Así se titula el
libro de 470 páginas que me he devorado este fin de semana mientras hacía
tareas de portero y telefonista. Está escrito por el cardenal Fernando
Sebastián, claretiano como yo. Me
resulta imposible resumir un libro en el que habla de su infancia en Calatayud -su ciudad natal-, de su formación en Vic, Solsona, Valls, Roma y Lovaina, de su paso por la Ponti de Salamanca y, por supuesto, de
sus actividades como obispo de León, Secretario General de la Conferencia
Episcopal Española, arzobispo de Pamplona, etc. Me gusta el tono directo y
desenfadado con que aborda asuntos espinosos como sus relaciones con el primer
gobierno socialista, algunos manejos vaticanos o los nacionalismos. No le
importa tampoco pronunciarse sobre los sanfermines, el Opus Dei, los kikos o sobre su “destierro” a Granada. Naturalmente, no todo el mundo estará de acuerdo con su punto de vista, pero en tiempos de eufemismos y medias verdades
se agradece que alguien hable con claridad, se moje y se arriesgue a la
crítica.
Cuando, hacia el
final del libro, contempla el conjunto de su vida, escribe algo que parece un
mini-tratado de psicología evolutiva: “Los hombres en los veinte primeros años
somos dependientes y bastante ignorantes. De los veinte a los cuarenta somos
bastante arrogantes; de los cuarenta a los sesenta nos hacemos realistas; de
los sesenta a los ochenta somos prudentes; pero sólo a partir de los ochenta
llegamos a ser sabios. Sabios con la sabiduría de la humildad, de la piedad y
de la misericordia”.
Según esta clasificación, yo estaría en la cruda etapa del
realismo, a punto de entrar en la de la prudencia. Puede ser. Quizá por eso, me
resulta difícil dejarme engatusar por un partido político (de viejo o nuevo
cuño) o por cualquiera (incluyendo ciertos grupos religiosos) que promete el
oro y el moro si uno lo vota o sigue sus consignas. No hay mejor terapia
contra los “arrogantes” que acercarse al testimonio de los hombres y mujeres
que han vivido mucho y han entrado ya en la etapa de la sabiduría. Nos previenen contra los encantadores de
serpientes o los mentirosos. No se les caen los anillos por pedir perdón de sus
errores. El sabio es, por esencia, realista, humilde, compasivo y misericordioso.
Saludos Gonzalo!
ResponderEliminarDesde que iniciaste el Blog, procuro leerlo, me gusta mucho, pero ciertamente que me he saboreado hasta el último sorbo este cafecito de Memorias con Esperanza, muy rico. Gracias!
Gracias, Nancy. Fernando Sebastián ha sido un testigo excepcional de la vida de la Iglesia española del posconcilio.
EliminarHola Gonzalo. Ya escribí que este libro ha sido para mí como unos ejercicios espirituales además de lo interesante de todo lo que ha sido su vida. Pero esa apelación a que si somos cristianos se tiene que notar y que nos lo tenemos que tomar en serio, es muy profundo y una gran apelación a que cambiemos. Y en lo referente a que los que como él (y como tú) habéis decidido dejar todo para ser Cristos, impresiona mucho. Gran libro y, sobre todo, gran vida de un cristiano valiente para siempre poner por delante a Dios. Un abrazo
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