Hay un refrán que dice: “Con pan y vino se anda el camino”. El mensaje central de este XX Domingo del Tiempo Ordinario gira en torno a estos dos alimentos tan típicos de la dieta mediterránea. En el libro de la Sabiduría (primera lectura) se nos invita a “a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado” (Sab 1,5). San Pablo, escribiendo a los efesios (segunda lectura), nos advierte: “No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu” (Ef 5,18). Jesús, en el evangelio de Juan, salta del alimento material del pan y del vino al alimento espiritual de su cuerpo y sangre: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54).
Cuando los judíos escucharon estas palabras se hicieron la misma pregunta que nosotros nos hacemos hoy: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). Cualquier forma de canibalismo repugnaba a la mentalidad judía. ¡Y no digamos beber la sangre que era para ellos el lugar de la fuerza vital y cuya ingesta, incluso de animales sacrificados, estaba totalmente prohibida! Las palabras de Jesús, además de provocativas, conectan con la vieja alianza hecha entre Dios y el pueblo y rubricada con sangre. Solo sobre este trasfondo veterotestamentario se entiende la novedad de Jesús.
Ahora ya no es necesaria la sangre de animales porque Jesús ha unido a Dios y a los hombres con el sacrificio de su propia sangre. Nos incorporamos a esta unión indisoluble, a la vida eterna, comiendo su “carne” y bebiendo su “sangre” simbolizadas sacramentalmente en el pan y el vino eucarísticos. La primitiva comunidad cristiana entendió muy bien el significado de este rito. No tuvo que inventarlo porque el mismo Señor lo había realizado antes de su pasión: “Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros»” (Lc 22,19-20).
No es posible imaginar una vida en Cristo sin participar en la Eucaristía. No hay Iglesia sin Eucaristía y no hay Eucaristía sin Iglesia. Parafraseando el refrán castellano, podríamos decir que “con el pan y el vino de la Eucaristía se recorre el camino de la vida cristiana”. Lo que era claro en las primitivas comunidades cristianas se ha ido esfumando con el paso del tiempo, hasta el punto de que para muchos cristianos la participación en la Eucaristía es algo “opcional”, sujeto a los vaivenes anímicos, no una necesidad vital para recorrer el camino de la vida.
Es probable que, entre las razones que explican la desafección de muchos bautizados hacia la Eucaristía, esté el minimalismo con el que hoy se celebra. La comunidad ha sido sustituida en muchas ocasiones por un grupo anónimo de gente; la proclamación y explicación de la Palabra naufraga en el verbalismo abstracto; el pan se ha reducido a una hostia casi transparente; el vino ha desaparecido de la comunión en la mayor parte de los casos… No estoy cuestionando la validez del sacramento en su forma actual, sino poniendo el acento en el minimalismo simbólico en el que hemos incurrido.
Si a esto se añade el subjetivismo con el que hoy vivimos la fe, tan propio de la cultura moderna y posmoderna, comprenderemos mejor por qué para muchas personas no tiene demasiada importancia participar en algo tan “objetivo” como la Eucaristía. Tenemos un largo camino que recorrer hasta que redescubramos el tesoro que no acabamos de valorar, el viático que Jesús nos dejó para no desfallecer en el camino. Sus palabras no pasan de moda “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6,55-56). ¿Qué más podemos añadir? Feliz domingo y feliz participación en la Eucaristía.
No sé si diré un disparate, pero me da la sensación de que queremos vivir “la comunión con Jesús” sin tener en cuenta que Él nos lo dejó como “memorial”. Él dijo las palabras cuando todavía estaba en vida, antes de morir, antes de su entrega total… Cuando estamos viviendo los últimos días de una persona, todo lo que dice o hace, como puede ser un abrazo espontáneo, toma un cariz diferente… Se convierte en su “memorial”…
ResponderEliminarCada vez que nos reunimos en nombre de Jesús, recordamos sus palabras que nos indican una entrega total, para que tengamos vida y nos invitan, también a nosotros, a que nuestra vida sea una “entrega” a los demás. Como bien dices: La primitiva comunidad cristiana entendió muy bien el significado de este rito.
Gracias Gonzalo por acercarnos al tema de la Eucaristía no fácil de vivir y comprender. Estoy de acuerdo contigo en el tema del minimalismo.