Hoy se cumple un mes desde el comienzo de la guerra en Ucrania y 42 años desde el asesinato de san Oscar Romero en El Salvador. Ayer el presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) se reunió durante cuatro horas en la sede de la CEE con una quincena de supervivientes de abusos sexuales por parte del clero, aglutinados en la asociación Infancia Robada.
El presidente Sánchez está contra las cuerdas. Se acumulan los problemas en varios frentes: algunos son sobrevenidos; otros parecen consecuencia de su política del “todo vale” que tanto irrita incluso a los socialistas “pata negra”.
Mientras los periódicos parecen anunciarnos el fin del mundo un día sí y otro también, la Cuaresma llega a su ecuador. Es hora de hacer un primer balance. ¿Todavía sentimos el atractivo de la Pascua o ya nos hemos cansado de caminar por el desierto y echamos de menos “los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos” de Egipto (Num 11,5)? ¿Cómo podemos redoblar nuestro ánimo para no dejarnos derrotar por la rutina? Resuenan las palabras de la Escritura: “Ojalá escuchéis hoy su voz: No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto” (Sal 95,7-8).
Una de las enfermedades que paraliza nuestra vida espiritual es la “esclerocardía”; o sea, la dureza de corazón. Se caracteriza por la cerrazón a cualquier llamada que nos empuje a salir de nosotros mismos, por la indiferencia ante el sufrimiento de los demás y por la resistencia a dejarnos querer por Dios. El resultado es una vida sin amor, sin alegría y sin fecundidad. Las personas que padecen “esclerocardía” no esperan mucho de la vida. Se limitan a defender sus intereses. Aunque no lo digan, creen en la ley del más fuerte. La compasión les parece un sentimiento de débiles que no sirve para nada. Y la fe en Dios, el refugio inexistente de quienes no tienen agallas para afrontar la dureza de la vida con sus propios recursos.
La difícil situación mundial que estamos viviendo puede llevarnos a tener un corazón duro. Nos ponemos una coraza mental y afectiva para no ser víctimas de tantas malas noticias. Lo que ocurre es que esa coraza protectora nos impide también “tocar” al Dios que se hace el encontradizo en las mil vicisitudes de la jornada. Hay personas que dicen que nunca lo ven. Y otras que descubren su presencia hasta en los más mínimos detalles de la vida.
¿Cómo se combate la enfermedad de la “esclerocardía”? Creo que con la “revolución de la ternura”, expresión utilizada por el papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (n. 88, 288) y en otros documentos. El amor como ternura es hoy una forma revolucionaria de entender la vida y la fe. Y si hay algún lugar en el que esta ternura se expresa de manera insuperable es en el Corazón de María. Ahora se comprende mejor por qué mañana el papa Francisco va a consagrar a las dos naciones enfrentadas (Rusia y Ucrania) al Inmaculado Corazón de María. La ternura de su Corazón nos libera a todos (no solo a los países en guerra) de cualquier deseo de dominación y venganza.
No puede haber fe en Dios sin ablandar nuestro corazón, sin despojarnos de la coraza que nos impide escuchar su voz. Como sucede en las relaciones humanas, también en la vida espiritual la ternura tiene la capacidad de ablandar las posturas rígidas y de sacar lo mejor de nosotros mismos. Desde la ternura, miramos de otra manera lo que hoy está sucediendo en el mundo, no vemos a los demás como competidores, sino como hermanos, hacemos un esfuerzo por comprender los puntos de vista que no encajan con los nuestros y, sobre todo, nos dejamos tocar por la misericordia de Dios. Un creyente es, entre otras cosas, una persona endurecida que en un determinado momento de su vida se ha dejado tocar. Solo después de ablandar el corazón aprende a oír.
Dicen que a veces vale más una imagen que mil palabras y me lleva a pensar en ello este “corazón de piedra”. ¡Cuántas corazas que llevamos para ir protegiéndonos de todos los ataques que nos llegan y que a veces da la sensación de que no hay solución! Ataques que nos llegan por todos lados y en muchísimas situaciones… A veces se verbaliza: “tenemos que protegernos” y quizás saber ver, lo que consideramos “ataques”, como oportunidades.
ResponderEliminarPara combatir la enfermedad de la esclerocardía, ante todo necesitamos reconocerla y darnos cuenta de que no es fruto de una sola vez, sino que está compuesta de muchas capas… Suele aparecer como defensa a “ataques” que se van recibiendo y la dureza nos lleva, en principio, a no sufrir tanto, aunque luego se sufre el doble.
Me gusta y lleva a reflexión la definición que das de que: “un creyente es, entre otras cosas, una persona endurecida que en un determinado momento de su vida se ha dejado tocar. Solo después de ablandar el corazón aprende a oír”… “la ternura tiene la capacidad de ablandar”… Gracias Gonzalo porque nos sugieres un camino donde “la ternura se expresa de manera insuperable en el Corazón de María”.