Esta mañana de sábado voy a tener tres horas de retiro con un grupo de fieles de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen de Málaga. Queremos compartir cómo estamos viviendo a la luz de la fe este momento crítico por el que atravesamos. La revista The Lancet ha calculado que la pandemia ha producido alrededor de 18 millones de muertos en todo el mundo, tres veces más que los indicados por las cifras oficiales. Además, la pandemia ha alterado profundamente nuestras vidas. Por si no tuviéramos suficiente, la guerra de Ucrania se une a las alrededor de 30 guerras que siguen activas en el mundo.
En este cuadro general hay que insertar las batallas personales que cada uno libramos. De Argentina me llega la triste noticia de que un lector habitual de este blog ha perdido a su nieta de año y medio ahogada en una piscina. Otra lectora comparte por escrito su difícil situación espiritual, en medio de una densa noche oscura. Hay personas al límite de su resistencia que se preguntan una y otra vez si la fe sirve para algo en momentos de crisis. Acojo con mucho respeto estas confesiones y se las presento al Señor. No me siento capacitado para sugerir remedios que a menudo suenan a palabras vacías. Me acuerdo una y otra vez de la oración del abandono de Charles de Foucauld: “Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras; sea lo que sea, te doy las gracias”. No es fácil suscribir con paz ese “sea lo que sea”.
¿Qué significa abandonarse en Dios? El salmo 130 usa una bella y comprensible imagen: “Señor, mi corazón no es ambicioso, / ni mis ojos altaneros; / no pretendo grandezas que superan mi capacidad; / sino que acallo y modero mis deseos, / como un niño en brazos de su madre”. No sé si quienes tenemos ya una cierta edad podemos recordar lo que siente un niño cuando está en brazos de su madre. Quizás no hay experiencia humana que nos dé más consuelo. Los brazos y el pecho de una madre son un bunker de alta seguridad, un hospital de campaña, un puerto seguro en medio del oleaje, un lecho donde reposar con placidez. Creo que abandonarse en Dios significa dejarse sostener por sus brazos cuando sentimos que ya no tenemos fuerzas para mantenernos en pie.
Es probable que nuestro moderno yo, orgulloso de su autosuficiencia, experimente de entrada una suave humillación, pero pronto entenderá que este abandono es el máximo ejercicio de la libertad. También Jesús, ante la inminencia de su muerte, se abandonó sin límites: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). Siento que, en los momentos de crisis, esta es la mejor oración que podemos hacer. No le pedimos a Jesús que nos saque de las tinieblas o que nos cambie el estado de ánimo, sino que nos ayude a pegarnos a él, como nos recuerda Gabriela Mistral en la última estrofa de su célebre Oración al Cristo del Calvario: “Y sólo pido no pedirte nada, / estar aquí, junto a tu imagen muerta, / ir aprendiendo que el dolor es solo / la llave santa de tu santa puerta”.
Cuando contemplo las tallas del Cristo de la Misericordia y de la Virgen Dolorosa que se encuentran en una capilla lateral de la iglesia del Carmen, comprendo por qué tantas personas se emocionan cuando las ven procesionar. Es como si en el Cristo que carga con la cruz y en su Madre dolorosa vieran reflejados sus propios sufrimientos. Se produce entonces una ósmosis saludable, un intercambio de dolores y alivios, de problemas y remedios, de muerte y resurrección. Nosotros descargamos en el Hijo y en la Madre la angustia que vamos acumulando en la vida y ellos nos devuelven la esperanza y la fuerza que necesitamos para no desfallecer. Tenemos mucho que aprender de las antiguas generaciones. De ellas aceptamos que lo mejor no es luchar contra el sufrimiento sobrevenido, sino compartirlo con el Varón de dolores, con la Mujer dolorosa, para que sea de verdad llevadero y redentor.
Ayer me di un largo paseo bordeando las playas de Málaga. La luz suave, la brisa marina y los espacios amplios me ayudaron a serenar el espíritu. Todo tiene su tiempo, incluso el recuerdo de los 400 años de la canonización de cuatro famosos santos españoles. ¡Lástima que los sobresaltos de las últimas semanas no nos dejen contemplar sus vidas con una perspectiva serena! También tendríamos mucho que aprender de ellos porque fueron expertos en vivir la santidad en tiempos recios, como le gustaba decir a Teresa de Jesús.
Que suerte tenéis los que la vida os permite “parar” y compartir juntos “el camino”, aprovechadlo!
ResponderEliminarEl mapa de las batallas personales no puede “dibujarse” y nos impide hacernos cargo de ello… ¡Cuántas veces nos parece que todo va bien, pero “la procesión” va por dentro. Actualmente hay mucho dolor, mucha dificultad en la vida espiritual de cada uno que queda invisible, solo se manifiesta en la soledad que es cuando la persona “descarga” o en momentos en que tiene alguien con quien poder confiar…
No es fácil la “oración del abandono” en plena crisis. Es muy difícil por no decir imposible y no en pocas ocasiones, al que se la toma en serio, acaba en catarsis.
Comprendo “el abandono” al que hoy, haces una llamada… No siempre es posible si no se ha hecho todo un camino que desemboca en él.
Gracias Gonzalo por animarnos a ir caminando hacia adelante, creándonos estímulos y dándonos pistas que facilitan el camino.