Es frecuente que el papa Francisco acabe sus alocuciones con la frase: “Pregate per me” (orad por mí). Son también muchas las personas que, en sus guasaps, correos electrónicos o llamadas telefónicas me dicen: “Reza por mí”. Yo me tomo muy en serio esta petición. Cada día, al comenzar la jornada, repaso mentalmente el nombre de las personas que me han pedido una oración. A esos nombres añado otros muchos que están ligados a mí. Al hacer este ejercicio de memoria, me vienen a la mente los conocidos versos de Pedro Casaldáliga, cuyo primer aniversario celebraremos el próximo domingo: “Al final del camino me dirán: / —¿Has vivido? ¿Has amado? / Y yo, sin decir nada, / abriré el corazón lleno de nombres”.
Sí, mi corazón está lleno de nombres. Por lo general, comienzo recordando ante el Señor a mi anciana madre, a punto de cumplir 89 años. Le doy gracias por su dilatada vida y le pido que le conceda salud, serenidad, alegría y esperanza. Sigo con mis hermanos y sobrinos. Continúo con mis amigos. Me detengo en aquellos que están atravesando una etapa difícil. No me olvido, por supuesto, de mis hermanos claretianos, especialmente de mis compañeros del gobierno general y de los miembros de mi numerosa comunidad romana. Incluyo siempre a quienes están viviendo situaciones difíciles debido a la enfermedad (especialmente en este tiempo de pandemia), la pobreza, la violencia, la pérdida de empleo, etc. A veces, me concentro en quienes han sido víctimas de abusos por parte de sacerdotes y religiosos. Y, por último, dedico más tiempo a orar por quienes en los últimos días u horas me han pedido expresamente que lo haga.
Sí, creo profundamente en el poder de la oración. No hay nada mejor que pueda hacer por las personas a las que quiero que orar por ellas. Es verdad que a veces mi oración va acompañada por peticiones muy concretas: vencer un cáncer, superar un desgarro familiar, afrontar una crisis personal, afinar el discernimiento, encontrar trabajo, aprobar un examen o tener un parto sin complicaciones, pero, por lo general, me limito a presentar a las personas queridas ante el Señor pidiéndole que les conceda aquello que más están necesitando para cumplir su voluntad. Nadie como nuestro Padre sabe lo que de verdad necesitamos. Nosotros ponemos palabras a las necesidades percibidas. Él pone acciones a las necesidades reales. A veces, compruebo que las cosas salen como había deseado e imaginado (recuerdo el caso de algunas curaciones que me parecieron en su momento milagrosas). Casi siempre se producen sorpresas que desbordan mis expectativas.
Lo esencial es tener la humildad y la constancia de presentarle al Señor lo que nos preocupa, de abrir de par en par nuestro corazón para descubrir que no está vacío, sino lleno de nombres. Desde mi ordenación diaconal, hace ya 40 años, me ha llamado la atención una frase que se usa como responsorio breve en las segundas vísperas del común de pastores: “Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo.” Orar por la gente, por nuestro pueblo, es una forma excelsa de amor. Por eso, me tomo en serio este ministerio. No lo considero una pérdida de tiempo y mucho menos una banalidad.
Para un misionero, tener “el corazón lleno de nombres” significa tomarse en serio la vida de las personas, recordar el rostro y el nombre de cada una. Las personas no son números, sino seres únicos, con una dignidad inviolable y con una historia singular. Hace unas semanas, un amigo mío me regaló una taza en la que mandó imprimir esta leyenda: “El corazón lleno de nombres”. La tengo encima de la mesa de mi despacho. Es un recordatorio permanente de las muchas personas con las que Dios me ha bendecido a lo largo de la vida y también una invitación a orar por ellas. Es obvio que no puedo recordar todos los días a todas. Han sido miles los hombres y mujeres con los que me he ido encontrando por los caminos de la vida en muchos lugares del mundo. Pero procuro recordar, con nombre y apellidos, a las personas que cada día me piden expresamente su oración. Decir su nombre ante Dios tiene casi una eficacia sacramental.
Por otra parte, recordar los nombres da a mi ministerio de intercesión un carácter muy personal. Lo redime de la tentación de la rutina, el anonimato y la burocracia. No pido solo por quienes se encuentran en situaciones difíciles, sino que pronuncio nombres concretos de personas ligadas a mí. Le cuento a Dios situaciones que él conoce infinitamente mejor que yo, pero cuya narración me es necesaria para hacerlas mías.
No sé si he vivido o si he amado. Solo Dios es juez de mis actitudes y conductas. Pero puedo dar fe de que mi corazón misionero está “lleno de nombres”. Seguramente entre ellos está también el tuyo, querido lector o lectora. A cambio, te pido que ores por mí.
Gracias Gonzalo por tan preciosa y clarificadora reflexión. ¡Me parece tan certera! También te doy gracias porque siento y sé del gran cariño que tienes hacia mí y los mios y que demuestras con tus palabras, tu escuha y tu oración. Un abrazo.
ResponderEliminarNo es necesario añadir más.
EliminarGracias Gonzalo, hoy nos has abierto tu corazón de par en par... Yo diría que has vivido y estás viviendo intensamente y has amado y estás amando intensamente. Mi oración por ti. Agradeciendo la tuya que me da mucha fuerza y me ayuda a confiar en Dios.
ResponderEliminarHas relacionado la oración con tu experiencia de “corazón misionero” y me hace bien, me ayuda a valorar los momentos que sobretodo, ante el sepulcro de Claret, han ido apareciendo nombres, incluidos los de la Familia Claretiana… Tantos seglares claretianos conocidos y esparcidos por el mundo… Vivir esta experiencia ayuda a sentirnos hermanos, parte de esta Iglesia universal.
Sé que cuando dices: “oro por ti” va en serio… Muchas gracias.
Un abrazo
Que hermosa reflexión P Gonzalo, muchas gracias!!!
ResponderEliminarPadre Gonzalo! Aprendo tanto del Señor, a través de su vida y Ministerio! Por Todo doy gracias a Dios. También encomiendo al Señor, tu vida y Obra apostólica!
ResponderEliminarQué bonita reflexión!!! Gracias, Gonzalo por el servicio tan importante que nos prestas.
ResponderEliminarGracias padre por esta bella reflexión de amor a los demás.
ResponderEliminarBendiciones en su ministerio.