El reloj de la torre daba las once de la noche. Las puertas de la iglesia estaban abiertas de par en par. Por el inmenso vano entraba una brisa fresca que atemperaba los calores acumulados durante la jornada. A pocos metros, las terrazas bullían con gente que charlaba aprovechando el frescor de la noche. El pasillo de la nave central de la iglesia estaba decorado con velas a ambos lados. Salvo esas luciérnagas de cera, todo estaba a oscuras. En las gradas del presbiterio había un pebetero con incienso y más velas rojas y amarillas. Sobre el altar se alzaba la custodia. Un grupo de fieles de todas las edades se dio cita para adorar al Santísimo Sacramento durante dos horas.
El silencio del interior del templo contrastaba con el bullicio que venía de la plaza. En ningún momento se cerraron las puertas, de modo que silencio y ruido, fiesta y adoración, se abrazaban. Jesús, hecho pan, se dirigía a todos, a los de dentro y a los de fuera. Sus palabras eran claras: “Velad y orad”. Y también: “Venid a mí todos los que estás cansados y agobiados y yo os aliviaré”. No es normal que una calurosa noche de verano la iglesia permanezca abierta desde las once de la noche hasta la una de la madrugada para que todo el que quiera entre y se deje mirar por Jesús. A nadie se le exigía pagar un billete de entrada. Las enormes puertas estaban abiertas para entrar y salir con libertad.
Regresé a casa al filo de la una y media de la madrugada. Atravesar las calles desiertas me produjo una extraña sensación de paz y misterio. En cada casa dormían personas con historias que habían estado presentes en las dos horas de adoración.
Empecé el XIX Domingo del Tiempo Ordinario caminando solo, dando vueltas a las palabras que Jesús repite en el Evangelio de hoy: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Es probable que para muchas personas resulten insignificantes, desconectadas de sus luchas interiores, pero no por eso pierden su sentido y su fuerza.
En el silencio de las dos horas de adoración, viendo a algunos niños que echaban cucharadas de incienso en el pebetero, encendían una velita y se arrodillaban unos instantes ante Jesús sacramentado, comprendí que el futuro no está escrito. En el seno de las sociedades más secularizadas puede nacer la fe cuando y donde menos se espera. Me emocionó escuchar a una joven madre explicar a su hijito de cinco o seis años cómo Jesús se había quedado con nosotros “en forma de pan”. Es muy probable que el niño no comprendiera nada, pero que se quedara asombrado ante un Misterio fascinante. La fe nace del asombro.
Vivimos tiempos de excesos gastronómicos. Por todas partes se publicitan los restaurantes que ofrecen excelentes -y caros- menús de degustación. Abundan programas de televisión que presentan recetas innovadoras y hay concursos televisivos -como Masterchef en sus distintas versiones- que hacen de la cocina y de la comida un objeto de culto. Hace años que el filósofo Carlos Díaz decía irónicamente que la posmodernidad había reducido la ética a la estética y que caminábamos ya hacia una nueva época en la que la estética se convertiría directamente en dietética. Estamos ya en ella.
La alianza entre la moda de los gimnasios y la fiebre de las dietas apunta a un objetivo común: devolvernos una figura esbelta, sana y bella. El ideal de la eterna juventud se ha apoderado de nuestros cerebros y de nuestros estómagos. No sabemos de dónde venimos y adónde vamos, pero por lo menos podemos exhibir una figura atractiva.
Jesús era muy consciente de la relación entre comida y amor. Quien bien te quiere te da de comer. Jesús no solo nos invita a un banquete de amistad, sino que él mismo se ofrece como comida. No estamos hablando de una burda forma de canibalismo, sino de un supremo acto de amor. La Eucaristía es el pan del amor. Su objetivo no es devolvernos una figura hermosa según los cánones de belleza de cada época, sino alistarnos para la entrega total. Sin el “pan de vida” no es posible vivir ni dar vida.
Precioso, sin duda. Muchas gracias por hacerlo.
ResponderEliminarJesús por el gran amor a los hombres, se quedó en la Eucarístia
ResponderEliminarCuánto pan nos das hoy para que podamos ir asimilándolo, poco a poco, degustándolo y hacerlo vida: “dejarse mirar por Jesús”. “La fe nace del asombro”. “La Eucaristía es el pan del amor”. “Sin el ‘pan de vida’ no es posible vivir ni dar vida.”
ResponderEliminarHay momentos de la vida que encaja totalmente y que necesitamos el PAN para responder a Jesús cuando nos dice: “Venid a mí todos los que estás cansados y agobiados y yo os aliviaré”.
Gracias Gonzalo, por ofrecernos este PAN que nos da vida y ayudarnos a ir incorporándolo en nuestras vidas.