Ayer acabé
cansado. Tuvimos sesiones de trabajo muy intensas. Uno de los temas de nuestro
diálogo giró en torno a lo que entendemos por un proceso de transformación. Como
congregación misionera, nos hemos propuesto para el sexenio 2015-2021 vivir
tres procesos de transformación: ser una congregación “en salida misionera”
(frente al riesgo de la instalación), redescubrir la alegría de la comunidad
(frente al riesgo del individualismo) y potenciar la dimensión adoradora de
nuestra vida (frente al riesgo de la idolatría). ¿Es posible que más de 3.000
personas experimenten una transformación significativa? ¿No estaremos siendo
víctimas de un voluntarismo absurdo que solo va a producir más frustración? ¿No
es acaso el Espíritu de Dios el que nos transforma por dentro? ¿Qué
planificación cabe entonces? ¿Qué características tiene el cambio
transformador? ¿En qué se distingue del cambio
revolucionario, del evolutivo, etc.)?
En el calor del
diálogo, alguien se refirió a la transformación de la oruga que se convierte en
mariposa como ejemplo del cambio que buscamos. Quizá no hay símbolo más
poderoso que éste para hablar de la transformación a partir de experiencias
conocidas. Algunas investigaciones han comprobado, en efecto, que la mariposa
es el único ser viviente capaz de cambiar por completo su estructura genética
durante el proceso de transformación: el ADN de la oruga que entra al capullo
es diferente al de la mariposa que surge. Naturalmente, nosotros no pensamos
cambiar nuestro ADN, ni siquiera el carismático, pero sí vivir un cambio
profundo que nos ayude a ser mejores misioneros. Quizá no somos orugas ni aspiramos a convertirnos en mariposas, pero la metáfora nos ayuda a comprender que la transformación no es un mero maquillaje sino un verdadero cambio de forma.
Este vídeo muestra de una
manera simpática los diversos pasos (cinco para ser más precisos) que
experimenta la oruga que se
transforma en mariposa. A Santa
Teresa de Ávila le gustó tanto esta maravilla de la naturaleza que la tomó como metáfora de la
transformación espiritual. El ego (oruga)
tiene que morir para que Cristo (mariposa) se forme en cada uno de nosotros
hasta que podamos decir como san Pablo: “Vivo
yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Si alguno está
interesado en conocer a fondo el pensamiento de la mística abulense sobre esta metáfora, puede leer
esta reflexión teológica. Es larga, pero muy interesante.
¿En qué acabó
nuestro diálogo? En que las verdaderas transformaciones nunca se producen por
decreto, imposición o imitación, sino por un dinamismo interior que se pone en
marcha cuando nos abrimos a la acción del Espíritu de Dios y nos colocamos en
situaciones que nos empujan a cambiar. El ejemplo de la oruga y de la mariposa
–tan socorrido en los itinerarios pedagógicos– pone de relieve que incluso en
las situaciones más feas y desesperadas puede esconderse el germen de una vida
nueva. O –como se dice ahora de manera casi abusiva– que toda crisis encierra
una oportunidad de crecimiento. Pero eso implica que debemos morir a una
determinada manera de ser para dejar que se abra paso otra nueva.
Gracias por compartir. Voy siguiendo por internet.
ResponderEliminarExcelente artículo de Santiago Guerra, gracias.
Fecunda transformación!
Gracias a ti por tu visita y tus palabras. Si tienes alguna sugerencia de tema, no dudes en compartirla.
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