Se anuncia un sábado cálido, de primavera florida. Yo participaré por la mañana en la clausura de la Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada (con concierto de la hermana Glenda incluido) y luego viviré dos fiestas de la resurrección. La primera (por la mañana) será el funeral de dos misioneros claretianos que fallecieron ayer después de una larguísima vida de entrega al Señor. Y la segunda (por la tarde), el festival organizado en la plaza de Cibeles. No cabía en mi agenda la participación en la boda del alcalde de Madrid, así que me ahorro ese compromiso, jajaja.
La Semana de VC de este año nos ha ofrecido orientaciones muy precisas para creer en la fuerza de la comunión y esforzarnos por vivir la fraternidad (y la sororidad) en un mundo muy polarizado y excluyente. La vida consagrada está llamada a ser profecía de un modo nuevo de relaciones interpersonales. Si creemos que Cristo resucitado habita en el corazón de cada ser humano, no hay ninguna razón poderosa para exclusiones, enfrentamientos o incomunicación. Por muchos que sean los problemas que a veces encontramos en nuestras comunidades, tenemos que reconciliarnos con la realidad de lo que somos y vivimos porque -como nos recordaba ayer mi compañero y amigo Mariano Sedano- el tesoro está debajo de la chimenea de nuestra casa; es decir, donde ya estamos viviendo, no en ningún lugar imaginario.
Celebrar el funeral de dos ancianos misioneros en pleno tiempo pascual es una invitación a la acción de gracias y a redoblar la fe en la vida eterna que Cristo ha inaugurado con su resurrección. Es cierto que debemos invocar para ellos el perdón de sus pecados, pero es todavía más cierto que debemos dar gracias a Dios por la maravillosa obra de fe y servicio que ha realizado en sus misioneros. Es también una invitación a la alegría. El Señor nunca abandona a los que ha llamado a la vida, a la fe, a la vocación.
Recuerdo que un antiguo compañero mío solía decir que participaba con más alegría en los funerales de los misioneros que en las primeras profesiones porque el funeral significaba la verdadera profesión “perpetua”, la entrega definitiva de la propia vida al Dios del que venimos, en el que existimos y al que nos encaminamos. Con uno de ellos -el hermano Matías Prieto- tuve hace años una estrecha relación de confianza y colaboración en el proyecto Fragua. Siempre admiré su espíritu de fe, su trabajo constante, su sentido concreto de la fraternidad… y su acendrado madridismo.
En general, los católicos españoles somos un poco reticentes a estas manifestaciones públicas, pero, si los objetivos son claros, no hay por qué tener miedo. No se trata de avasallar a nadie o de exhibir músculo religioso, sino de algo más básico y eficaz: creer en el poder de la celebración y de la fiesta. Un pueblo que sabe cantar junto está más preparado para afrontar unido los muchos retos que se nos presentan en la vida cotidiana. Feliz sábado.
Gracias por compartir tu sábado de gloria… Un sábado en el que nos das un fuerte testimonio del Resucitado…
ResponderEliminarHe intentado leer la entrada de hoy, cambiando la expresión: “la comunidad” por “la familia” y también es válido lo que dices para los que hemos formado una familia y en este caso, numerosa. No es fácil, pero tampoco es imposible, en medio de todo, vivir la realidad del “Jesús resucitado”… vivir “la Pascua”. También para nosotros sirve lo que has escrito, refiriéndote a la Comunidad: “creer en la fuerza de la comunión y esforzarnos por vivir la fraternidad”.
Gracias Gonzalo por la fuerza pascual que nos transmites que ayuda a dar algún pequeño giro en mi vida.