Que se haya estropeado la calefacción de casa en pleno fin de semana navideño es un anticipo de una Navidad menos glamurosa y un poco más cercana a la real. Lo pensaba mientras me duchaba con agua gélida esta mañana. De tal manera hemos idealizado el nacimiento de Jesús y, con él, toda la vida cristiana, que se nos hace cuesta arriba descubrir la presencia de Dios en las costuras rotas de nuestra historia personal y colectiva.
Cuando pensamos en el matrimonio, por ejemplo, imaginamos historias idílicas en las que un hombre y una mujer comparten lo que son y tienen y se aman incondicionalmente hasta el final de sus vidas. Pero lo que vemos a diario se parece poco a esta imagen envuelta en papel celofán. Descubrimos malentendidos, silencios, rutina, traiciones, maltrato, cansancio y rupturas.
Cuando pensamos en la vida sacerdotal o religiosa, tendemos a pensar en un ideal de vida que abraza con radicalidad los valores evangélicos y que se abre camino contra viento y marea. Pero lo que vemos a diario es a hombres y mujeres con algunos desequilibrios, perdidos a veces en sus soledades y adicciones, faltos de esperanza, incapaces de salir de sus bucles melancólicos y temerosos de llamar a las cosas por su nombre.
Aunque experimentamos a diario que la realidad es frágil, estamos dispuestos a maquillarla con los aditamentos de una Navidad llena de luces, colores, sabores y fiestas. Es como si, al menos una vez al año, necesitáramos olvidarnos de lo frágiles que somos y todos nos pusiéramos de acuerdo para aplicar un gigantesco filtro de Instagram a las fotos amarillentas de nuestra vida inconsistente. Sabemos que es una trampa, pero aceptamos de buen grado caer en ella a cambio de un poco de felicidad efímera, de ese suave sopor que produce la inconsciencia.
Que caigan en esa trampa quienes felicitan estos días con mensajes del tipo “El fin del otoño abre paso al nuevo año con deseos de paz, renovación y prosperidad” -como ha hecho el rector de la Universidad Complutense- tiene una explicación. Quienes reducen la existencia humana a un paréntesis breve entre dos llantos tienen toda la razón del mundo para disfrutar al máximo del presente y endulzar sus sinsabores.
Lo que ya no se entiende es por qué los cristianos, que celebramos la encarnación de Dios en la fragilidad de la carne mortal, escondemos tanto nuestra fragilidad cuando es precisamente el terreno escogido por Dios para mostrarnos su amor. ¿No viviríamos con una alegría más honda si aceptáramos que Dios nos ama cuando somos frágiles, no cuando nos embalamos en idealismos imposibles que solo sirven para huir de la vida real y provocar continuas frustraciones? Quizás otra Navidad es posible.
Feliz Navidad, Gonzalo y gracias por ayudarnos a descubrir la verdadera Navidad a través de nuestra fragilidad… Gracias por todos los ecos que has provocado. Un abrazo.
ResponderEliminarEsta Navidad me está resultando distinta .Demasiadas guerras aunque los ángeles nos ofrezcan PAZ. Demasiado dolor en gran parte del Planeta: Obispos privados de libertad, cristianos perseguidos por su fe, mucha hambre en determinadas zonas y países. Misioneros/ as dejándose la piel por aportar algo de felicidad a "su gente". Mucha injusticia, muchas carencias . . . Es preciso tener presente que "Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos" para creer que con estas mimbres Dios Padre está salvando a todos los más desfavorecidos de este momento histórico. Que la ESPERANZA no defrauda a quien la mantiene.
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