Han pasado 22 años desde los terribles atentados a las Torres Gemelas de Nueva York. Para algunos historiadores es el acontecimiento que marcó el verdadero comienzo del siglo XXI. Desde entonces han cambiado muchas cosas en nuestro mundo. El miedo y la desazón han ocupado el puesto de la confianza y el optimismo. Ya no vemos el siglo XXI como una gran oportunidad, sino como una amenaza. Los chilenos celebran también hoy los 50 años de la muerte de Salvador Allende. La gente se ha echado a la calle en Santiago y otras ciudades durante el fin de semana. Se suceden las interpretaciones. Cataluña festeja su famosa Diada, cuyo origen y significado se presta también a visiones contrapuestas. ¡Qué difícil resulta interpretar la historia!
Se suele decir que siempre conocemos la versión de los vencedores, pero quizás es más exacto decir que todo depende de nuestra visión de la vida, de nuestra manera de situarnos ante ella. Si a veces resulta casi imposible ponernos de acuerdo sobre el significado de algo que hemos vivido juntos (estoy pensando en hechos familiares y comunitarios), ¡cuánto más difícil es lograr un consenso sobre acontecimientos poliédricos que no conocemos bien! Cada uno de nosotros vemos la realidad con las gafas de nuestras experiencias, conocimientos, prejuicios, esperanzas, temores, emociones, etc.
No hay acontecimiento, por inocuo que parezca, que no se preste a un manojo de interpretaciones: desde un posible penalti en un partido de fútbol hasta un proceso de divorcio, una victoria electoral, un concilio, un atentado o una guerra. Por otra parte, quienes dominan los puestos de poder y los medios de comunicación social pueden “crear la verdad” mediante una repetición machacona y a gran escala de su relato.
Jesús nos advierte acerca de la dificultad para interpretar el verdadero significado de la historia y de su presencia en ella: “Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo?” (Lc 12, 56-57). Parafraseando su advertencia, podríamos decir que hemos avanzado mucho en el conocimiento del macrocosmos y de ese microcosmos que es el cuerpo humano, en las previsiones meteorológicas, en la inteligencia artificial, etc. Sin embargo, cada vez nos resulta más difícil interpretar el tiempo que vivimos. Nos cuesta conectarlo con el pasado y con el futuro porque no tenemos una visión global de la historia. No sabemos de dónde venimos y adónde vamos.
En consecuencia, carecemos de un mapa que nos permita situar cada acontecimiento en un lugar preciso del itinerario entre el punto de partida y el punto de llegada. Eso explica la pluralidad de interpretaciones. Lo que para unos es un avance “progresista” (por ejemplo, el llamado derecho al aborto o a la eutanasia), para otros es un “retroceso” en el camino de humanización. Lo que para unos es la expresión del “derecho a la autodeterminación”, para otros es la ruptura unilateral de una historia compartida y de un pacto constitucional. Lo que para unos es un avance en la interpretación de la fe (por ejemplo, la importancia dada hoy a la sinodalidad), para otros representa una infidelidad a la Tradición.
¿Cómo mantenernos incólumes en la batalla de las interpretaciones? ¿Cómo no hacer juicios sumarísimos sobre la realidad?
- Creo que, aleccionados por la historia, la primera actitud es siempre la humildad. Ignoramos mucho más de lo que sabemos. No podemos convertirnos, pues, en fanáticos que creen tener todos los puntos claros y se permiten excluir a quienes no piensan como ellos. Donde hay fanatismo (étnico, nacionalista, moral, religioso, etc.), la verdad se oscurece.
- En segundo lugar, necesitamos informarnos de la manera más objetiva y completa posible, procurando manejar diversas fuentes, no solo las que confirman nuestro punto de vista. La ciencia nos ayuda a comprobar lo que decimos. La ética y la sana tradición nos dan un horizonte de valores y significados.
- En tercer lugar, debemos contrastar, mediante un diálogo respetuoso y constructivo, nuestra opinión con la de quienes piensan de manera diferente, con el solo objetivo de buscar juntos la verdad. Hoy se habla mucho de diálogo, pero, a menudo lo reducimos a una yuxtaposición o confrontación de opiniones (todas al mismo nivel), no a una búsqueda conjunta de la verdad sobre la base de indicadores objetivos.
- Por último, a los creyentes la fe nos da el criterio definitivo de verificación. Todo lo que va en la línea del amor es “progresista”, supone un avance en la historia porque el origen de todo y la meta final es el Dios amor. Por el contrario, todo lo que representa una negación de Dios y una vulneración de la dignidad de sus hijos e hijas es “retrógrado”, por más que se presente revestido del ropaje y el lenguaje de la modernidad. El discernimiento no siempre es fácil, pero es bueno disponer de criterios claros.
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