Ayer, 19 de febrero,
a eso de las 22:30, murió Umberto Eco en su domicilio de Milán. Tenía 84 años.
Todos los periódicos publican notas necrológicas, reflexiones, elogios y algunas
críticas. Mi primer contacto con el
escritor fue en julio de 1983. Apenas regresado a Madrid, después de dos años
de estudios en Roma, una amiga me regaló El
nombre de la rosa, el bestseller
que lo encumbró a la fama. Leí la novela en español antes de hacerlo en
italiano años después. Reconozco que me salté algunas páginas en las que se
demoraba mucho en descripciones que a mí entonces me parecían excesivas y
prescindibles. Pero disfruté mucho con la novela. Aunque no está a su altura,
también me gustó la versión cinematográfica de Jean-Jacques Annaud en 1986.
Sean Connery borda el papel de Guillermo de Baskerville. Un año después, en un
artículo titulado Cómo hacer Iglesia en
un mundo posmoderno, aludí a la novela de Eco para comprender mejor lo que
nos pasa hoy:
“Cuando fray Guillermo de Baskerville descubre que la risa está en el origen de aquellos crímenes macabros que acaecen en la abadía benedictina del norte de Italia, el lector de El nombre de la rosa –la conocida novela de Umberto Eco– tarda en comprender la relación existente entre tales monstruosidades y algo tan inocuo como el reír. Solo después de ardua meditación al hilo de la lectura logra adivinar que la risa era –por encima de la peste, la guerra o la herejía– la peor amenaza a la forma teocéntrica y estática de entender el mundo que tenían aquellos monjes medievales. La risa desenmascara el miedo y, sin miedo, no se sostienen ni la fe ni la ley. Por eso, el bibliotecario Jorge de Burgos, el más fanático del monasterio, se siente en la obligación de preservar esa verdad y quiere impedir a toda costa que los monjes tengan acceso al segundo libro de la Poética de Aristóteles, que trata cabalmente de la comedia y de la risa … Dudar y comprobar, ir más allá del temor y de las auctoritates, atreverse a pensar por uno mismo –como más tarde recomendará Kant- será desde entonces la actividad favorita de los europeos más inquietos”.
Reconozco que me
he pasado un poco con la cita. Pero es lo que saqué en limpio de la novela de
Eco. Me ahorro algunas conexiones apresuradas con el presente. Después, no pude terminar El Péndulo de Foucault. Me resultó en
exceso alambicado. Empezar la carrera literaria con una novela de tanto éxito
te condena inexorablemente a ir bajando las escaleras. No me arriesgo más
porque no he seguido de cerca la trayectoria de este semiólogo. Descanse en
paz.
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