domingo, 10 de diciembre de 2023

Consolación, paciencia, camino


Llueve suavemente y hace frío. En algunas zonas de Madrid se cierne una niebla poco espesa. Aunque no ha empezado todavía el invierno astronómico, este II Domingo de Adviento tiene el color de un día invernal. Hoy toma posesión Javier Milei en Argentina. Me alegra que mi región (Castilla y León) figure a la cabeza del triángulo de oro de la educación en España. Hay otras muchas noticias que nos llegan este domingo (siguen los dramas de Ucrania y Gaza). La mayoría son tristes. 

Quizá por eso se me hace más actual el mensaje que leemos en la primera lectura de hoy: “Consolad, consolad a mi pueblo, –dice vuestro Dios–; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados” (Is 40). La consolación es uno de los nombres del Adviento. Dios no se acerca a nosotros blandiendo una espada castigadora, sino consolándonos en medio de nuestras cuitas, fracasos y tristezas. Y nos encarga a nosotros el ministerio de consolar a quienes están atribulados.


Pero el Adviento tiene otro nombre que también resulta muy actual: paciencia. Dios no se deja llevar por las prisas. Su tiempo no es el nuestro. Lo explica Pedro en una de sus cartas (segunda lectura): “No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan”. La paciencia es un modo divino de ser. Dios sabe esperar con calma, sin perder los papeles, “porque no quiere que nadie perezca”. 

Dios sueña que todos sus hijos e hijas reconozcan su amor, se dejen conducir por él y no vivan existencias tóxicas. Podría “imponer” a los seres humanos una vida virtuosa, pero entonces no sería el Dios del amor y la libertad. Seduce y espera. Ofrece medios y espera. Pone personas en nuestro camino y espera. La paciencia divina es la garantía de que nada está definitivamente perdido si caemos en la cuenta de cómo estamos viviendo y nos decidimos a cambiar el rumbo de nuestra vida orientándolo hacia Dios.


La tercera palabra clave de este segundo domingo de Adviento es camino. El evangelio de Marcos nos habla de preparar el camino. Hay un personaje extraño -Juan el Bautista, el hombre del desierto- que prepara el camino del Señor. Su mensaje es nítido: “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”. Juan no reclama ninguna atención. Sabe que su misión consiste en abrir camino para que las gentes puedan acercarse a Jesús. En esa tarea preparatoria encuentra el sentido de su vida. 

Juan el Bautista debería ser el modelo y el patrón de cuantos dedicamos nuestra vida a abrir caminos para que los niños, jóvenes y adultos se encuentren cara a cara con Jesús. Más que las palabras -que son pocas y sustanciales- lo que cuenta es un estilo de vida que llama la atención, que despierta de la rutina, que hace ver que podemos vivir de otra manera.

Mientras veo por la ventana de mi cuarto cómo cae una lluvia suave sobre el pequeño jardín interior, repito interiormente estas tres palabras (consolación, paciencia, camino), confiando en que la Palabra de Dios ilumine por dentro este domingo neblinoso.

1 comentario:

  1. Tres palabras, fáciles de recordar, que nos ayudarán a que seamos capaces de “abrir caminos” en nuestra vida y ayudar a otros para que puedan abrirlos.

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