historia
de estas Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) con san Juan Pablo II. Dicen que la de Manila (Filipinas) en 1995 llegó a congregar a unos cinco millones de personas. Será muy difícil batir ese récord. También fue masiva la de Roma en el Jubileo del año 2000. No sé cuántos acudirán
a esta de Panamá, aunque ya hay algunos agoreros que vaticinan una escasa
participación y aprovechan este dato para echarle la culpa al Papa. Habrá muchos jóvenes americanos –como es natural, dado que la JMJ se celebra en su continente– y bastantes menos de
otros lugares. Parece que de Europa llegarán pocos, si exceptuamos un buen
número de polacos, que son muy aficionados a las peregrinaciones, tanto nacionales como internacionales. Es verdad que las fechas son muy malas para los europeos (tanto para jóvenes estudiantes
como trabajadores), pero algo más se podría haber hecho para animarlos a participar. Como otros institutos
religiosos, también nosotros, los diversos
grupos de la Familia Claretiana, hemos congregado varios días antes a
unos 600 jóvenes de diversos países para una preparación conjunta. A veces, estos días previos resultan más interesantes que las jornadas oficiales, dado que permiten un intercambio más estrecho.
Parece claro que,
en el contexto de cristianismo
subjetivo que muchos jóvenes viven hoy, se reconocen más en el modelo del peregrino que en el del militante (años 60-70) o del practicante (años 40-50). Por eso, se sienten atraídos por esa magna peregrinación que es la JMJ. Confieso que
no he participado directamente en ninguna JMJ, ni como joven (cuando empezaron en
1984 yo había dejado de serlo), ni como acompañante. Me han llegado ecos de todas y he procurado seguir su desarrollo. Estuve
muy próximo a la de Madrid, en agosto de 2011, pero confieso que los aluviones
de gente en el metro me disuadieron de una participación más activa. Quienes sí han participado suelen emitir juicios positivos. Incluso conozco a algunos conversos; es decir, personas (sobre
todo, sacerdotes y religiosos) que eran muy contrarios a ellas (por
considerarlas un fenómeno superficial, triunfalista y caro) y luego han virado
en su posición hasta convertirse en entusiastas defensores e incluso en
animadores de grupos. Todos tenemos derecho a evolucionar en contacto con la
realidad.
Lo que me parece claro es que muchos jóvenes que, en el día a día, viven su fe en un contexto de minoría numérica (a veces, incluso, ignorados o ridiculizados) necesitan, de vez en cuando, tomar conciencia de que no son cuatro gatos, de que la Iglesia universal es muy grande y de que hay miles, millones de coetáneos, que vibran con los mismos valores de Jesús y se sirven de un lenguaje parecido para expresar su búsqueda y su fe: la música, el diálogo, la oración, el voluntariado, etc. Cómo se conectan estas explosiones festivas con el ritmo diario es un desafío pendiente, que no siempre sabemos afrontar.
Lo que me parece claro es que muchos jóvenes que, en el día a día, viven su fe en un contexto de minoría numérica (a veces, incluso, ignorados o ridiculizados) necesitan, de vez en cuando, tomar conciencia de que no son cuatro gatos, de que la Iglesia universal es muy grande y de que hay miles, millones de coetáneos, que vibran con los mismos valores de Jesús y se sirven de un lenguaje parecido para expresar su búsqueda y su fe: la música, el diálogo, la oración, el voluntariado, etc. Cómo se conectan estas explosiones festivas con el ritmo diario es un desafío pendiente, que no siempre sabemos afrontar.
Preparando mi
conferencia de Ávila, he tenido que releer con calma el largo documento
final del reciente Sínodo de los Obispos (octubre de 2018) sobre los Jóvenes. Me llaman la atención muchas
cosas. Comenzaré por una que parece anecdótica, pero que indica en qué momento
nos encontramos. De los 167 párrafos de que consta el documento, el que menos
votaciones favorables obtuvo fue el 150, que trata sobre el cuerpo, la
afectividad y la sexualidad. Se ve que a un buen número de padres sinodales no
les gustó su contenido. Este es un terreno en el que la distancia entre las orientaciones morales de la Iglesia y la sensibilidad de los jóvenes es muy grande. Transcribo íntegramente el párrafo 49 porque es el que
sintetiza la postura de los jóvenes ante la búsqueda religiosa:
En general, los jóvenes se declaran en búsqueda del sentido de la vida y muestran interés por la espiritualidad. Tal atención, sin embargo, toma a veces la forma de una búsqueda de bienestar psicológico más que de una apertura al encuentro con el Misterio del Dios vivo. En particular en algunas culturas, muchos consideran la religión una cuestión privada y seleccionan de diversas tradiciones espirituales elementos en los que encuentran sus propias convicciones. Se difunde así un cierto sincretismo, que se desarrolla bajo el presupuesto relativista de que todas las religiones son iguales. No todos ven la adhesión a una comunidad de fe como la vía de acceso privilegiada al sentido de la vida, y va acompañada o a veces es reemplazada por ideologías o por la búsqueda del éxito en el plano profesional y económico, en la lógica de una autorrealización material. Sin embargo, permanecen vivas algunas prácticas transmitidas por la tradición, como las peregrinaciones a los santuarios, en las que en ocasiones participa una muchedumbre muy numerosa de jóvenes, y expresiones de la piedad popular, con frecuencia vinculadas a la devoción a María y a los santos, que custodian la experiencia de fe de un pueblo.
No sabría
sintetizarlo mejor. Creo que la JMJ se sitúa en este contexto. Es una manfiestación de fe, mezclada con otras muchas motivaciones. No conviene obsesionarse con la posible cizaña. Corremos el riesgo de arrancar las espigas de trigo bueno. Lo que hace falta es mucha
fe, mucha cercanía, mucho ánimo, mucha creatividad, mucha escucha y mucha paciencia
para acompañar esta búsqueda juvenil hacia el encuentro con Jesús. Sobre este
asunto trata precisamente el párrafo 50 del documento final del Sínodo, que se hace eco de la variedad de posturas y enfoques:
La misma variedad se observa en la relación de los jóvenes con la figura de Jesús. Muchos lo reconocen como Salvador e Hijo de Dios y a menudo se sienten cercanos a él mediante María, su madre, y se comprometen en un camino de fe. Otros no tienen una relación personal con él, pero lo consideran como un hombre bueno y una referencia ética. Otros lo encuentran mediante una fuerte experiencia del Espíritu. Para otros, en cambio, es una figura del pasado privada de relevancia existencial o muy distante de la experiencia humana.Para muchos jóvenes Dios, la religión y la Iglesia son palabras vacías, en cambio son sensibles a la figura de Jesús, cuando viene presentada de modo atractivo y eficaz. De muchas maneras también los jóvenes de hoy nos dicen: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21), manifestando así la sana inquietud que caracteriza el corazón de todo ser humano: «La inquietud de la búsqueda espiritual, la inquietud del encuentro con Dios, la inquietud del amor» (Francisco, Santa Misa de apertura del Capítulo General de la Orden de san Agustín, 28 agosto 2013).
Os dejo con un
vídeo del mensaje del Papa a los participantes en la JMJ de Panamá y con otro
sobre el himno oficial de estas Jornadas.
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