Estoy en Vic con otros cinco compañeros de distintas partes del mundo (Perú, Nigeria, Filipinas, Honduras y España) preparando un Congreso de Espiritualidad Claretiana que se tendrá el próximo mes de julio. Apenas sobra tiempo para otras actividades. Compartimos las comidas con la comunidad claretiana de Vic, que se encarga de la custodia del templo de san Antonio María Claret y de la atención al Centro de Espiritualidad Claretiana. Disfrutamos de su hospitalidad.
Pero lo que constituye una novedad es que todos los días, después de la comida y de la cena, uno de los misioneros mayores (87 años) nos regala “el chiste de cada día”. Dejando a un lado su sordera, se levanta con parsimonia, hacemos silencio y sin ninguna introducción lanza su chiste. Todos son breves, como disparos en el campo de batalla. Será por su ingenio, por su brevedad o por su manera “eugeniana” de contarlos, el caso es que provoca una sonora carcajada en todos nosotros. Los chistes, por supuesto, no se explican. Si alguno no los “coge” a la primera, se queda con las ganas. Los chistes que cuenta este anciano misionero se parecen a estos:
- Sale el doctor después de un parto y el padre de la criatura le pregunta: Doctor, ¿cómo salió todo? El doctor le dice: Todo salió bien, pero tuvimos que colocarle oxígeno al bebé. El padre, horrorizado, le dice: Pero doctor, nosotros queríamos ponerle Gabriel.
- Un pez le pregunta a otro pez: ¿Qué hace tu mamá? Este le contesta: Nada. Y la tuya, ¿qué hace? Nada también.
- A Juanito le dice la maestra: Juanito, ¿qué harías si te estuvieses ahogando en la piscina? Juanito le responde: Me pondría a llorar mucho para desahogarme.
- Hijo, me veo gorda, fea y vieja. ¿Qué tengo, hijo, qué tengo? Mamá, tienes toda la razón.
- Una amiga le dice a otra amiga: ¿Qué tal te va la vida de casada? Pues no me puedo quejar, dice ella. O sea, que va muy bien, ¿no? No, no me puedo quejar porque mi marido está aquí al lado.
Me pregunto qué pasaría en otras comunidades y en nuestras familias si alguien tuviera el don de regalarnos un chiste diario. Muchas de nuestras tensiones se disiparían con una risotada compartida. La risa tiene un poder curativo extraordinario. El anciano no es un pesado. Suelta su chiste (estos días, debido a nuestra presencia, nos regala dos o tres) y se sienta sin comentarios. Todos abandonamos el comedor con una sonrisa.
En estos tiempos en los que tantas cosas nos tensan y nos llueven noticias de enfermedades, conflictos y disgustos, se agradece que alguien de 87 años no vea siempre la cara oscura de la vida, sino que intente poner una pizca de sal en esta sopa de contrariedades. La invitación del Adviento a estar alegres también se alimenta de cosas tan sencillas como estas.
Y ya llevamos así desde hace más de dos años; desde cuando el Papa dijo a los miembros de nuestro Capítulo General Claretiano que no perdiéramos el sentido del humor... (un miembro de dicha comunidad).
ResponderEliminarLos chistes son muy buenos.
ResponderEliminarVoy a proponer al chat de mi familia contar chistes.
Gracias por compartir vuestra experiencia experiencia.